De la promoción 1948 del Instituto Ramiro
de Maeztu, un referente en la difusión de la música clásica en Madrid
Dos artículos de el País, recopilados por José Luis
Cerdán
El País, 14 de Junio de 1988 y 22
de Diciembre de 2012
ROCÍO GARCÍA y Daniel Verdú Madrid
Tiene una historia casi de ensueño, en la que
se entremezclan la música, los viajes y la suerte. Ha sido minero y enterrador
en el Rhur, agricultor en Francia, leñador en Austria, canciller en Rumania,
pastor de búfalos en Japón y periodista radiofónico en distintos países. Desde
1970, año en el que promueve la agencia musical Iber música, se dedica a traer
a nuestro país a las mejores orquestas del mundo, lo que le ha acarreado
enormes deudas que espera cubrir en 1992 y retirarse a las Alpujarras.
Montañero y caminante incansable, se muestra más orgulloso de haber sido el
primer español que coronó una cima del Himalaya, en 1962, que de haber traído a
España a la Orquesta Filarmónica de Viena.
Este madrileño de 57 años reconoce que la
suerte ha sido uno de los elementos esenciales de su vida.
De suerte califica
su paso por el instituto Ramiro de Maeztu con estupendos maestros, donde le llevaban
dos veces a la semana al Museo del Prado y donde, con 11 años, oyó por primera
vez los cuartetos de Beethoven. De suerte califica también la época en la que
ha vivido, "mejor que la de ahora", donde no existían los vuelos charter y
donde cada semana se podía trabajar en un sitio distinto. Esto fue lo que hizo
cuando, en 1956, salió de nuestro país agobiado por la situación interna,
iniciando entonces sus aventuras viajeras que le han llevado a conocer todo el
mundo. "Con techo y comida era capaz de ir a cualquier sitio", dice
mientras cuenta maravillas de la Rumania que conoció en 1958, en la que todavía
no existía Drácula ni la doctora Aslan"; de la China de Mao Zedong, en
1961; del Nepal de 1962, donde el rey sólo tenía un kilómetro de asfalto en Katmandú,
y sobre todo, de sus caminatas interminables desde Turquía a Nepal, acompañado
solamente de guías y unos cuantos porteadores, la última de las cuales la ha
realizado en el mes de marzo.Y entre medias, el mundo de la música, otra de sus
pasiones desmedidas. Fue secretario técnico de la Orquesta de la
Radiotelevisión Española de 1965 a 1968, y trabajó en Radio Nacional, donde
consiguió en 1970 el Premio Nacional de radio por sus programas del aniversario
de Beethoven. Para explicar otra de sus aventuras, la de promover una agencia
musical, Ibermúsica, se remonta a los años sesenta y cuenta que entonces venían
a España jóvenes entonces desconocidos y hoy grandes figuras, como Claudio
Abbado, Zubin Mehta y Daniel Barenboim, a los que después de sus actuaciones,
"nadie les hacía ni caso, se quedaban solos en el escenario y entonces yo
me acercaba a ellos y los llevaba de copas, a conocer Madrid y los metía en mi
casa" Posteriormente, estos contactos le ayudaron al éxito de Ibermúsica,
con la que reconoce haber logrado que la vida sinfónica en Madrid y Barcelona
sea superior a otras ciudades europeas, y la imposición de una condecoración
muy especial: su ingreso en la Orden del Imperio Británico.
Ibermúsica se fundó
en 1970, al principio con recitales de solistas —“son más complicados que una
orquesta de 100 músicos”— y más adelante como ciclo sinfónico. Antes había sido
el primer director técnico de la orquesta de RTVE y un montón de cosas más por
medio mundo. Apunten: enterrador, pastor de búfalos en Japón, minero, cónsul
honorario, periodista, obrero de la carretera panasiática y… banquero. “Esa fue
la peor experiencia de mi vida”. A la vuelta de todo aquello, se embarcó en la
promoción musical en un país donde la gran referencia hasta la fecha había sido
el legendario Ernesto Quesada, un cubano de “cerebro prodigioso”. Siendo
representante de los pianos Steinway montó un imperio: Conciertos Daniel.
“Tenía los mejores artistas, pero también la mala fortuna de las guerras. Es el
padre de todos: el de la agencia Vitoria, de Felicitas Keller, y el mío”.
A la mayoría de
estrellas que han desfilado por alguna de las salas de Madrid donde se ha
celebrado el ciclo (María Guerrero, Teatro Real, Auditorio, La Zarzuela) les
conoció cuando empezaban. A su gran amigo Barenboim, a Zubin Mehta, Zimmerman,
Maria João Pires… A muchos otros, como Pierre Boulez, les trajo él por primera
vez. “Ha cambiado el panorama musical en España y, por consiguiente, en Europa.
Tiene una creatividad, un gusto y una elegancia excepcionales”, dice de Aijón
el director y compositor francés. Simon Rattle le llama “el Obama de la música
de hace 40 años” y Evgeny Kissin, simplemente, “el mejor impressario del mundo”. La única gran espina que
ya nunca podrá quitarse es la del pianista retirado Alfred Brendel. “Felicitas
[la gran agente de músicos, ya fallecida] nunca me lo quiso dejar”, lamenta.
Los rusos, en
cambio, se le dieron muy bien. Una mañana recibió una llamada. Al otro lado, un
soviético le contó en inglés que era violinista y su agente le había dejado
tirado en el hotel Palace, sin un duro y sin billete para continuar la gira por
EE UU. En el minibar no quedaba una maldita almendra: “Me han dicho que usted
puede ayudarme”. Era el violinista Vladimir Spivakov y Aijón le pagó la
estancia y el billete. Cuando el músico volvió a la Unión Soviética y habló de
su generosidad, las pesadas puertas de la agencia estatal rusa se abrieron para
el empresario español. “Traje a la orquesta del Marinski por primera vez,
cuando era el Kirov. Y a Baryshnikov, que no lo conocía nadie y venía vestido
de mala manera... Pagábamos a un artista 5.000 dólares por concierto y lo
máximo que recibían, incluso el mismo Rostropovich o Richter, eran 175 dólares.
Estaban muy vigilados, pero cuando veíamos un hueco, daban un concierto que no
declaraban: le llamaban ‘tocar con la mano izquierda’. Muchos de los músicos
vivían de eso y su gratitud ha sido infinita”.
Así fue construyendo un gran ciclo y una fiel
afición: una de sus grandes obsesiones y decepciones con el tiempo. “La música
antes era una necesidad. Se trataba de aficionados más sacrificados,
entusiastas y agradecidos. Todavía en los 70, cuando empezó Ibermúsica, había
gente que dormía a la intemperie y daba dos vueltas alrededor del Teatro Real
para tener una entrada. ¿Los jóvenes hoy? No necesitan la música. Empiezan a ir
a los 40 y tantos. ¿Por qué nos gastamos tanto trabajando para ellos? Es pura
demagogia. Yo regalo las entradas a escuelas de música y no vienen a no ser que
sean Zubin Mehta o Barenboim. No es un problema económico. Las nuevas
generaciones, en general, no tienen concentración de más de tres minutos. ¿Cómo
van a ver una sinfonía de Bruckner? Es una cuestión de evolución y un gasto
inútil”.
Y lo que circunda
la música también. Por ejemplo: la crítica, cuya decadencia llega, según él.
con la irrupción de Federico Sopeña y muchos otros que, salvo algunas
excepciones, tiraron más de reflejos y literatura que de conocimiento musical.
“Además, ¿a quién le importa que un señor ponga mal a la Filarmónica de Nueva
York cuando ya están en su país y la gente les ha aplaudido a rabiar. No sirve
para nada”, sostiene. ¿El futuro de los conciertos? Bajará la calidad. Sin
abonos, sin compromiso, no se puede programar como este año, cree. Vamos a
menos y a una apuesta por los grandes títulos y nombres del repertorio, que son
los que llenan la sala. “Lo nuestro se acaba. La gente se apunta a lo conocido.
La integral de las sinfonías de Bruckner o Mahler se ha vuelto inviable. El
pasado domingo vino la London Philharmonic con Jurowski y la Quinta de Mahler: 250 entradas sin vender”.
Aunque parezca increíble, programar a Mahler todavía es arriesgado.
La mayoría de orquestas españolas han pasado
por Ibermúsica (no lo han hecho ni lo harán la ONE y la de RTVE, “son de Madrid
y se puede ir a verlas por precios baratísimos”). Pero para Aijón hay
demasiadas formaciones y no cumplen su función. Una burbuja. Y los músicos de
nivel siguen yéndose fuera. Por muchos motivos. “Los catedráticos de
conservatorio han sido músicos fracasados. Faltan buenos profesores y sobran
orquestas. Durante mucho tiempo se trajeron músicos del este de aluvión para
llenarlas. Intérpretes mediocres que luego se han repartido las audiciones. La
Filarmónica de Berlín ha contratado en plaza fija a un viola murciano que dos
semanas antes había sido rechazado por la ONE”.
La primera vez que
Aijón trajo a la Joven Orquesta Mahler, Claudio Abbado se extrañó de que no
hubiera una nómina de buenos intérpretes jóvenes en España. “¿Dónde están?”,
preguntó el maestro. Hoy, la formación tiene a 26. Todo ha cambiado. Pero no
del todo. “El problema ahora es otro. ¿Dónde van a ir todos los jóvenes
instrumentistas de Europa cuando las orquestas están desapareciendo de cinco en
cinco en cada país? Si esos chicos piensan que van a vivir del instrumento lo
llevan claro. No hay posibilidades, es otra cultura”.
A menudo, se le
escapa ese tono apocalíptico escondido en alguna de las frases. Como si
estuviera cansado de todo. Como si este ya no fuera su mundo. Pero ni él mismo acaba
de creérselo. Tiene planes para los siguientes 10 años. Y la temporada próxima,
ya lo verán, ha vuelto a cometer otra de sus fantásticas locuras.
"Socialista
de corazón y no de cuerpo", Alfonso Aijón, separado de una pianista y
padre de dos hijos dedicados a la música, es partidario de que el Estado no
subvencione los buenos conciertos. 'El que quiera oír un buen concierto, que lo
pague, como se paga un partido de fútbol, o una buena comida, o una corrida de
toros", y que, en cambio, el dinero público se destine a la educación
musical
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