Las circunstancias no pueden ser más propicias para CiU,
que ha conseguido tapar la prosaica realidad de la sociedad
catalana, la pésima gestión económica de autonomía catala-
na durante la última década, un endeudamiento desaforado
que no ha lucido en absoluto a la región y si en los bolsillos
de los políticos.
Después de la negativa de Rajoy al pacto fiscal, que ha sido
el mecanismo ideado por el Gobierno catalán para desbordar
la Constitución, era evidente que Rajoy no podía responder
afirmativamente a un requerimiento que no tiene encaje en
la Constitución, ni siquiera en sus lecturas más benévolas, no
tenía más remedio Artur Mas que convocar elecciones para
dar una salida a su propio desfondamiento.
De este modo, y con una jugada maestra, el presidente de la
autonomía más endeudada del Estado y de una de las que
más ajustes ha tenido que llevar a cabo para acompasar la
marcha a las disponibilidades se dispone a salir reelegido
con probable mayoría absoluta, sin tener que pagar el precio
de un desempleo exorbitante, de un deterioro gravísimo de
los servicios y del hundimiento de la calidad de vida de los
catalanes: el enemigo exterior tiene la culpa de todo. Claro
está que, ya se sabe, se puede engañar a todos una vez, se
puede engañar a algunos muchas veces pero no se puede
engañar a todos todo el tiempo.
El fracaso del Estatuto
Hemos asistido a la formación de un magma cada vez más
denso, que se ha convertido en bala de cañón, materializado
a fuerza de acopiar agravios, en su mayor parte producto de
la predisposición a ser agraviado. Sobre el trasfondo del
fracaso del Estatuto y del recorte practicado por el Tribunal
Constitucional, Mas enumeró ayer, como causa de la mala
situación de Cataluña, la herencia del tripartito; la subida en
vertical de la deuda financiera y la actitud "desleal" del
Estado por no pagar sus deudas -dudosas deudas, según los
juristas- en infraestructuras derivadas del propio Estatuto
(900 millones) y de las partidas del Pacto de Competitividad.
Circunstancias propicias
Con esta munición, Mas declaró abierto el proceso de
autodeterminación, que arrancará de las elecciones del 25
de noviembre. Las circunstancias no pueden ser más
propicias para CiU, que ha conseguido tapar la prosaica
realidad, la pésima gestión económica de autonomía
catalana durante la última década, un endeudamiento
desaforado que no ha lucido en absoluto a la región, el
sustrato de corrupción que va destapándose a medida que se
hurga en el pasado reciente, la irritación social por los
ajustes y un elevadísimo desempleo, etc.- con el manto
patriótico del soberanismo.
No puede descartarse sin embargo que los osados que ya le
gritan al presidente de la Generalitat que "Independencia es
llegar a fin de mes" terminen arrastrando a muchos más
indignados, convencidos de que tras la irritación nacionalista
hay una gran evasiva, una intensa cortina de humo para
tapar vergüenzas propias.
La extrema fragilidad del PSC
A favor de esta oportunidad de Mas está también la extrema
fragilidad del PSC, claramente confrontado con su
proverbial ambigüedad y desacreditado por la gestión del
'tripartito'. Aunque en su contra está la volubilidad de una
muchedumbre que lo ha apoyado en tanto ese apoyo
significaba marchar contra corriente, pero que dejará de
hacerlo cuando la aventura de Mas choque contra el muro
de la cruda realidad.
Desde el punto de vista técnico, las tres coordenadas que
enclavan la aventura soberanista son las del célebre
dictamen del Tribunal Supremo de Canadá sobre Québec:
1.-Cataluña no tiene el derecho de autodeterminación, que
sólo alcanza a las naciones colonizadas que optan por
romper el yugo colonial y a los territorios sojuzgados y
esclavizados que buscan la emancipación.
2.-La secesión sólo sería posible si una mayoría cualificada la
decidiera "de manera inequívoca". No basta la mayoría
simple, entre otras razones porque "Democracia... significa
mucho más que el simple gobierno de la mayoría". Mucho se
ha debatido la magnitud de la mayoría cualificada que se
requiere: los constitucionalistas plantean que debería estar
entre el 60% y los dos tercios -el 66,66%- de los electores.
Y 3.-La secesión no puede ser adoptada unilateralmente,
esto es, sin una negociación con los otros miembros de la
Confederación dentro del marco constitucional. También es
ilustrativa la argumentación que se aporta: para negar el
derecho a la "secesión unilateral"
En definitiva, Mas ha abierto el melón independentista o,
más precisamente, la conquista de los "objetivos nacionales".
El gran esfuerzo de sus adversarios, de quienes no desean la
entrada en la vorágine del vertiginoso proceso que se
avecina, deberá centrarse ahora en conseguir que Mas
explique la prosa y la concreción de su proyecto, algo que -lo
puedo anticipar con certeza- no ocurrirá.
El precio a pagar, muy doloroso
Todo el mundo está a favor de la autodeterminación, un
bello concepto que sugiere libertad, autonomía,
emancipación, etc. Sin embargo, muchos pueden no estar de
acuerdo con el precio que habría que pagar por un proceso
de ruptura muy doloroso en todos los sentidos, que además
no se ve cómo podría encauzarse. Mas ya ha dicho que no irá
al Parlamento español (como Ibarretxe) porque no quiere
más humillaciones (como si una derrota democrática fuera
una humillación), y por ello recurre al pueblo.
Quizá, cuando despierten del sueño en que les ha sumido el
vuelo soberanista de los nacionalistas, los catalanes caerán
en la cuenta de que el bienestar se ha agrietado
gravísimamente en Cataluña y en España, y de que la gran
tarea que hay que acometer es la de sacar a este país del
atolladero, volver a crecer, reducir el paro, regresar a un
futuro con expectativas. Los problemas de identidad
deberían ser, en fin, la guinda de una tarta que hoy ha
quedado reducida a unas pocas migajas.