10 junio 2024

DESDE EL TREN

Por Jose Manuel Sanz

Desde el asiento de un tren, no puede decirse que quieto, más bien mecido cuando no zarandeado, el mundo exterior se desliza al otro lado de la ventana y se convierte en paradigma de la apariencia. Él es quien se mueve y nos frece las impresiones de un mundo pintoresco y cambiante. Se mezclan en esta visión fugaz, cosas inconexas, campos, casas de viviendas y de labor, edificios de todo tipo donde habitan, en ese momento, vidas y acontecimientos tan distintos e indiferentes a nuestro paso. Siempre me pregunto como será la vida de aquel o que ocurrirá tras de aquella ventana…que ya ha escapado a mi vista. Para ellos solo somos un ruido rutinario.

Construcciones y ruinas pintarrajeadas por los grafiteros, postes de teléfonos y eléctricos que pasan raudos sin manera de fijarse en ellos, ¿hay algo tan efímero como la visión de esos postes pasando vertiginosamente delante de nosotros? Otros más lejanos, metálicos y complejos, con figuras antropomórficas diversas, resignados unos con sus grandes brazos caídos, clamando al cielo otros y hasta en jarras como preguntándose ¿qué hago yo aquí?

Y el paisaje, que querría contarnos cómo es en cada paraje pero que sucumbe víctima de esa fugacidad, arrastrado rápidamente por el siguiente. Cultivos o campos sin labrar, verdes tan distintos, terrenos amarillentos de cal y arena o rojizos de arcilla. Manchas extensas salpicadas del tono oscuro de las encinas y carrascas sobre un fondo de tierra ennegrecida que deja asomar, a veces, un verde brillante de pradera. Predios cultivados e irregulares, en aparente desorden y de formas insospechadas, producto seguramente de herencias partidas y rencillas mal resueltas, casi como una metáfora del propio país.

Ríos o arroyos que cruzan de tarde en tarde, demasiado de tarde en tarde. Terraplenes abiertos para nuestro paso que cuentan su profundidad al subir y bajar alternativamente su perfil a nuestros ojos, como si jugaran al escondite de aquello que querríamos ver de lejos. Enormes ¨cultivos¨ fotovoltaicos y más allá, cuando el capricho ondulado nos deja ver los cerros lejanos, los inefables molinos que por fortuna no conocieron Alonso y Sancho.

Antes y después de cualquier estación, junto a unas vías que se multiplican y envejecen según se alejan -descuidadas- para reducirse, acercarse y desaparecer después ruidosas bajo nuestro propio paso, descubrimos un mundo del pasado: espacios que parecen perdidos y sin dueño, lugares y objetos inservibles donde nadie reclamara limpieza ni orden, donde cualquiera parece tener derecho a abandonar lo que no le sirve. Se amontonan, junto a la suciedad, restos de vías, traviesas, vagones viejos y herrumbrosos abandonados. Cerca, otros más nuevos, parecen esperar su turno.

Las afueras de las estaciones nos muestran con generosidad, porque el tren pasa más lento, todo ese mundo suburbial y caótico que nadie ha querido o sabido resolver. El lugar de la indiferencia. Un lugar al que a veces se asoma la nostalgia. Porque el tren y

los viajes parecen traernos inevitablemente recuerdos -buenos y malos-de otros lugares y situaciones. También de otros tiempos que algunos creerán mejores. Yo no lo creo. El mejor siempre es este, el que encierra oportunidades para seguir creciendo y ofrecer ilusiones y soluciones hacia adelante.

Se me ha colado por la ventana algo de nuestra manera de ser, y también el desorden y los errores a superar, pero también una país diverso y hermoso -incluso en este raro otoño- con tantas posibilidades por descubrir y desarrollar.

Así será si somos capaces de entenderlo, entendernos y superar con generosidad tanta disputa política estéril para que nuestro país -y todos nosotros -seamos el auténtico objetivo.

Llego de Mérida, tras cuatro horas y media para unos 360 Km. Muchas cosas por mejorar.

José Manuel Sanz. Octubre de 2023

2 comentarios:

  1. Y ¿te gustó "Emérita Augusta"?' Cuando yo estuve hace años, me pareció muy señorial y sí me gustó.

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  2. Estupendas observaciones.
    Las mías siempre convergen en mis viajes en los años 50's y 60's desde Madrid a Cetina (Zaragoza), el pueblo de mi padre. Estas imágenes eran un explosivo choque con otra realidad que muchos no compartían: los poblados infrahumanos de Entrevías y el Puente de Vallecas. Ya durante 1965-66, sobre las 18 horas tuve contacto con sus habitantes en el trayecto del metro Sol-Atocha, camino de la antigua Escuela de Caminos. El vagón se llenaba de olor a sudor predominando sobre éste el olor a yeso.
    El Octubre pasado viaje personalmente a estos escenarios, se habían convertido en barrios con construcciones de poca altura y importante presencia de habitantes llegados de allende los mares que habían tomado el relevo de los primeros llegados de allende las montañas y llanos de la Península

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