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21 abril 2019

CONSCIENCIA E INTELIGENCIA ARTIFICIAL

...POR KURT SCHLEICHER



    INTRODUCCIÓN

     La Consciencia humana lleva siglos tratando de ser comprendida por los filósofos y más recientemente por los científicos. La Inteligencia Artificial (IA) es más moderna y ha cogido cierto protagonismo desde que somos capaces de utilizar el manejo masivo de datos (Big Data) y por su irrupción en los medios de difusión. Ambas tienen en común que su interpretación es de lo más variopinta; en mi opinión, en el futuro debieran ser capaces de complementarse.
   Quiero advertir que este artículo representa mi opinión personal extrapolando hacia el futuro lo poco que sabemos y que de ninguna manera pretendo “dogmatizar” al respecto. Me limito a exponer nuevas posibilidades y sacar algunas conclusiones de ellas, abriendo ventanas a un posible futuro, cada vez más cercano.

   Tratar de entender la consciencia y su funcionamiento es todo un reto. Personalmente creo que es explicable neurológicamente, pero su complejidad es tan enorme que se nos escurre de entre los dedos y seguimos buscando explicaciones y soportes fuera del cerebro tendiendo a separar mente y cerebro. Yo creo que no es necesario; el cerebro es lo suficientemente complejo y “potente” como para saber gestionar lo que precise la consciencia humana; gracias al mapa neuronal, el conectoma humano, podríamos decir que aprende por sí misma a base de conexiones generando constantemente nuevos nodos neuronales, cada uno de ellos asociado a la percepción. Un nodo por sí mismo no es capaz de generar conciencia ni de sostener la noción de individualidad, pero los nodos se activan y desactivan en función de una serie de “coaliciones de neuronas” que son las que amplían la capacidad cerebral y generan la conciencia de los procesos subjetivos y del entorno.

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12 comentarios:

  1. ¿Dónde termina la conciencia? ¿Después de la muerte? Parece que ahora este principio está cuestionado.
    Querido Kurt, muchas gracias por el artículo y por mencionar el conflictivo artículo previo que publiqué en este blog: “El cerebro vive en la ficción” que provocó algunos comentarios muy interesantes por parte de José Enrique García Pascua sobre la explicación filosófica de lo que es real más allá de los límites de la ciencia.
    Un comentario que me pareció particularmente interesante fue la referencia a "cogito, ergo sum": yo, el que piensa, existo, pues, si no, ¿quién sería el depositario de mis sensaciones y de mi conciencia?
    Pues bien, parece que la polémica sobre dónde empieza la conciencia más allá del individuo vuelven a ser actualidad con un nuevo logro conseguido este mes por neurocientíficos de la Universidad de Yale. Estos científicos han logrado mantener cerebros vivos sin el cuerpo durante varias horas. El cerebro mantenía sus funciones en ausencia de otros órganos, él solito. Teniendo en cuenta que el cerebro coordina la conciencia y el subconsciente, el debate está ahora abierto sobre el concepto de entidad, individuo, vida, muerte y conciencia.
    Por ejemplo, ¿qué puede ocurrir al trasplantar el cerebro de una persona a otra? Todavía está algo lejos de suceder, pero este nuevo logro nos acerca a un aspecto hasta ahora impensable.
    Saludos afectuosos.
    Raquel Marín

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  2. Muchas gracias, Raquel, por tu interesantísimo comentario; me has dejado con la boca abierta con lo de mantener el cerebro vivo durante horas. La verdad es que me pregunto cómo diablos lo han hecho, porque a las bravas no dura tanto tiempo vivito y coleando.

    Veo que opinamos igual con respecto al papel del cerebro respecto a la consciencia, pues afirmas que en efecto el cerebro coordina la consciencia y el subconsciente; ahora, como bien dices, surgen nuevas preguntas respecto a la entidad del cerebro al seguir vivo un tiempo considerable tras la muerte del cuerpo en el que mora. Lo que se me viene a la cabeza es que el pobre cerebro no puede seguir viviendo él solito si el suministro de oxígeno etc. se interrumpe al dejar de funcionar el cuerpo en el que es huésped, pero que sería una magnífica oportunidad disponer de todo ese tiempo para "enchufarle" a unos medios de suministro artificiales que prolongasen aún más ese tiempo. Quizás sea algo así lo que hayan hecho. Esto podría ser el principio, en efecto, de un eventual trasplante para darle a ese cerebro un cobijo más apropiado, restaurando de un modo más lógico el suministro de lo que necesite para seguir vivo con cierta autonomía. Habrá que esperar a que eso sea factible, por supuesto.

    Por cierto, me apunto como candidato corpóreo para recibir un trasplante de tu cerebro y que así me transfieras de una tacada todo lo que sabes, aunque por otro lado espero que aún falte mucho tiempo para pensar en eso...

    Tras todo esto, pienso que Mary Shelley, la creadora del monstruo de Frankenstein, se ha ha quedado corta. Impresionante.

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  3. La larga tradición que, partiendo de la sabiduría hindú, llega a la filosofía griega y, por su intermediación, hasta la religión cristiana afirma que lo propio del ser humano –su personalidad, su pensamiento y, desde luego, su autoconciencia– reside en el alma inmaterial e independiente del cuerpo, y que aquélla sobrevive a éste; sin embargo, tenemos suficientes conocimientos acerca del funcionamiento del psiquismo humano como para concluir que no es en absoluto independiente del organismo en que reside, sino que no sólo está determinado por la actividad fisiológica, sino también por la influencia que el entorno ejerce sobre él a través de los sentidos, ¿qué funciones puede entonces mantener por sí mismo un cerebro en una probeta? A lo sumo, sería la memoria de su pasado, pero se le terminó la vida anímica en que consiste el desarrollo de la conciencia y los referentes con que contrastar sus recuerdos, así que cabe suponer que hasta esa memoria se le borrará.
    Análogamente, el trasplante del cerebro de una persona a otra por obra del Dr. Frankenstein anulará la personalidad del donante a causa de habérsele cambiado las circunstancias en que se había generado, ¿nacerá entonces una nueva criatura, el monstruo de Frankenstein?

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    1. En mi opinión, lo que desde siempre llamamos alma es parte de nuestra consciencia, que a su vez todo indica estar gestionada por el cerebro, que es donde reside el "yo" o al menos es donde tenemos consciencia de él. Simplificando un poco, el cuerpo no es más que algo material que está asociado y proporciona vida al cerebro. Trasplantando éste a otro cuerpo y si hemos logrado mantenerlo vivo y en buenas condiciones, lo que trasplantamos también de paso al otro cuerpo es nuestro propio yo y "toda su circunstancia". No tiene por qué haberse borrado nada de nuestra memoria. Por eso precisamente me ha parecido tan interesante lo que nos ha contado Raquel, pues abre varias interesantes ventanas hacia el futuro. Es evidente que si el alma tiene una cierta entidad de consciencia, se trasplantará junto con el cerebro. Cuando despertemos en el otro cuerpo, seremos los mismos, salvo por alguna percepción distinta, naturalmente.
      Lo de Frankenstein era tan sólo un símil, pues de monstruo, nada, salvo que el "yo" trasplantado haya sido el de un malvado asesino, como me parece recordar de la novela.

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    2. Curiosamente, el cerebro en la probeta es capaz de recibir y procesar nuevos estímulos, lo cual es aún más fascinante. Ello podría representar una nueva forma de estímulo y percepción inducidos que provocarían nuevas respuestas neuronales que no estarían basadas en experiencias previas. De hecho, el objetivo inicial de conseguir aislar el cerebro y mantenerlo vivo no venía por inspiraciones propias de Frankestein sino ante la posibilidad de generar un nuevo modelo ex vivo en el que inducir tratamientos farmacológicos y observar sus efectos como un todo. Por otra parte, la estimulación magnética transcraneal (esta sí más inspirada en Frankestein) está consiguiendo mejorar precisamente lo que comentas, es decir la memoria evocada. Un nuevo estudio demuestra que con tan solo 20 minutos de estimulación en personas septuagenarias conseguía devolverles a las capacidades de la memoria de trabajo de personas con 40 años menos. La combinación de ambas técnicas pueden llevarnos a otra dimensión aun sin explorar de la autonomía de funcionamiento del cerebro. Muy divertido, sin duda.
      Abrazos.
      Raquel Marín

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    3. Pues sí, no está nada mal, en especial para nuestra "añada" del 47. Pensar que en caso de fallarnos la estructura corporal se nos presentase una nueva oportunidad para nuestro aislado cerebro a base de nuevos estímulos con beneficios dobles en tanto esperamos que nos encuentren un nuevo cuerpo en el que aposentar nuestro "yo" y así renacer un poquito, parece ser algo muy atractivo. ¿Llegaremos a tiempo?
      Y si a la vez del trasplante del cerebro hay que realizar también un cambio de cara además de un cuerpo decente, me pido a Brad Pitt, que es también rubio. Con la experiencia acumulada y la estimulación magnética transcraneal devolviéndonos una memoria de trabajo de los treinta años y encima estando jubilado con todo el tiempo del mundo, ¡menudo futuro nos aguarda!
      Gracias, Raquel, por proporcionarnos tales esperanzas. Soñar no cuesta nada.

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    4. Si se puede elegir, preferiría a Nacho Vidal...

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  4. A nuestros años, tras una larga vida de darnos de bruces con la realidad y teniendo aún la cabeza sobre los hombros, me pregunto si aún es posible creer en eso tan bonito y tan poético del 'alma inmaterial e inmortal'.

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  5. Hombre, entendiendo por alma la parte bonita de nuestra consciencia, ¿por qué no va a existir? Sería algo etéreo, claro, no una especie de fantasmita blanco en forma de paloma que nos abandona cuando morimos. Para mí, el alma es algo independiente de la religión, doctrina o creeencia de cada uno y más bonita será cuanto mejores seamos nosotros. Al final es lo mismo que el "Karma" de los hinduistas. El misterio es qué será de ella cuando nuestra consciencia desaparezca con la muerte del cerebro; ¡quién sabe si la física cuántica nos puede volver a echar una manita para resolver esta pregunta sin tener que recurrir a la religión!

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    1. Ya que hemos entrado plenamente en el terreno filosófico, conviene recordar algunas enseñanzas de los antiguos. El alma –desde luego, inmaterial y quién sabe si inmortal– no es otra cosa que la sede de nuestra identidad, de nuestro yo, y, por lo tanto, la que rige nuestra consciencia. Para el pensamiento griego (pitagórico y platónico), lo que prima es la propia identidad y, si el alma sobrevive a la muerte, se reencarnará en otro ser sin perder ni un ápice de su esencia aun si, procediendo de un hombre, se instala en un animal, idea que, adoptada y transformada por el cristianismo, se convierte en la salvación (o condenación) para toda la eternidad tras la muerte de ese hombre único a quien Dios había dotado al nacer de un alma única. En cambio, para el hinduismo y el budismo no está tan claro que a través del tiempo se mantenga la identidad del alma, y por eso hablan más bien de karma, la ley que rige el mundo y la vida moral. El karma de cada uno de nosotros dicta que nuestro destino dependa de nuestro actos del pasado, pero no exactamente porque nos condene a la predestinación durante nuestra vida presente, sino porque es una ley que determina qué clase de reencarnación merecerá nuestro comportamiento actual en la próxima vida, mejor o peor, aunque lo que pervive de nosotros no es ninguna identidad, sino el flujo vital –regido por el karma– que nos acompaña eternamente.
      Ahora, nos tenemos que fijar en lo que aprendemos de la neuropsicología contemporánea, la que nos dice que la actividad mental se desarrolla gracias al intercambio de neurotransmisores entre neuronas y que esta actividad viene propiciada por la información que, a lo largo de nuestra vida, recibimos del medio a través de los sentidos, por lo tanto, si la conciencia y la identidad residen en el cerebro, están mediatizadas por nuestra neuronas y por nuestra corporeidad. En un hipotético trasplante, el cerebro conservaría sus neuronas y, con ellas, acaso la memoria, pero empezaría a interactuar con un nuevo cuerpo dotado de un genoma diferente modelado por las experiencias que el receptor hubiera tenido a lo largo de la vida, así que no parece improbable que surgiera un conflicto entre cuerpo y alma, y la criatura enloqueciese, como en la historia de Mary Shelley.

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    2. En mi opinión, el alma es un concepto antiguo asociado a la consciencia, sencillamente por el desconocimiento de esa propia consciencia, de su entidad y su trascendencia incluso fuera del mundo físico del cerebro. En esto se ha avanzado algo, pero en síntesis seguimos igual; si hoy se asume que la consciencia se rige por el cerebro, el alma es parte de esa consciencia y asumimos por otro lado al alma como depositario fundamental de “ése yo” que somos nosotros, nos surgen unas cuantas preguntas sin respuesta todavía, abriendo así el melón de la especulación. Si el alma es inmortal como a nosotros nos gustaría que fuera, ¿a dónde va tras la muerte física? ¿Cómo lo hace? Echando mano de la física cuántica junto con el concepto del universo, que ha crecido “exponencialmente” incluyendo realidades fuera de nuestro entendimiento y que incluso se nos plantea la posibilidad de estar conviviendo con varios universos que no percibimos, se nos abren nuevas posibilidades para dar respuestas a esas preguntas trascendentales. ¿Es realmente el mundo tal cual lo perciben nuestros sentidos? No nos impongamos limitaciones innecesarias, me digo yo, ni nos cerremos en banda rechazando sin más lo que aún no se puede demostrar.

      Por el trasplante de cerebro: los avances en las técnicas de trasplantes de órganos han avanzado mucho en estos últimos años, pero siguen dependiendo de cómo engañar a nuestro propio sistema inmunitario. Van de la mano de los inmunodepresores y su evolución, que a lo mejor va más despacio que la de los trasplantes como tal. En cuanto al cerebro, lo más difícil es la reconexión del nuevo cerebro a la médula espinal al añadir la problemática de la reconexión de las neuronas, que encima son muy delicadas y si se dañasen en ese proceso, ya no se pueden reconectar ni reemplazar, si bien se están desarrollando actualmente terapias con células que permitan la regeneración de neuronas. Sumando esto al problema del rechazo, nos encontramos que hay que desarrollar inmunodepresores que lo hagan factible.
      Se me ocurre otra dificultad, precisamente tras haber leído el libro de nuestra Raquel Marín, y es la conexión cerebro-intestino, “nuestro segundo cerebro”, y las dependencias mutuas que existen entre ambos. Raquel nos dice que el intestino se comunica con el cerebro por tres vías: los vasos sanguíneos, el plexo nervioso entérico con sus millones de neuronas y el sistema inmune. Si pretendemos conectar al nuevo cerebro con el viejo intestino, se nos abren, pues, nuevos retos. La cosa parece bastante complicadilla, desde luego. Lo único que nos ha aportado la posibilidad de mantener el cerebro vivo por mucho más tiempo, es precisamente eso: tiempo para la realización del trasplante.
      Personalmente no creo que el genoma humano dificulte un eventual trasplante de cerebro más que las dificultades ante-expuestas, ni que el receptor se pudiera “volver loco” por este motivo; las experiencias vitales se recogen en el cerebro y creo que los cambios habidos en el cuerpo antiguo es algo a lo que el nuevo cerebro sería capaz de adaptarse (existe la neuroplasticidad, que me figuro ayudaría en esto).
      En cualquier caso, queda mucho por hacer en la investigación científica de las condicionantes que posibiliten un trasplante de cerebro.

      Volviendo a la filosofía o metafísica, consiguiendo esto, el Hombre habrá rizado el rizo: extender su “yo”, su alma, a la eternidad, logrando que sea inmortal sin necesidad de “salirse” de nuestro propio mundo. Por cierto, trasplantar nuestro cerebro a otros cuerpos o incluso a cyborgs mixtos hombre-máquina, también resolvería una forma de abandonar nuestro malgastado planeta y encontrar en otro mundo a muchos años luz un lugar donde empezar de nuevo (y no volver a fastidiarla…).

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    3. La importancia del intestino y su influencia sobre la mente está convirtiéndose en un tema de extremada importancia. Incluso durante la gestación podríamos estar determinando la salud cerebral futura según los tipos bacterianos que heredemos de la madre. Los "malos" microorganismos se asocian con un mayor riesgo de autismo, peor desarrollo cognitivo, TDAH y obesidad. Os paso los vínculos a los artículos por si os interesan.
      Un fuerte abrazo.
      Raquel Marín
      Analizar las tripas para saber cómo está la mente
      http://www.raquelmarin.net/come/analizar-las-tripas-para-saber-como-esta-la-mente/
      Nacer por cesárea puede afectar la salud futura
      https://www.huffingtonpost.es/entry/nacer-por-cesarea-puede-afectar-a-la-salud-futura_es_5cc70fc0e4b0fd8e35bfb4eb

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