PÁGINAS

30 mayo 2024

CRISIS Y KATHARSIS

...POR JOSÉ MANUEL SANZ

CRISIS (del griego): Coyuntura de cambios KATHARSIS, (del griego): Purga, Purificación Un gran amigo me mostraba hace unos días, apesadumbrado, sus dudas sobre si la Humanidad, (se refería al mundo occidental sobre todo) sería capaz de aprender algo de esta situación. Piensa, y coincido, que la crisis de valores seguirá poniendo niebla a nuestros ojos y que sólo la economía hará reaccionar al mundo para solucionar el problema….económico. Y que, por tanto, el único optimismo posible para encontrar una solución se basa en el pesimismo de que solo los factores económicos seguirán moviendo los hilos del mundo (digo hilos y me veo marioneta). Hace mucho tiempo que los problemas sociales se miden en euros o en dólares y no en respuestas para recuperar la dignidad. Me parece verdad lo que dice, sobre todo porque la solidaridad de los que arriesgan su integridad por salvar a otros y la sentida en los aplausos de los balcones es la expresión (eso sí, con algunas notables excepciones) de la gente normal, no de los poderosos. A los que mueven los hilos las manos les funcionan de otra manera. Curiosamente Adam Smith, uno de los padres de la Economía, afirmaba que la simpatía y la compasión son tan innatos en el ser humano como la búsqueda del interés personal. No lo dudo, pero al menos en nuestro mundo reina éste, mientras aquellas se reducen generalmente a momentos puntuales, emocionales, señalados muchas veces para justificar-o disculpar- las más extensas y normales acciones interesadas. No faltan motivos para pensar así porque el ser humano ha dejado ver normalmente ese rastro de egoísmo a lo largo de la Historia. Hoy mismo flota en el aire la amenaza de que acabemos con el mundo conocido por hacerlo inhabitable. Y es que el individuo, agrupado en tribus y después- con más o menos naturalidad -en naciones (donde laten todavía los conflictos propios de la tribu) ha conseguido resonar ese egoísmo haciéndolo más extenso, eficaz y peligroso. Se ha visto muchas veces antes, se ve en el tema de los refugiados hoy y se está viendo igualmente en esta crisis. Pero quiero ver y así se lo he señalado, algunos claros entre las nubes: Es cierto que el pensamiento fluye en todo tiempo pero, en “la normalidad”, pocos hacen caso de los pensadores, creadores y poetas, ni siquiera cuando señalan o anticipan derivas que no nos llevan a buen destino. Sin embargo, todos los acontecimientos que han sacudido a la Humanidad, como ha ocurrido con las grandes guerras, han supuesto catarsis de purga o purificación de las cosas que nos condicionan, siendo reveladoras de otras posibilidades y caminos que alguna vez se abandonaron para mal. Lo reconozco como deseo y esperanza, pues como pronóstico no podría disimular las dudas: La única purificación auténtica sería un cambio profundo que pusiera la importancia de lo económico en su lugar y elevara lo verdaderamente útil y beneficioso para los superiores valores del ser humano. Pero a veces los cambios grandes empiezan por pequeñas cosas y al menos, hasta que esto que vivimos hoy desaparezca como presente en la memoria, tal vez sí queden huellas y signos positivos, algo que podamos echar a rodar nieve abajo: Quizá la convivencia continuada, en lugar de acentuar problemas, haya favorecido la comunicación y la necesidad de compartir cosas y quehaceres cotidianos, actuando en favor de una igualdad real. Tal vez los hijos y los padres se han reencontrado. En el caso de los más pequeños sentir más su presencia y para los padres tener oportunidad de conocerles mejor y disfrutar más tiempo de ellos. También es posible que, en la estrecha convivencia, hayan podido apreciar y reflexionar sobre algunas carencias en su educación y sus causas, producto de una sociedad que empuja a divergir los caminos desde muy pronto, favorece los pequeños egoísmos y no ofrece los mejores ejemplos. Los más jóvenes y también los niños puede que sean más conscientes de que en la vida pasan cosas, que hay que prepararse para ganar la batalla porque nada se regala. Y que la solidaridad es imprescindible. Puede que todos recuperemos la sensación de fragilidad, tan necesaria. Muchos habrán comprendido mejor lo que significa la soledad y lo que representan la cultura y las aficiones como magnificas compañeras. Puede que la distancia nos haya permitido reconocer también la auténtica amistad y los afectos que más deseamos recuperar. Tengo la esperanza de que esto nos haya hecho crecer un poco. Crecer hacia dentro que es hacia donde hay que crecer. Y esto es un deseo, tampoco un pronóstico: Tal vez entendamos que debemos elegir a los políticos entre los mejores gestores de la cosa pública y no entre los más simpáticos o más altos (o bajos) ni mucho menos a los de un partido por rechazo del otro o por odio absurdo almacenado. La democracia es un buen invento, pero para que funcione es imprescindible que los partidos se disputen entre si presentar y ofrecernos a los mejores en capacidad y honradez. Si muchas o algunas de estas cosas empezaran a cambiar, habríamos ganado este tiempo. Algo habríamos aprendido verdaderamente.

(Imagen: escultura de Eduardo Barrón, “Sobre la vida feliz” Seneca y Nerón)

Jose Manuel Sanz. 2021  

21 mayo 2024

LIMITES ( REFLEXIÓN TRAS LA PANDEMIA )

 ...POR JOSÉ MANUEL SANZ

Parece que (los privilegiados del llamado primer mundo) perteneciéramos a unas generaciones que, en general, han preferido vivir sin pensar lo que se vive. Sólo viviendo o simplemente haciendo, como si nos hubieran puesto ahí un buen día para iniciar un recorrido sin fijarnos demasiado en lo que nos rodea. Mirando sin ver. Hacer sin pensar del todo en lo que hacemos.

Vivir con sensación de no tener límites. Sin límite en las costumbres, en el acceso a bienes de todo tipo, en la posibilidad de desplazarnos, con pocos límites en la ciencia, desdibujando los límites de la educación, ejerciendo, sin límites, nuestra voluntad de hacer o no hacer. Confundiendo tantas veces esto con el concepto de libertad.

Sobrados en nuestra sensación de infinitud, hemos vistos lejos, desde este primer mundo, los problemas de otros como ajenos, por graves que fueran, incluso cuando esos “otros” estaban más cerca. Como he dicho en alguna ocasión “el mundo como noticias de un telediario”.

Insensibilizados o al menos poco conscientes, hemos tenido que dedicar “días” especiales, como si nos zarandearan o despertaran del letargo, para recordar a la madre, al padre, la mujer, el colectivo lgtbi, la violencia de género, los refugiados ….. Incluso en la Navidad parecemos concentrar todas nuestras intenciones mejores hacia esos “otros”, a quien ignoraremos en enero, en una extraña mezcla, quien sabe en qué proporción, de afecto y complejo de culpa.

La rutina que ve deslizar los días y superponer los viernes sin darnos cuenta nos hace sentirnos en un paisaje monótono en el que casi nunca pasa nada. Vemos la Historia con cierta admiración y hasta envidia hacia los que vivieron hechos excepcionales, tal vez porque, espectadores cómodos y a salvo por su lejanía, son “los otros” los que la vivieron. Habremos escuchado calificar con demasiada facilidad de “histórico” cualquier acontecimiento eventual o de puntual importancia que destacaba en la plana normalidad, en un deseo, tal vez, de no pasar sin involucrarnos o pertenecer a momentos recordables. Algo nos correspondió en aquellas tragedias lejanas o cercanas de los fatídicos atentados yihadistas.

La generación de mis padres y abuelos, sin embargo, vivió y sufrió con intensidad, en un periodo de poco más de 30 años, el horror de una gripe que causó entre 40 y 50 millones de muertos, de dos guerras mundiales largas y sangrientas y una terrible guerra propia. Sobrevivieron (los que lo hicieron) al miedo y la tragedia.



Este día precioso de primavera, el más largo de sol hasta ahora, presenta las calles vacías y un paisaje extraño como de película catastrofista americana hecha realidad.

Asistimos, incrédulos, a un hecho verdaderamente histórico: Un bichito minúsculo e invisible es capaz de desmontar nuestra seguridad y arrogancia. Y hacer tambalear nuestro tinglado económico.

Las ventanas y paredes de nuestras casas son ahora los límites de la ciudad. Una ciudad que prefiere estar sola porque le apestamos.

La casa era refugio frente a lo público. Lo público se defiende ahora de nosotros y nos encierra en ella.

Las últimas generaciones, que han vivido momentos duros en lo económico pero que desde la caída del muro de Berlín han disfrutado esta larga “segunda Belle Époque “, ya tiene “su guerra” (confiemos que única) y pueden contar la batalla a sus descendientes.

La Humanidad, confiada, desprevenida y sorprendida ante su insospechada fragilidad ha visto, atónita, perdida su coraza de seguridad inviolable.

No sé quién decía que los humanos nos caracterizamos por nuestra capacidad de “ensimismamiento” -es decir de recogernos en nuestros pensamientos – y de reflexión, es decir pensar sobre lo hecho y lo pensado.

Pero puede que esos límites infinitos de los que hablaba al principio hayan dispersado esa capacidad de reflexión y puede entonces que estas paredes cercanas nos ayuden o nos fuercen ahora a “reflejar” nuestros pensamientos.

Porque esta es una oportunidad para replantearnos muchas cosas de un mundo que tiene desviados sus objetivos y olvidados valores que no deben perderse. Algunos de esos valores se muestran en la gente que está luchando contra reloj y sin descanso por salvarnos, y se asoman a los balcones de los que les aplauden agradecidos. Pero hay mucho, mucho más que hacer y pensar sobre lo que no estamos haciendo bien.

También los límites estrechos nos permiten encontrarnos con los otros, que esta vez son los nuestros, y reconocernos. Y abrir los ojos de los niños y los más jóvenes a que la vida es un derecho que no se regala, sino que se conquista.

Tal vez esas paredes sean también un límite que nos obligue a frenar una carrera alocada hacia ninguna parte, recuperar la realidad frente a la apariencia y encontrar el “tempo” para la imaginación y las ideas que necesitamos para superar los retos que se nos plantean. Para convencernos de que lo podemos hacer y sobre todo, encontrar cómo hacerlo.

Porque la pregunta clave es qué pasará cuando volvamos a la “normalidad”. Qué sacaremos y que quedará de esta experiencia.

Cuando vuelvan a abrirse las puertas ¿sabremos no huir?

Jose Manuel Sanz, 30.03.2020

19 mayo 2024

LA SEXALESCENCIA

 ...por Vicente Ramos

¿Y nosotros que somos; sexOlescentes, Heptalescentes u Octolescentes?

Me encuentro con este concepto acuñado por el escritor ecuatoriano Manuel Posso Zumárraga, especialista en políticas públicas y de seguridad social, y os copio a continuación algo de lo encontrado.


En un mundo donde la juventud es idolatrada, surge un grupo que está rompiendo todos los moldes. Los sexalescentes, adultos mayores de 60 años, están desafiando las normas convencionales y redefiniendo lo que significa envejecer. Con una energía inagotable y un deseo de vivir intensamente, este grupo demuestra que la vida realmente comienza después de los sesenta.

Lejos de retirarse a un segundo plano, los sexalescentes abrazan cada día con entusiasmo y pasión. Equipados con habilidades tecnológicas y una mentalidad progresista, están dispuestos a explorar nuevas oportunidades y a seguir contribuyendo de manera significativa a la sociedad. Estos pioneros están forjando un nuevo camino y demostrando que la edad es solo un número.


«Reinventando la Tercera Edad: El Auge de los Sexalescentes»


La sexalescencia, un término acuñado por el Dr. Manuel Posso Zumárraga, describe a un grupo demográfico emergente de adultos de 60 años o más que desafía las convenciones tradicionales asociadas con la edad. Estos individuos, tanto hombres como mujeres, son pioneros de una nueva etapa de la vida, caracterizada por su dominio de las nuevas tecnologías, su mentalidad progresista y su deseo insaciable de disfrutar cada momento.

Lejos de identificarse como personas de la tercera edad, los sexalescentes rechazan la noción de envejecimiento y abrazan la vida con un entusiasmo contagioso. Son ávidos aprendices, viajeros intrépidos y colaboradores activos en la sociedad, siempre dispuestos a forjar nuevas conexiones y a explorar territorios desconocidos. Su independencia y autonomía son pilares fundamentales de su identidad, ya que han tomado las riendas de su destino y se niegan a ser definidos por estereotipos anticuados.

Esta generación, que ha dejado atrás la palabra «sexagenario», ha redefinido el significado del trabajo. Muchos de ellos han descubierto su verdadera vocación y se ganan la vida haciendo lo que aman, lo que les permite sentirse realizados y plenos. Algunos ni siquiera consideran la jubilación, mientras que aquellos que ya se han jubilado disfrutan de cada día sin temor al ocio o la soledad. Han aprendido a valorar el tiempo libre después de años de arduo trabajo y responsabilidades familiares.

Las mujeres sexalescentes, en particular, han experimentado una evolución notable. Han superado las expectativas impuestas por el feminismo de los años 60 y han forjado su propio camino. Algunas han optado por vivir solas, mientras que otras han incursionado en campos tradicionalmente dominados por hombres. Han estudiado junto a sus hijos, han sido madres jóvenes, periodistas, atletas o empresarias exitosas. Han desafiado las normas sociales y han creado su propia identidad única.

Tanto hombres como mujeres sexalescentes son expertos en tecnología y utilizan las herramientas digitales para mantenerse conectados con sus seres queridos y amigos. A diferencia de las generaciones más jóvenes, han aprendido a sopesar los riesgos y a aceptar las pérdidas con ecuanimidad. No se comparan con los jóvenes ni aspiran a tener la apariencia de modelos o atletas. En cambio, valoran la sabiduría, la experiencia y la autenticidad.

Este grupo demográfico está redefiniendo lo que significa tener 60 o 70 años. Son personas plenas física e intelectualmente, que recuerdan su juventud sin nostalgia y que miran hacia el futuro con optimismo. Celebran cada día, hacen planes para sí mismos y viven la vida en sus propios términos. La sexalescencia es una nueva etapa de la vida, llena de posibilidades y aventuras, que desafía las expectativas y celebra la vitalidad y la sabiduría que vienen con la edad.

La sexalescencia no es solo una palabra de moda, sino un cambio de paradigma en cómo percibimos y vivimos la edad madura. Es un llamado a la acción para abrazar la vitalidad, la curiosidad y la pasión por la vida, sin importar los años que tengamos. Los sexalescentes nos muestran que la edad es solo un número y que la verdadera juventud reside en el espíritu y la actitud.

En un mundo que a menudo idolatra la juventud y relega a los mayores a un segundo plano, la sexalescencia emerge como un faro de esperanza y empoderamiento. Nos invita a desafiar las expectativas sociales, a reescribir nuestras propias historias y a vivir cada día con plenitud y gratitud. La sexalescencia es un recordatorio de que la vida es un viaje continuo de aprendizaje, crecimiento y descubrimiento, y que nunca es demasiado tarde para reinventarse y perseguir nuestros sueños.