21 mayo 2024

LIMITES ( REFLEXIÓN TRAS LA PANDEMIA )

 ...POR JOSÉ MANUEL SANZ

Parece que (los privilegiados del llamado primer mundo) perteneciéramos a unas generaciones que, en general, han preferido vivir sin pensar lo que se vive. Sólo viviendo o simplemente haciendo, como si nos hubieran puesto ahí un buen día para iniciar un recorrido sin fijarnos demasiado en lo que nos rodea. Mirando sin ver. Hacer sin pensar del todo en lo que hacemos.

Vivir con sensación de no tener límites. Sin límite en las costumbres, en el acceso a bienes de todo tipo, en la posibilidad de desplazarnos, con pocos límites en la ciencia, desdibujando los límites de la educación, ejerciendo, sin límites, nuestra voluntad de hacer o no hacer. Confundiendo tantas veces esto con el concepto de libertad.

Sobrados en nuestra sensación de infinitud, hemos vistos lejos, desde este primer mundo, los problemas de otros como ajenos, por graves que fueran, incluso cuando esos “otros” estaban más cerca. Como he dicho en alguna ocasión “el mundo como noticias de un telediario”.

Insensibilizados o al menos poco conscientes, hemos tenido que dedicar “días” especiales, como si nos zarandearan o despertaran del letargo, para recordar a la madre, al padre, la mujer, el colectivo lgtbi, la violencia de género, los refugiados ….. Incluso en la Navidad parecemos concentrar todas nuestras intenciones mejores hacia esos “otros”, a quien ignoraremos en enero, en una extraña mezcla, quien sabe en qué proporción, de afecto y complejo de culpa.

La rutina que ve deslizar los días y superponer los viernes sin darnos cuenta nos hace sentirnos en un paisaje monótono en el que casi nunca pasa nada. Vemos la Historia con cierta admiración y hasta envidia hacia los que vivieron hechos excepcionales, tal vez porque, espectadores cómodos y a salvo por su lejanía, son “los otros” los que la vivieron. Habremos escuchado calificar con demasiada facilidad de “histórico” cualquier acontecimiento eventual o de puntual importancia que destacaba en la plana normalidad, en un deseo, tal vez, de no pasar sin involucrarnos o pertenecer a momentos recordables. Algo nos correspondió en aquellas tragedias lejanas o cercanas de los fatídicos atentados yihadistas.

La generación de mis padres y abuelos, sin embargo, vivió y sufrió con intensidad, en un periodo de poco más de 30 años, el horror de una gripe que causó entre 40 y 50 millones de muertos, de dos guerras mundiales largas y sangrientas y una terrible guerra propia. Sobrevivieron (los que lo hicieron) al miedo y la tragedia.



Este día precioso de primavera, el más largo de sol hasta ahora, presenta las calles vacías y un paisaje extraño como de película catastrofista americana hecha realidad.

Asistimos, incrédulos, a un hecho verdaderamente histórico: Un bichito minúsculo e invisible es capaz de desmontar nuestra seguridad y arrogancia. Y hacer tambalear nuestro tinglado económico.

Las ventanas y paredes de nuestras casas son ahora los límites de la ciudad. Una ciudad que prefiere estar sola porque le apestamos.

La casa era refugio frente a lo público. Lo público se defiende ahora de nosotros y nos encierra en ella.

Las últimas generaciones, que han vivido momentos duros en lo económico pero que desde la caída del muro de Berlín han disfrutado esta larga “segunda Belle Époque “, ya tiene “su guerra” (confiemos que única) y pueden contar la batalla a sus descendientes.

La Humanidad, confiada, desprevenida y sorprendida ante su insospechada fragilidad ha visto, atónita, perdida su coraza de seguridad inviolable.

No sé quién decía que los humanos nos caracterizamos por nuestra capacidad de “ensimismamiento” -es decir de recogernos en nuestros pensamientos – y de reflexión, es decir pensar sobre lo hecho y lo pensado.

Pero puede que esos límites infinitos de los que hablaba al principio hayan dispersado esa capacidad de reflexión y puede entonces que estas paredes cercanas nos ayuden o nos fuercen ahora a “reflejar” nuestros pensamientos.

Porque esta es una oportunidad para replantearnos muchas cosas de un mundo que tiene desviados sus objetivos y olvidados valores que no deben perderse. Algunos de esos valores se muestran en la gente que está luchando contra reloj y sin descanso por salvarnos, y se asoman a los balcones de los que les aplauden agradecidos. Pero hay mucho, mucho más que hacer y pensar sobre lo que no estamos haciendo bien.

También los límites estrechos nos permiten encontrarnos con los otros, que esta vez son los nuestros, y reconocernos. Y abrir los ojos de los niños y los más jóvenes a que la vida es un derecho que no se regala, sino que se conquista.

Tal vez esas paredes sean también un límite que nos obligue a frenar una carrera alocada hacia ninguna parte, recuperar la realidad frente a la apariencia y encontrar el “tempo” para la imaginación y las ideas que necesitamos para superar los retos que se nos plantean. Para convencernos de que lo podemos hacer y sobre todo, encontrar cómo hacerlo.

Porque la pregunta clave es qué pasará cuando volvamos a la “normalidad”. Qué sacaremos y que quedará de esta experiencia.

Cuando vuelvan a abrirse las puertas ¿sabremos no huir?

Jose Manuel Sanz, 30.03.2020

5 comentarios:

  1. "Un bichito minúsculo e invisible"...fabricado y "escapado" de un laboratorio chino, y unas "vacunas" de ARNm con ADN de fetos abortados, y una proteina de espiga de efectos sorprendentes. Todo eso debe hacernos reflexionar, desde luego, pero no sobre cosas imprevisibles, como la erupción de un volcán, sino sobre nuestra fragilidad ante poderes bien reales que son capaces de enjaularnos, someternos, arruinarnos, asustarnos, e inyectarnos productos experimentales de consecuencias imprevisibles. Sí, hay que reflexionar.

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  2. Pefecta definicion de la situacion que vivimos. En general, creo que no hemos aprendido. Un abrazo J. Manuel. Gonzalo S. del Cura.

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  3. ¡Qué lejos está el tiempo en el que parecía que íbamos a aprender algo de aquello!. Se evidenciaba el valor de la solidaridad. Se evidenciaba lo imprescindible de lo común, de lo público, ante unas individualidades encerradas. ¡Qué rápido rebrota la batalla insolidaria contra los otros!, o la ingenua pretensión de dominar la naturaleza hasta el límite ciego de nuestro corto plazo y nuestro inestable privilegio.

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  4. Manolo. Reflexión sobre la reflexión anterior.

    Buenas tardes. Interesante reflexión que solo comparto en parte. Es cierto que nosotros, nuestros hijos y nuestros nietos vivimos en una especie de mundo feliz, en el que nunca pasan hechos de la gravedad que sufrieron nuestros padres o abuelos. Y pensamos que siempre será así. Los que pasamos de los 70, quizás en nuestra niñez sufrimos escasez, pero no nos dimos ni cuenta.
    Si has tenido un trabajo motivante, quizás has vivido largo tiempo al margen de muchas cosas y acontecimientos, imbuido en tu día a día.
    Un buen día, ya jubilado, te empiezan a hablar de un indeterminado mal que parece se extiende por China. Eso está muy lejos y como mucho será como lo de las vacas locas o la fiebre aviar que al final no era nada.
    Pero los medios machaconamente te hablan de una nueva palabra, la pandemia.
    Y lenta pero inexorablemente, parece que va llegando. En un principio no hacemos mucho caso.
    Pero empiezan a suceder cosas extrañas, amplificadas convenientemente por los medios de comunicación.
    Aparentemente crecen las defunciones, en especial en ciertos segmentos de edad.
    Y de repente sin pensarlo nos encontramos en un estado cuasi dictatorial, donde todos los días unos uniformados y un simpático doctor nos dan una especie de parte de guerra y comienza el MIEDO. Miedo amplificado por los Gobiernos, por los medios... Y al final por decreto se nos encierra, por nuestro bien claro.
    Lo ocurrido está en la mente de todos. Se implora una vacuna salvadora desde el encierro, mientras se sigue alimentando el miedo.
    Y aparecen los salvadores con vacunas de contenido desconocido realizadas en 5 o 6 meses y con las que se hacen de oro.
    Nos convencen que es la única solución para poder volver a la vida normal y los ciudadanos en masa se ponen en las colas de la vacuna salvadora sin tener la menor idea de que les van a inyectar.
    A día de hoy. ¿Sirvió para algo el encierro?. Pues para empobrecernos y para que el poder se hiciese más rígido y menos democrático en el mundo, pero realmente es algo que nos podíamos haber ahorrado.
    Las vacunas ¿salvaron millones de vidas? o ¿crearon muchos problemas y causaron muertes innecesarias?. Cada cual puede responderse con sinceridad a ambas preguntas.
    Yo sostuve desde un principio la inutilidad del encierro obligado, que ha causado problemas de todo tipo desde psicológicos a trastornos de movilidad.
    Las vacunas en mi modesto conocimiento del tema, no eran adecuadas. No voy a entrar en teorías de la conspiración, pero a nadie se le escapa que aquí ha habido una ingeniería social muy bien planificada y desarrollada de una manera sistemática. Hoy somos más dóciles y manejables y de vez en cuando se puede agitar el espantajo de una nueva pandemia, según convenga a los que realmente dirigen el "orden" mundial.

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  5. Otto von Bismarck, Reichskanzler del Imperio Alemán, allá por 1871 dijo de España y de Francia (según se tomaba un Earl Grey con Helmuth von Moltke en su magnífica residencia del Chateau de Versailles), que las envidiaba profundamente. A España, por ser la nación más fuerte del planeta, ya que llevaba más de mil años tratando de destruirse a sí misma y seguía sin conseguirlo, y a Francia porque su elevadísimo sentido humanístico, nacido de la gran calidad de sus sentimientos, le había llevado a basar su superioridad moral sobre las demás potencias europeas en la libertad, la igualdad y la fraternidad entre todos los seres humanos. Alemania, forzosamente más humilde y por mucho que a él le pesara, sólo contaba, y lo decía con la mayor tristeza, con su infantería, su artillería y su caballería.

    Mucho me temo que el pensamiento de Bismarck sigue siendo el más acertado y con el que se puede llegar más lejos.

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