31 marzo 2013

El Señor de los Naranjos, por Kurt Schleicher



Todo comenzó cierto día de Marzo en el que me llegó un mensaje inesperado a través de un portador inalámbrico, con ocasión de estar pasando una corta temporada de asueto en la región de Murcia, cerca de un famoso balneario.

  ¡Había sido localizado! Sorprendente, pues no es habitual en mí recibir la visita de estos porteadores digitales cuando habito circunstancialmente en estos ignotos lugares.

    Pues sí, era un mensaje del Señor de los Naranjos, quien amablemente me invitaba a pasar un día en sus dominios en tierras de los Maulas  y probar de paso las delicias del lugar. La sorpresa fue que dichas delicias no consistían exclusivamente en los deliciosos manjares que prepara su señora consorte, ricos exponentes ancestrales de aquestas tierras, sino que había asimismo otras delicias en cantidades ingentes en forma de naranjas y más naranjas. Miles de naranjas. Toneladas de naranjas. También había limones y otros frutales de diversa índole por doquier, pero éstos estaban fuera de la época y no era el momento pertinente para su degustación.

   Pues érase que se era efectivamente el Señor de los Naranjos, quien mora en un castillo de color sangre, bien provisto para su defensa de una atalaya en forma de torre rectangular con perfecta visión completa en 360º, lo que le proporciona una capacidad oteadora inmejorable para prevenir cualquier ataque de huestes indeseables;  haberlas, haylas, pero salvo alguna incursión bien repelida, no ha habido -que se sepa por las crónicas del lugar- enfrentamientos serios.   El color del castillo debe provenir a que una gran parte de las naranjas son sanguinas, lo que hace sospechar a los potenciales atacantes que el dueño del castillo debe tratarse de un  ser sanguinolento, feroz y temible. Gracias probablemente a este rumor convenientemente difundido, el Señor de los Naranjos está doblemente bien protegido contra potenciales ataques de banqueros, políticos y otras alimañas de dudosa reputación que pudieran abundar por aquellas tierras; en cualquier caso, la protección pasiva del lugar está bien conseguida combinando ambos efectos, el de la visibilidad del torreón y el de la amplitud del terreno hasta las lejanas lindes del mismo. Cualquier enemigo que osara acercarse, sería conveniente y sanguinariamente bombardeado con miles de sanguinas de grueso calibre, de tal manera que sería muy difícil que lograse acercarse a una distancia preocupante para la seguridad de los moradores del castillo.

   ¡Pero nada más lejos de la realidad!; el dueño del castillo pertenece a su vez a la Logia Ramirense –lo que le proporciona un halo indiscutible de señorío, propiedad intrínseca de todos sus miembros-  y, pese a tener un cierto aspecto feroz en los retratos que acompañan a esta crónica, es un ser encantador, sencillo y amable. Pasar un día con él es además muy instructivo, pues uno de sus infantes, el que mora precisamente en el torreón (y debe ser por tanto también vigía del lugar), es como el mago Merlín dotado de una sorprendente sabiduría, por lo que su compañía es asaz provechosa, además de agradable y reconfortante. La virtuosa señora del castillo es bien conocida también en los confines de las tierras murcianas por sus esfuerzos y generosa dedicación a los más miserables, necesitados y menesterosos de la región, lo que hace que sea muy querida y respetada, así como poseedora de gran fama por sus famosos guisos, guardando y protegiendo las costumbres y recetas ancestrales de aquesta región murciana. (Y el cronista que escribe este testimonio da buena fe de ello, habiendo sido incapaz de rechazar el repetir de cada uno de los manjares presentados, pese a estar sometido a los atroces requisitos de frugalidad que le impone un cierto sobrepeso y los asomos de una incipiente curva cervecera).

   A los dueños del castillo les plugo terminar la jornada con un paseo por los alrededores de sus tierras, con vistas al castillo de otro noble del lugar, que vaya uno a saber si sus ascendientes midieron alguna vez sus fuerzas con las suyas en los albores de la historia. El lugar está dotado de barrancos inesperados, proporcionando asimismo una protección natural por el flanco oriental, en el que se observan ocasionalmente ruinas de moradas de la plebe, que habitarían por allá en tiempos más lejanos.

  Pero, ¡ay!, llegó el temido momento del retorno inexorable, pues el tiempo pasaba con soberana rapidez obligando a dar fin a la inolvidable visita a estos nobles murcianos.

   Es mi deseo que esta crónica pudiera llegar en un futuro a nuestros descendientes, pues así recordarán y revivirán también con delectación los agradables momentos vividos en aquesta jornada.  Amén…

 KS, Marzo 2013











5 comentarios:

  1. Al Señor de los Naranjos, mi más verdosa envidia.

    Si tuvieras WiFi, sería el lugar perfecto.

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  2. Pues que agradable. Nos das mucha envidia

    Manolo

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  3. Fenomenal encuentro!!
    Ya sabemos donde ir a tomar buen zumo...

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  4. “Sean vuesas mercedes cautos, que el castillo no es tal, sino venta….., y el castellano ventero”.

    De todas formas este Quijote-Kurt (que más semeja a Sancho, por figura y bonachón) exagera un tanto, y fue el ventero-Paco el que entonces disfrutó de su compañía…, “porque se les debe de fuero y de derecho cualquier buen acogimiento que se les hiciere”.

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