Leo las páginas 18 y 19 del diario El Mundo del 13 de junio de 2021, en donde se
relatan unos hechos de violencia doméstica sucedidos recientemente en España.
El artículo más extenso, que ocupa la práctica totalidad de ambas páginas, se
dedica a recoger el auto que la juez de instrucción ha hecho público en
relación con los crímenes que supuestamente cometió Tomás Gimeno en Tenerife y
que han atraído la atención de los medios de comunicación desde que su ex
esposa denunciara la desaparición de las hijas de ambos el pasado 27 de abril.
La magistrada describe la premeditación con que supuestamente Tomás Gimeno planificó los asesinatos que se le imputan con la intención de causar un daño irreparable a su ex pareja que la dejara marcada para el resto de su vida. Esta intención es calificada por el periodista de “violencia vicaria”, que es la novedosa expresión que utilizan ahora los que se aplican en comentar estas cuestiones para calificar el comportamiento de quienes matan a sus hijos con el objeto de vengarse de su cónyuge.
La madre de las niñas desaparecidas, Olivia,
de seis años, y Anna, de un año, ha estado dando a conocer vídeos de sus hijas
con el propósito de que la gente no se olvidara de ellas, hasta que el pasado
día 10 de junio apareció en el fondo del mar el cuerpo de Olivia,
acontecimiento que ha conmovido a la opinión pública y que ha dado lugar a la
convocatoria de múltiples manifestaciones de repudio, promovidas por
organizaciones feministas, para rechazar lo que ellas llaman violencia de
género, además de una cascada de condenas de destacadas personalidades
políticas.
Como incisos al artículo del crimen de
Tenerife, en la página 18 de El Mundo
encontramos tres noticias relacionadas.
El primer inciso da cuenta de que un hombre de 35 años ha sido arrestado el 12
de junio en Marmolejo (Jaén), acusado de haber atropellado mortalmente a su
pareja, aunque fue él mismo quien avisó a la policía de lo ocurrido, y, en
segundo lugar, da también cuenta de los avances en la investigación de la
muerte el pasado 3 de junio en Estepa (Sevilla) de Rocío Caíz, la joven de 17
años asesinada por su pareja, de 23 años, que ha confesado la autoría del
crimen. Ambos sucesos se enmarcan en la
llamada violencia de género, porque los autores son varones que han atentado
contra mujeres.
El segundo inciso habla del asesinato de
Yaiza por parte de su madre, y, para obtener más datos, acudo al número de OKDiario, del 12 de junio de 2021.
Cristina Rivas, de 35 años, es madre de
Yaiza, de 4 años, a quien mató el 31 de mayo de 2021. OKDiario
relata que la noche del domingo 30 de mayo Cristina Rivas suministró
Lorazepam a su hija con la intención de
matarla en su domicilio de Sant Joan Despí (Barcelona). Yaiza no despertó por
la mañana, pero continuaba con vida, por lo que su madre le puso una bolsa de
plástico en la cabeza y la remató, según ha confesado ella el viernes 11 de
junio de 2021 ante el juzgado de instrucción nº 7 de Sant Feliu de Llobregat
(Barcelona). Continuando con su declaración, Cristina Rivas reconoció también
que, después de asesinar a su hija, telefoneó al colegio y dijo que la niña no
iría a clase porque estaba enferma, tras lo que tomó pastillas hasta perder el
conocimiento. Después, la abuela de Yaiza encontró los cuerpos de madre e hija
y llamó a los servicios de emergencia, que pudieron reanimar a la madre, pero
nada pudieron hacer por Yaiza. Finalmente, Cristina Rivas declaró que había
acabado con la vida de su hija para vengarse de su ex pareja y padre de Yaiza. OKDiario cita fuentes cercanas a la familia que
aseguran que Cristina Rivas chantajeaba a su ex pareja para retomar la
relación. Igualmente, OKDiario afirma que «la familia del
padre de la niña está molesta por el silencio generalizado que han mostrado las
administraciones y los medios de comunicación respecto al asesinato de la
pequeña Yaiza. Sólo el Ayuntamiento de Sant Boi de Llobregat lanzó un
comunicado de pésame y de apoyo una semana después del trágico crimen […]. El
portavoz de Vox en en el Congreso, Ivan Espinosa de los Monteros, ha asegurado
este sábado que hay que exigir el mismo nivel de “repulsa” para casos como el
de Olivia y Anna, así como para el de Yaiza, ya que en ambos las víctimas son
menores que son utilizados por los progenitores para hacerse daño mutuamente». El artículo
termina con una referencia a la “violencia vicaria”.
Nos enfrentamos a dos sucesos casi
simultáneos con gran semejanza entre ellos: en ambos, un progenitor asesina a
su propio hijo con la intención de hacer daño a su cónyuge, eso que se denomina
violencia vicaria, pero entre ellos, no obstante, existe una pequeña
diferencia, que, en el caso de Oliva y Anna, el presunto asesino es el padre,
mientras que, en el caso de Yaiza, la asesina confesa es la madre, y esta
pequeña diferencia es aparentemente el motivo de que la muerte de Olivia y la
desaparición de Anna hayan dado lugar a declaraciones de personalidades y
manifestaciones numerosas mientras que la muerte alevosa de Yaiza prácticamente
ha pasado desapercibida.
El caso de las niñas de Tenerife ciertamente
ha despertado un interés colectivo, por el empeño que puso su madre en publicar
fotos y vídeos de sus hijas con el fin de que la opinión pública no se olvidase
de su desaparición, pero esto no debería ser relevante a la hora de juzgar
sobre la gravedad de los acontecimientos, y ambos acontecimientos son, en
efecto, ejemplos de violencia vicaria y deberían merecer la misma condena de la
opinión pública, pero, entonces, ¿por qué se clama por doquier contra la maldad
de Tomás Gimeno mientras que la maldad de Cristina Rivas únicamente ha merecido
un comunicado de pésame del ayuntamiento de Sant Boi de Llobregat y el pronto
olvido de los medios de comunicación, que apenas se han ocupado de semejante
felonía? La respuesta cabe encontrarla en los intereses de aquellos que
controlan el discurso, y que son en definitiva quienes determinan qué
comportamiento es perverso y qué comportamiento simplemente es un acto
deplorable, pero comprensible.
Siempre ha habido controladores del discurso
y del juicio moral al servicio del poder. Durante siglos, la Iglesia Católica
ha desempeñado este papel, pero hoy en día su mensaje tiene poca trascendencia,
como demuestra el hecho de que la Iglesia defienda que el aborto va contra los
derechos humanos –lo que, además, es de sentido común, porque el nasciturus es humano– y, en cambio, la opinión
mayoritaria de hoy en los países de tradición cristiana es que más bien la
práctica del aborto es ella misma un derecho humano, o, mejor dicho, femenino.
Esto que acabo de exponer nos permite descubrir quiénes son los actuales
controladores del discurso.
Dichos controladores son los políticos que
sostienen una ideología buenista y que emplean todos los medios a su alcance
para mantenerse en el poder, convenciendo al pueblo de que lo correcto es sólo
lo que ellos propugnan; como ellos propugnan el feminismo, la consecuencia es
que los hechos aberrantes que merecen rechazo son los protagonizados por
varones, que ejercen una violencia de género contra las mujeres y
cotidianamente se lleva un registro público y publicado de todas las mujeres
que han sido víctimas de su compañero del sexo opuesto. Dado que hay que
insistir en la situación de opresión de ellas, no conviene reconocer de ninguna
manera que, en ocasiones, ellas también ejercen violencia, y, por eso, estos
actos como el acontecido en Sant Joan Despí se minimizan, y, a la vez, se
magnifican los actos protagonizados por hombres. El objetivo es crear agravios
a los que las feministas se acogen con el objeto de reclamar mayores cuotas de
poder para ellas, y para los varones que se aprovechan del discurso
reivindicativo del papel político de la mujer con el fin de obtener más votos
femeninos. En realidad, nuestro orden político hace mucho que dejó de
discriminarlas, como prueba el hecho de que la mitad de los miembros del
gobierno presente sean mujeres, sin embargo, se saca rédito de este discurso y
de los agravios que crea, con la triste consecuencia de que discrimina a los
varones y es injusto con las víctimas de lo que podemos llamar violencia de
género feminista.
Habrá quien califique este artículo como
machista, que es una manera de no decir nada, sino de pegarle una etiqueta
reprobatoria que sirva, una vez más, para controlar el discurso.
22 de junio de 2021.