El recuerdo más antiguo que conservo en mi memoria toca todos mis sentidos: el tacto algodonoso de la grasa disuelta en la benzina, la pestilencia del taller, el gusto salado de mis lágrimas, las voces de padre ‑¡no es así, no es así, pon más cuidado, leche!- y la vista de las piezas de acero asomando de la porquería que flotaba en la batea. Yo tenía que dejarlas resplandecientes, porque a los cuatro años que tendría por entonces ya debía empezar a pagar la deuda de haber sido parido en aquel infame pueblo del demonio.
No sé si nací para mecánico, y aún menos si habría sido capaz de ganarme la vida de otra forma, pero si te alumbran en el chamizo de un herrero, en un hosco poblachón de la Siberia extremeña, y tu hermana mayor es mongólica de solemnidad, el pequeño tonto del culo y tu padre rara vez llega lúcido a la siesta, no te queda otra que aprender el oficio cuanto antes, porque con lo que saca madre de coser, zurcir, arreglar y remendar, y los cuatro huevos que alguna vez ponen las gallinas, ya desde antes de la primera comunión tienes claro que, o espabilas, o a la confirmación no llegas.
El que no llegó a la mía fue padre, porque la carrera entre su cirrosis y mi devoción tenía el ganador cantado desde antes de calar mi primer diferencial. Yo tampoco llegué, por cierto; montar un grupo cónico a fuerza de hostias te hace comprender que no hay Dios, o que si lo hay no es de fiar, de modo que te apuntas a 'es que no tengo tiempo, padre, hay mucho trabajo en el taller', y te das de baja en ir a misa, y es que la fe, por sí sola, no es capaz de compensar el inmenso rencor que acumulas en tu mente a poco criterio que padezcas. No sólo es por la pena de ni saber de qué color fueron tus uñas, sino de comprender que no vas a ser alto, ni guapo, ni esbelto, que a fuerza de gachas, berzas y garbanzos llevas el peor de los caminos en la cosa de la estética, y que las niñas del pueblo, a las que prefieres no mirar, no tratar, no hablar, unas te llaman Culo de Vaca y las otras Enano Saltarín.
Que padre la espichara fue un alivio para todos...
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Gracias por contarnos las aventuras de este chusquero mecánico bajito y culigordo.
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