... POR NICOLÁS PÉREZ-SERRANO JÁUREGUI
Nuestro compañero Nicolás nos envía esta reflexión con la que pretende
dar las gracias a tantas otras de los amigos que nos mandan las suyas, y que nos incitan a pensar y a compartir
experiencias y vivencias.
Era, sin duda, su sonido
preferido. Incluso lo echaba de menos cuando transcurría un tiempo sin
escucharlo. Le era igual que rugiese y bramase, como en medio de una inmensa
tempestad, cuando parecía que cabalgaba sobre briosas, embravecidas y espumantes olas, o que fuese un mero
silbido, como ocurría si tenía que buscarse hueco, para salir entre resquicios
e intersticios que apenas permitían que
algo se moviese o se desplazase, aun
siendo tan etéreo, inmaterial o incorpóreo como el viento. Por eso, acaso, y
aún sin planteárselo racionalmente, en el fondo de su corazón, odiaba el
verano, en que no corre ni una brizna de viento, y él, consternado,
constataba que ni está ni se lo espera.
No le consolaba que otra de sus pasiones, la música,
tuviese una sección de “ viento"
por medio de la orquesta. No le era
suficiente. Quería viento en su estado puro, no a través de notas e
instrumentos musicales, aun apreciando que esa era otra forma en que su amigo
se manifestaba, se hacía palpable y evidente, de manera igualmente sonora.
Su rosa preferida, por supuesto, era la rosa de los
vientos. Y su escultura predilecta, sin duda, era el Peine de los Vientos de Chillida, al final del paseo del tenis en
la playa de Ondarreta en San Sebastián, construcción dotada de unos especiales
agujeros que horadan la piedra del suelo a través de los cuales sopla y suena
el viento.
Y decía, aun sin ser demasiado religioso en sus creencias,
que le apasionaba la figura de Cristo, aunque solo fuera por haber demostrado
que él era capaz de domeñar al viento, de mandarle con autoridad que amainase.
Aunque del episodio lo que le gustaba de verdad era que el oportunista Pedro
pidiese al Maestro poder caminar sobre
las aguas sin que el viento doblegase su andar, ni le superase la
gravedad, y que el mar se mostrase como
algo tan sólido que permitiese andar
sobre sus olas, algo especialmente llamativo y deseable para un pescador
acostumbrado justo a lo contrario.
Lo importante en el viento era su sonido. Pero también la
sensación que percibía a través de él. Penetraba por sus poros; le llegaba
hasta dentro, hasta lo más profundo de su ser. Y se sentía confortado cuando
soplaba a su alrededor. Nunca mejor dicho: el viento le daba alas. Volaba y
viajaba con él. El viento le traía olores, fragancias, perfumes, esencias de
otros lugares, de las personas, del más allá, del muy acá, de acuyá. Percibía
en él la inmensidad; podía calibrar,
gracias a él, la intensidad e incluso le hacía sentir volúmenes y colores
distantes.
Conocía su fuerza, devastadora en la peor de sus
versiones. Por ello le tenía un enorme respeto. Agradecía, además, que hubiera
galernas, en que el viento cobra un muy especial protagonismo, o que las
condiciones de viento propiciaran la venida de los huracanes, aunque, claro
está, odiaba con todas sus fuerzas los efectos mortíferos de tales fenómenos.
Decía que a través del viento es como cada uno accedemos,
y así logramos interpretarlo, a nuestro propio“ big-bang". Es cierto que
no sabía muy bien qué quería decir con ello, pero expresaba así lo más profundo e intenso, lo
más natural, lo de máxima fuerza y, al tiempo, lo inesperado. ¿No se medía en
fuerza, precisamente, el viento? Creía desde lo profundo de su ser que llega un
momento en que a cada cual la vida le sopla con el mayor nivel de fuerza, le
anonada con un big-bang y hay un viento enorme que acompaña a esta
situacion, perceptible solo por el
destinatario de la ráfaga...Por ser big, es grande, muy grande. Por ser bang es
ruidoso y explosivo, por muy sigiloso que se trate de mostrar al comienzo.
Curioso ¿ no? Que algo tan inmaterial sea tan poderoso,
sutil, matizado y, en el fondo, sin origen conocido. ¿Será eso lo que simultáneamente nos subyuga y nos inquieta e introduce, en
nuestra relación con él, un elemento de miedo,o al menos desconfianza hacia el
viento ?Aún así, reflexionaba para sí mismo,
lo atractivo de este elemento de la naturaleza es su misterio, lo
impredecible de su aparición, lo inescrutable en su intensidad y en su
dirección. Si el aire es permanente, ¿por qué no siempre hay viento? O ¿a
partir de qué intensidad es viento el aire? Sin aire no hay vida para nadie.
Para él tampoco sin viento. Alguno, interpretando su esencia, diría que, como
el viento es voluble, él también lo era. No le importaba. Al contrario, pensaba
que era un honor que lo comparasen con él.
El viento sopla, ulula, susurra, silba, ruge,te lleva.
¿Qué más se le puede pedir? Transporta partículas, esparce por doquier
semillas, erosiona tierras, montañas y rocas, sujeta en simbiosis perfecta con
el rozamiento del aire aviones suspendidos del cielo, y es capaz incluso de
trastocar cerebros lúcidos y espíritus, apriorísticamente estables. Y todo eso
siendo inmaterial, sin que podamos definir su volumen, ni apreciar su peso. Un
prodigio, vaya.
Percibía, además, que sirve también, desde luego, para limpiar y despejar
la atmósfera y nuestras ciudades, campos
y casas. Nuestro querido viento arrastra consigo la polución, logra diluirla,
la esparce o al menos la difumina. En sí el viento es limpio y limpia.
¿Qué decir, por otra parte, del viento sobre el velamen y
aparejo de los barcos? Alcanzamos mundos lejanos tras su soplo favorable,
hábilmente manejado por el timonel. Pero, puestos a contar lo que de verdad
pensaba, diremos que no creía en la distinción entre viento a favor y en
contra, de proa o de popa, de barlovento o de sotavento como fórmulas
estereotipadas para indicar vientos buenos o perjudiciales. El seguía diciendo
que lo que hay que hacer es saber en
cada momento cuál te sirve mejor, y prescindir de esos apriorismos, de esas
ideas preconcebidas y tan en boga, que resultan a la postre del todo reduccionistas,
guisos precocinados, sin mayor alcance, pues ¿es que acaso no se puede llegar a
buen puerto, deprisa o despacio, según, con viento de través y de empopada?
¿Quién no ha querido alguna vez volar, dejarse llevar en
las alas del viento? Las hay delta y de muchas otras formas y denominaciones.
A menudo pensaba en la agitación que produce el viento en
todas las cosas que toca, aun sin necesidad de desplazarlas del sitio que
ocupan. Las espigas se doblan, se inclinan, se mecen, oscilan cual pábilo de
una vela, revolotean, vuelven a su enhiesto lugar de origen tras haber sido
bamboleadas por él. No las ha cambiado, pero las ha movido hacia direcciones opuestas, las ha enseñado caminos
diferentes al escogido por ellas al crecer.
Los postigos de las ventanas, cuando el viento las empuja
hasta que chocan con su marco ¿no nos dicen que alguien está llamando?
Poderoso señor, oh viento, capaz de llegar desde lo
ignoto hasta lo recóndito, de lo rural a lo urbano, de lo terrenal a lo
celeste, del mar a la montaña, de la noche a la mañana, de las cosas al hombre.
Y, hablando de los campos, ¿cómo no admirar el
espectáculo de ver a los vilanos, suspendidos en el aire, trasportados por el
viento, portadores de fecundas semillas? Le pasmaba igualmente otra forma
natural de esparcir las semillas: la de las sámaras, que, llevadas en volandas
por el viento, semejan palas de helicópteros ávidas de lograr buen destino para
sus pasajeros.¡Quién lo hubiera dicho!: le gustaba, a pesar de todo ello, el
verbo amainar, por mucho que uno de sus significados tuviese que ver con la
paulatina despedida del viento. Y, puestos a marcar diferencias, prefería
“arreciar", aunque con mesura, pues ello significaba que el viento estaba,
como a él le gustaba, en su apogeo, que nada le impedía mostrarse como una
auténtica fuerza natural, a su aire. Ya calmaría, cuando Alguien, o algo, le
soplase que debía calmarse. ¡Oh, eterno retorno de la Naturaleza! ¿No viene la
calma tras la tempestad?
Su combinación predilecta, casi perfecta, sin que ello
implicase contradicción, pues sabía que los tres podían manifestarse al tiempo,
era la suma de sol, frío y viento. Ya vendría más tarde la lluvia, la nieve
incluso. De momento la conjunción de esos tres elementos traía consigo, casi
siempre, otro espectáculo ciertamente no menor, el de las nubes y sus mil
variedades, que encontraban, cómo no, al viento entre sus mejores y más
eficaces aliados. La monotonía del cielo sin nubes, pensaba él, resulta al
final cansina. Por eso no le molestaba, al contrario, esa alianza entre viento
y nubes, de cuya presencia siempre sacaba partido, sobre todo cuando acababa en
lluvia racheada que rolaba al son del viento. La masa de las nubes resultaba
superficie idónea para el empuje del viento, pero éste no rechaza tampoco que
su acción se produjese sobre las finas gotas de lluvia o desplazando los
levísimos copos de nieve, dispuestos a caer mecidos por él.
Lo peor, y tantas cuantas veces se producía, fuera en
plena mar o en tierra firme, era la calma chicha. ¡Qué gráfica expresión! Para
avanzar en la vida, pensaba él, algo tiene que empujarte. Y, a tal efecto, nada
como un viento favorable, incluso impetuoso, ese que no te da opción a
oponerte, y que, al contrario, seductor él, te da los empellones precisos, los
suficientes para, haciéndolos tuyos, aparentar que tienes voluntad propia,
inquebrantable, inasequible a cualquier síntoma de desaliento.¡Bendito viento
para quien sabe mostrarse dúctil a sus caricias!
En puridad, los cuatro elementos de la naturaleza de que
hablaban los antiguos, tenían que haber sido tierra, agua, fuego y VIENTO.
Icaro se precipitó contra el suelo precisamente, en la versión de nuestro
personaje, por no ser capaz de dominar el viento.
¿Qué vientos nos soplan? ¿Qué sabemos de ellos?¿Somos capaces de
ponernos a favor o en contra, según proceda? Me temo, dice nuestro amigo, el
enamorado del viento, que no nos educan suficientemente en manejar el
anemómetro de nuestra propia existencia. Nesesitamos más Maestros que nos
enseñen, esos que sí saben por dónde da la vuelta el viento.
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