...POR JOSÉ MANUEL SANZ
El debate sobre cómo y por qué la arquitectura del Movimiento Moderno ignoró la ciudad tiene una base sólida. Como decía Julio Cano, no solo la ciudad, sino la Historia. Fue un movimiento de gente bastante “sobrada” en general que creyó que la ruptura que provocaban había nacido sin padre ni madre. Todo es consecuencia de todo, a través de una evolución crítica. Todo es, de alguna manera, herencia de lo anterior como tantas veces se ha demostrado, aunque las interrupciones traumáticas de la Historia como las que se produjeron en Europa (sobre todo) durante más de treinta años lo hagan más difícil de entender.
Como en tantas otras artes el periodo entre guerras fue extraordinariamente fértil en ideas y la Arquitectura no fue una excepción. Se realizaron obras maestras, paradigmáticas, que dieron lugar a un importante desarrollo a partir de los años cincuenta. Para la ciudad, sin embargo el Movimiento Moderno produjo trazados racionales fríos apenas realizados (en las ciudades teóricas de Le Corbusier sería difícil vivir) cuando la ciudad heredada es siempre un reflejo de las continuas huellas de la Historia y como tal, rendida muchas veces a lo aleatorio y casual, con un resultado que nos aparece como espontáneo (de ahí su encanto) cuando es el resultado de mil fuerzas, incontrolables algunas y siempre difíciles de encauzar si no se conocen sus claves.
El Movimiento Moderno fue más de piezas singulares que de espacios y menos aún de espacios urbanos. En ese sentido heredó más del mundo griego que del romano. Pero además los medios de difusión de la arquitectura ya entonces- y desde entonces - promocionan iconos y sus autores porque es lo que vende (consecuencia tal vez de la valoración, que nos persigue, del héroe, de lo singular y lo único, ante tanta uniformidad y monotonía).
La ciudad, como decía Aristóteles, es un hecho colectivo donde se plasman las intenciones y el sentido de los que las crean y habitan (las razones fundacionales). Difícilmente esta civilización nuestra tan individualista (desde hace casi un siglo) puede construir ciudad.
Por otro lado el Movimiento Moderno se consolida entre ambas guerras y se desarrolla en buena parte en momentos de graves crisis económicas y con enorme pérdida de los oficios artesanos. Metafóricamente, hay solo algunos chefs excelentes, pocos cocineros de oficio y materia prima escasa y, por lo tanto, cara.
Pero en la posguerra (tanto que reconstruir) la construcción se convierte en un gran negocio y empiezan a sacarle partido gentes muy ajenas, sin sensibilidad alguna, que incluso huyen de los buenos arquitectos como de la lepra, buscando los más dóciles (aunque celebremos las excepciones). Todo se traduce en una terrible vulgaridad en los nuevos ensanches, que
nacieron con algunas arquitecturas valiosas pero que se van desarrollando con mala calidad general, utilizando (mal) los ejemplos y paradigmas del propio movimiento.
Para la ciudad que crece más allá de los primeros ensanches del siglo anterior surge un nuevo factor nocivo. Apenas hay urbanistas bien formados (y los pocos valiosos son como islas, predicando en un desierto, lleno sin embargo de intereses de otro tipo). Los que hacen urbanismo, muchas veces están a la sombra de las grandes inmobiliarias, que, salvo raras excepciones, muestran hacia la ciudad (o el paisaje, o la belleza) la misma sensibilidad que un oso hormiguero.
Los grandes arquitectos que han construido para esta nueva sociedad, conocían perfectamente esto. Pero se iban a vivir, sin embargo, logrado el éxito, a las magníficas casas victorianas o similares que por esas y otras razones (la crítica cultural arquitectónica en paralelo a las publicaciones) no se podían permitir proyectar a un nivel equivalente de calidad, ni sus clientes pagar.
La ciudad nacida tras estos grandes arquitectos y movimientos, es el gran fracaso de la Arquitectura del siglo XX y amenaza con no enderezarse en el actual. No hemos sido capaces de hacer ciudad con la calidad de tiempos pretéritos. Hay sin embargo algunos signos de un cambio de sensibilidad y de preocupación en este sentido que celebramos, casi siempre apoyándose en la presencia de políticos más cultos, por otro lado tan escasos.
No tiene nada de extraño que aquellos arquitectos que, en lo que producían, siempre quisieron dejar testimonio de la cultura y el pensamiento de su época, de la que se sentían protagonistas, eligieran habitar en las magníficas posibilidades de arquitecturas pretéritas, sobradas de espacios interpretables, producto de momentos económicos y artísticos más gozosos.
Es cierto, la ciudad ha evolucionado y crecido mal.
Pero, sinceramente, tampoco creo en la solución radical de los centros históricos peatonales que se están convirtiendo en reducto casi exclusivo para turistas, con una enorme presión para que desaparezcan los maravillosos establecimientos antiguos y sustituirlo por cadenas “estándar” de ámbito global, aspecto uniforme y personalidad nula. Poco a poco la pérdida de esa identidad original acabará haciéndonos sentir que estamos siempre en el mismo lugar y que esos centros históricos pierdan buena parte de su encanto y paradójicamente, su atractivo. De la misma manera que creo que una arquitectura contemporánea de calidad, capaz de leer el entorno, puede y debe inscribirse en esos centros históricos. Sin duda uno de los ejercicios más difíciles y uno de los retos más atractivos.
Está claro que deben protegerse estos lugares de la contaminación del automóvil actual pero dentro de pocos años todos los vehículos serán eléctricos, muy silenciosos y sin emisiones. No bastará con los transportes públicos, una buena parte de la actividad profesional de la ciudad seguirá necesitando el vehículo privado, se generalizarán los más reducidos de tamaño y ocupación, probablemente las motos eléctricas estables o los pequeños coches de dos personas (lo del patín además de descontrolado es peligroso para todos y, se piense lo que se piense, hay ciudades que admiten muy forzadamente la bici sin grave peligro). Como el
subterráneo tiene fuertes limitaciones de trazado y coste, un transporte público de superficie (en Madrid autobuses, con el tranvía perdido), verdaderamente eficaz, precisaría triplicar su parque y eso llenaría de mastodontes los estrechos cauces de los centros. Ya casi ocurre. Me parece necesaria una reflexión más profunda sobre este tema precisamente en defensa de lo que se quiere proteger.
Un debate sobre la ciudad demasiado simplista ha querido reducirlo a veces a un tema de densidades. Ese es un debate de ignorantes. La ciudad es un organismo mucho más complejo. Estamos perdiendo- hablo de Madrid - y es una terrible perdida, EL BARRIO: Ese lugar fundamentalmente de viviendas con densidades de moderadas a altas, capaces de sostener y hacer rentables tiendas y servicios cercanos, para resolver andando, que es lo sano, las necesidades comunes (tiendas de diario de todo tipo, escuelas, bancos…). Todo esto queda sustituido por los grandes Centros de extrarradio (que paradójicamente te hacen depender del coche) o los pedidos on line (que no solo destruyen aquellas dotaciones de barrio sino que ya amenazan también a los Hiper, además de dejarnos perchados en casa, ensanchando el culo, perjudicando a nuestras piernas y por tanto a nuestro corazón. (Encima vienen “los covid” y “teletrabajamos”)
Debemos entender las diferentes escalas e intensidades de la ciudad que, como en una gran sinfonía, deben alternarse y entrelazarse. Entenderla más transversalmente. Defender el barrio cercano, las calles especializadas a escala de ciudad, entender la diferencia entre las tramas de desplazamiento de vehículos y las peatonales que deben coexistir, que pueden no ser coincidentes (para dejar de llamarnos peatones) pero que deben ser cercanas.
Hace muchos años, siendo aún estudiante, planteé un proyecto de diferenciar las conexiones peatonales entre los centros de las manzanas que Castro (o Cerdá) concibieron como jardines (hoy, en Madrid, desaparecidos todos, menos dos) para introducir las tiendas, locales, cafeterías, restaurantes, en esos espacios interiores ajardinados y conectar las manzanas entre sus centros en vez de por su bordes exteriores junto a las vías de vehículos, como ahora. Repetí una propuesta similar para un concurso muy posterior, para la ciudad de París.
La ciudad evoluciona lentamente pero, por la misma razón, los errores son difícilmente reversibles. Muchas de las cosas que comento son producto de decisiones equivocadas, impuestas por intereses económicos importados de otros climas y sociedades distintas y alejadas del sentido de la ciudad en nuestra cultura. Con una menor explotación de los horarios comerciales, con alternativas en los horarios laborales, la gente tendría más fácil conciliar la vida familiar, tan importante, y la ciudad recobraría una parte de su vitalidad.
Recuperar la Ciudad. Reencontrar la calidad en el discurso sin complejos con la ciudad heredada es uno de los grandes retos de la Arquitectura de nuestro tiempo.
Jose Manuel Sanz. 2022