...Por Antonio Alcántara
Entre un
toro bravo y un perro hay muchas diferencias. Muchas pero no tantas como, en un
principio, podemos creer. Los
dos son animales
irracionales, domesticados por el animal racional, el hombre. Uno herbívoro, el
toro, mientras que el perro es carnívoro, mejor dicho, omnívoro. Feliz si pudiera comer lo mismo
que sus amos. Si el toro hubiera sido carnívoro, la fiesta nacional no
existiría y los toros estarían en los circos o no estarían.
Inteligencia no tiene ninguno de los dos pero listeza, sí. Y, en listeza, el
perro le da mil vueltas al toro. El perro es el animal más listo
de la creación. Desde el primer momento supo de qué lado se tenía que poner. Y decidió convertirse
en "EL MEJOR AMIGO DEL HOMBRE". Recordad la historia de Babe, el
cerdito que quería ser perro pastor
como única solución para sobrevivir. Si, ya sé que existe alguna cultura oriental que come
perros, pero son las menos.
Los dos,
toro y perro, tienen armas con las que defenderse, cuernos astifinos el toro y
dentadura fuerte el perro. Y, aunque hay perros de gran tamaño, éste, el tamaño, es un hecho
diferencial claro de ambos animales.
Y, ahora,
me vais a permitir que os presente a CURRO. Curro fue nuestro primer
"hijo", de Montse y mío. Nos acabábamos de casar y eso de tener
perro había sido uno de los grandes deseos de Montse. Cuando le decían sus
padres que qué quería por su santo o por su
cumpleaños ella respondía que un PERRO VIVO, pues harta estaba de los
de peluche.
CURRO era,
antes de deciros la raza, RAMIREÑO. Nació en los primeros días de
1971 y lo hizo en una de las pequeñas cuevas que lindaban con el canalillo que
estaba frente al Internado Hispano Marroquí en el Instituto Ramiro de
Maeztu. Yo decía que era braco de raza, pero era algo
mestizo. Su madre, a la que llegué a conocer,
era bastante grifón. Curro era un perro guapo. De color marrón intenso y con
corbata blanca que indicaba su mestizaje. Y bueno. Fue un buen amigo. Montse lo
crió a biberón, que hervía previamente. Curro,de alguna manera, sirvió
a Montse de entrenamiento para la que se le iba a venir encima. Montsita en el
72, Juan Antonio en el 74, Beatriz en el 76 y Pepe, el último, en el 79. Curro fue un
ejemplo claro de las bondades de criar a los hijos en compañía de un perro.
Cuando llegaba la hora de la merienda y los niños se sentaban en el suelo a ver
dibujitos en la tele, él se sentaba junto a Juan y,
apoyando su cuerpo en el del niño, se dejaba pasar el brazo de Juan por encima,
como dos amiguetes. Y, además de los dibujitos, algo de merienda caía.
Y a lo que
vamos.
Curro pasó largas
temporadas en una casa que, por aquellos entonces, tenían los padres de Montse en la
Moraleja. Allí pasábamos los veranos. El cuidado jardín de
aquella casa era "su territorio", pero en cuanto veía la
puerta de la parcela abierta, el puñetero perro se escapaba y volvía al
cabo de las horas hecho una guarreria.
Y de lo
que os voy a contar ahora tengo testigos. Que Luis Herraiz y Ángel Gómez
Ganzo vinieron alguna vez a pasar la tarde con nosotros.
Curro tenía una
pequeña alfombrilla de pelo largo en la que dormía, con la que jugaba y a la que,
si era menester, se pasaba por la piedra. Alfombrilla para todo.
Y, con
aquella alfombrilla, doblada por la mitad, para que cogiera dureza, en el césped cuidado del jardín de aquella casa, Curro y yo
jugábamos a torear. Con la mano izquierda le adelantaba aquella especial
muleta, Curro esperaba el cite y embestía persiguiendo su alfombrilla
que daba gusto. Terminada la serie con el de pecho, Curro esperaba, jadeante,
la siguiente. Estaba jugando conmigo a ver si me quitaba su cama, su juguete,
su novia. Cuando conseguía pillarla montaba la de dios. "Te la
quité"
Alguna vez
que Luis o Ángel lo intentaron, Curro tardó un suspiro en engancharles la
alfombra. Si hubiera sido un toro, cogida segura.
Y ahora,
hablemos del toro bravo.
Tranquilo
en su hábitat natural, la dehesa. Suele estar agrupado con sus compañeros, si
hay que correr un poco se corre, si hay que comer, se come. Admite con
naturalidad la presencia de otros animales como el caballo o el perro y la
presencia del ser humano tampoco le incomoda. Como si creyera que el ser humano
está ahí, a su servicio. Echa de menos a
las chicas, cosa que comentan entre ellos con frecuencia. Se habla de un abuelo
que, tras un viaje a un lugar desconocido, al regresar, lo rodearon de
chavalas. Y no saben más.
Hasta que
un toro bravo sale a la plaza por la puerta de toriles ha tenido que recorrer
un camino no demasiado agradable para él. Ha visto como, sin venir a cuento, era
separado del grupo grande en el que se encontraba a gusto. Ahora son sólo
seis-siete-ocho. Y no todos sus mejores compis. Lo han metido en un sitio
estrecho, incomodo, que, además, se mueve. Como si estuviera
yendo a algún sitio. Pasado un tiempo, eso que se mueve se para, lo bajan y se ve
con el resto en un sitio cerrado, que nada tiene que ver con el campo abierto
del que le han sacado. El colorao le ha dicho no sé qué y, como están inquietos,
a la primera que salta, se han medio pegado. Poca cosa. Y, de repente, le echan
agua, bastante fuerte, por encima. Lo introducen, de nuevo en un lugar muy
estrecho y oscuro y espera. Por lo menos eso no se mueve.
De pronto,
suena una especie de música, se abre la puerta, le hacen salir, está oscuro y siente en su lomo que le han clavado
algo. No duele demasiado pero se le empiezan a inflar los hocicos. Al fondo se
ve luz y avanza hacia ella con una mezcla de curiosidad y temor.
Si a
Curro, cuando jugábamos a que no me quitara su alfombrilla, en
un momento determinado, le hubiese
pinchado con un alfiler, un poquito solamente, me habría mirado con cara de ESTO NO ES,
O me habría mordido, como aquel triste día que se rompió una
pata. Yo colaboré algo. Resulta que Curro, cuando
veía que cogía su correa, aunque siempre lo saqué suelto, o le pronunciaba la palabra CALLE,
YA, pero YA, tenía que estar saliendo con él por la puerta. Su mecanismo de hacer pis se
había puesto en marcha. Y ese día, cuando estábamos
abriendo la puerta de casa, sonó el teléfono y lo
cogí. Y me puse a hablar. Y Curro, a mi lado, saltando como un loco con cara de
QUE ME ESTOY MEANDO. Lo toqué ligeramente, para apartarlo, cayó de
mala manera, quejándose y al agacharme a ver que le pasaba me
mordió la mano. Poco, pero me mordió. Era un NI SE TE OCURRA VOLVERME A TOCAR. Se había roto
la pata izquierda. Qué fatalidad. El primer
veterinario, el de las vacunas, intentó arreglar el destrozo metiendo un
clavo largo en el hueso roto. Pero era una mala solución. "Es una fractura
de pico de flauta. No va quedar más remedio que sacrificarlo"
me decía el inútil. Curro acababa de cumplir su primer año y
no estábamos dispuestos a perderlo sin lucha. Menos mal que algo hizo bien el
de las vacunas. "Si hay alguien que pueda curarlo es Miguel Ruiz, en
Avenida del Mediterráneo". Y el doctor Ruiz, gracias doctor
Ruiz, que no sé si sigue o no, la clínica si existe aún, le
puso una placa, lo escayoló y lo tuvo ingresado en su hospital canino más de un
mes. Cuando nos lo devolvió, Curro caminaba con una ligera cojera en la
pata operada, cojera que lo hacía más interesante.
Y el toro,
con ese pinchacito molesto, sale a la zona de luz. Ruido, mucho ruido, y unos
humanos, los conoce, ha estado con ellos, vestidos raramente eso sí, le
agitan trapos a lo lejos. Y él acude a los trapos con intención de
quitárselos de las manos... Está jugando, como
Curro. Y le cuesta trabajo conseguirlo, pero cuando lo logra, cornea el trapo
con saña. Por fin lo ha logrado. Y aparecen unos caballos. También los conoce, pero estos van, también, raramente tapados. Y con los trapos, que
esta vez no consigue pillar, lo acercan al caballo, como si quisieran que lo
embistiera. No tiene nada contra el caballo, pero lo embiste y al hacerlo
siente que le clavan algo algo arriba que sí, le ha dolido más. Y
empuja. Y cuanto más le duele, más empuja. Y le siguen enseñando
trapos, siguen queriendo jugar y él sigue
persiguiendo el trapo. Pero ya no van a parar de clavarle cosas. Y, aunque
sigue queriendo jugar, cada vez se siente más cansado. Y no quiere jugar más, y
descubre al que vestido raro le mueve el trapo y quiere alcanzarle con sus
cuernos, pero no lo consigue. Acaba de sentir un pinchazo que ha llegado más dentro,
mucho más dentro que los anteriores. Y se empieza a encontrar mal, muy mal. Y
cae al suelo. Y ya no siente nada...
...y, de
repente, despierta en una infinita dehesa, lleno de muchos, muchísimos
toros, y nota que se siente a gusto, que no le duele nada, en la gloria...
...Y es
que el cielo de los toros bravos EXISTE.
CURRO,
nuestro querido CURRO, vivió trece años. Nos acompañó hasta 1984. Me lo imagino correteando por
otro infinita pradera, rodeado de miles y miles de perros, es posible que jugando
en compañía de HEIWA y WINNIE, las otras dos perritas que nos acompañaron, más
tarde, en nuestra casa, con nuestros hijos...
...Y es
que el cielo de los perros buenos TAMBIÉN EXISTE.