...por Manolo Rincón
Queridos amigos. Pasa un año más y sin embargo aún en mi mente
transitan muchas estampas del pasado que en estas épocas afloran con fuerza.
Había preparado este pequeño cuento para algunos compañeros, que me piden ahora
que sea insertado en nuestro blog para que todos lo podáis leer. Es un escrito
muy modesto y sin pretensiones, pero por supuesto Vicente tiene el permiso de
publicación. Espero seáis benévolos con este humilde escritor. FELIZ 2.017 y
que nos veamos con frecuencia. La próxima cita es el día 18 de enero en el
Ramiro en Aula 64, la magnífica iniciativa de Kolia.
Los fines de año siempre me producen un cierto
sentimiento de nostalgia y tristeza pues significan el poner punto final a un
tiempo que se nos ha marchado para siempre y en el cuál hay muchas cosas que ya
nunca serán iguales en el futuro y probablemente añoraremos.
Mientras así pensaba, esperando
ese tránsito de año, se adueñó de mí una especie de sopor y me sentí
trasportado a otro lugar y otro tiempo. Al desaparecer la niebla me pareció ver
un lugar que me resultaba vagamente conocido, que de momento no identifiqué.
Era noche cerrada y el sitio
estaba oscuro; hacía frio mucho frio. Lentamente mis ojos se fueron
acostumbrando a la tenue luz de una farola y pude distinguir el edificio de
ladrillos tan familiar que tenía en frente.
Sonreí, me encontraba ante el
Internado “generalísimo Franco”, en la Colina del Viento. Ese edificio que fue
el germen del Ramiro, que tuvo usos variados y que finalmente resultó expoliado
a nuestro Instituto.
Era noche cerrada y la intuición
me confirmó que estaba en un 31 de diciembre de hace muchos años. Casi todas
las ventanas del edificio se encontraban apagadas, pero fijándome bien vi
varias con luz.
Unas estaban en el piso alto y
sin saber cómo de un salto me elevé hasta allí. Pude mirar el interior a través
del cristal. Y ante mi gran sorpresa vi a D. Antonio con todos sus hijos aún
pequeños y su esposa Dª Pilar, en torno a una mesa con ricas viandas propias de
un festejo importante. Enseguida me percaté que celebraban el fin de año, entre
dulces y uvas y supe que D. Antonio lanzaba al Cielo una oración como
bienvenida al nuevo año, pidiendo por nuestro Instituto y las personas que lo
integramos. Recordé como imponía la disciplina y el rezo del Ángelus al medio
día. Un hombre admirable pensé. Fue una emocionante visión increíble, que hizo
que se me saltasen las lágrimas.
Caí un poco más abajo y vi por
otra ventana al Sr. Ortiz, cuta función en el Internado nunca conocí. Era hermano
de D. Luis, y estaba con su numerosa familia. Todos muy contentos bailaban y se
lanzaban serpentinas mientras brindaban por el nuevo año entre gritos de
felicidad. Se me antojaron sus habitaciones lujosas y bien amuebladas. Parecían
personas muy alegres y despreocupadas. La familia debía ser muy larga. Cantaban
canciones y brindaban con alegría.
Descendí al suelo y vi luz en
las ventanas del sótano. Miré y vi al Sr. Muro, el que me vendía las pólizas e
impresos. Recordé como me ayudaba a rellenar los formularios de las matrículas.
Que buen hombre era. Estaba con sus dos hijos y su mujer y charlaban
animadamente. Su mobiliario era modesto, pero su casa resultaba limpia y
acogedora, pese a ser un sótano. En ese momento tomaban las 12 uvas y oían por
radio unas campanadas. Un ambiente castellano y sencillo rodeaba a esta
familia, que celebraban la fiesta de una manera mucho más austera que sus
vecinos, pero con alegría y cordialidad.
Algo me trasportó repentinamente,
a través de la oscuridad a otro lugar. Eran los sótanos del Instituto. Había
luz en aquel pasillo y al mirar vi una vivienda pequeña y a Hurtado cantando
con su familia. Nunca me lo había imaginado así. Siempre estaba malhumorado y
gruñón. Su morada era humilde pero habían decorado su vivienda con galas para
recibir el año.
Y repentinamente accedí a la
cafetería de profesores y vislumbré a Petra con su delantal. Preparaba unos
cafés a algunos profesores que vivían en el Internado. Distinguí al Padre
Galindo entre ellos. Petra nunca sale de aquí pensé, pero hace una gran labor.
Al salir me pareció ver a lo lejos a Ángel Quesada que me lanzaba una gran
sonrisa.
Aún no terminaba de ver esta
escena, cuando me sentí llevado a una calle un tanto oscura. Percibí lejano al
Ramiro. Había unas ventanas encendidas y sin saber cómo pude ver por una de
ellas al Padre Mindán en una estancia
ricamente amueblada, pero sin trazas de estar realzando ningún tipo de
celebración, acompañado de una Sra. que intuí era su hermana. Recordé sus
clases y me pareció que estaba haciendo gala de su mal genio enzarzado en una
discusión, supongo no filosófica, en la cual terminaría teniendo la razón.
Repentinamente desperté. No sabría
decir si aquello había sido un sueño o realmente había sucedido, pero me he
apresurado a escribirlo antes de que se me pudiese olvidar.
Y así os lo trasmito amigos, éste
31 de diciembre.
Feliz 2.017 para todos
Manolo
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