30 septiembre 2016

JUEGOS DE MANOS ¿JUEGOS DE VILLANOS?

por Nicolás Pérez-Serrano


-      Has hecho trampa, dijo él.

-      ¡Qué más quisieras tú!, replicó ella. Sabes que vas perdiendo… y tratas de darle la vuelta a la situación…, pero sabes que no…

-      Te he visto en el dormitorio, a hurtadillas, consultando el diccionario pequeño. Como no me creí que fueras sólo al cuarto de baño, me escondí, -le interrumpió él sin permitir que ella acabase la frase- Te voy a penalizar. La regla Décima te quita seis puntos.

-      Pero si no estábamos jugando ahora a las palabras.

-      Sí, pero es seguro que has visto alguna que te venga bien para el siguiente juego. Aunque te advierto que MORDOR no viene como Tierra Oscura del Señor de los Anillos- y al decirlo él se dio cuenta de que acababa de meter la pata, y de que su mujer, así, lograría vencerle en el siguiente juego, aunque él fuera especialista en TOLKIEN-.

-      Gracias por el regalo, cariño. No esperaba menos de tu generosidad, aunque sea por equivocación, por dártelas de listillo.

Parecidas discusiones había cada noche. Era viernes, todos los viernes, cuando recibían el sobre que alimentaba su pasión jugadora. Bien que el juego -digámoslo desde ya- no era un vicio en sí para ninguno de los dos. Ni Claudia ni Acislo (vaya nombre. Su padre se quedó muy tranquilo al ponérselo. Y él, siempre respetuoso con su parentela, ni siquiera por un momento se planteó cambiárselo) eran ludópatas, en el sentido auténtico del término.

De lunes a viernes jugaban en casa todas las noches. Como poco una hora. Antes de ir a la cama. Pero todos sus ejercicios recreativos eran puramente instrumentales. Con ellos perseguían otro objetivo. Hacía casi dos años habían discutido muy en serio. Llegaron casi a las manos y un gramo de cordura se había impuesto en el culmen de la pelea. En lugar de seguir peleando cerraron un pacto. Desde entonces lo habían respetado, por mucho que algún viernes hubiera estado a punto de producirse otro colapso. Aceptaron las reglas… del juego. Juego que consistía en someterse a varios juegos semanales, para conseguir… Ese y no otro era el objetivo.

Al principio, tras el acuerdo básico, estaban despistados. Quedaron en que cada uno buscaría fórmula y que al día siguiente, al volver del trabajo, traerían sus reflexiones y sugerencias. No hizo falta que se esforzaran mucho. Un anuncio del periódico (estaban buscando piso, y eran asiduos lectores de varios) les facilitó la tarea. “G.A.I.” (No; con I latina. Sin y griega. No iban por ahí los tiros. Eran tolerantes, no estaban en contra de una homosexualidad razonable, sin ostentaciones innecesarias hacia el exterior).

Quieras que no, las siglas atrajeron sus ojos hacia el anuncio. Una Gran Academia Internacional (luego, con el tiempo, “Inter-juego-activa”) ofrecía sus servicios por un módico precio mensual. En ellos iban incluidos los envíos, semanales, de un conjunto de juegos para dos. Unos eran novedosos; otros, simple recreación actualizada de juegos de toda la vida. Les hacía mucha gracia el “ringorrango”, que consistía en enumerar nombres de personajes ilustres, nacionales o mundiales, de profesiones, de acontecimientos, lugares, etc. que empezasen por la letra del abecedario que tocase. Ganaba quien diera, en el tiempo marcado, con más nombres válidos.

Igualmente les apasionaban -ambos, modernos hasta cierto límite, tenían su ordenador portátil- las búsquedas más disparatadas y complicadas (también puntuaba lograrlos con los mejores precios de mercado, y con el más eficiente servidor) de productos exóticos fuera de grandes almacenes (desde la muerte del pobre Dody, Harrods ya no era lo que fue).

Así pasaban varias horas de Lunes a Jueves, cada semana en tiempo de no verano (en esta estación trastocaban un tanto sus costumbres, especialmente en el mes de vacaciones). Al finalizar la tanda diaria de juegos, con rigor y objetividad se otorgaban las puntuaciones con arreglo a un código preestablecido, que respetaban en su propio beneficio. Esos puntos se acumulaban.

Y el viernes, antes de irse a dormir, venía el gran momento. Se proclamaba al ganador de la semana, galardón que recaía en quien hubiese salido triunfante en esa suma semanal de puntos. Ella o él, según un turno que igualmente suponía alternancia en esta faceta del poder, anunciaba pomposamente el resultado. “Y el ganador es …”. Acto seguido, y por eso del premio, o por confirmar que sólo jugaban para algo concreto, el feliz triunfador tomaba posesión del

Mando de la Televisión


que le permitía, a su antojo, decidir qué programas, qué canales se verían durante el fin de semana.




Kolia Pérez-Serrano Jáuregui
Septiembre de 2016


7 comentarios:

  1. Una alternativa menos divertida y más cara, es tener dos televisiones una al lado de otra y el que tenga peor oído que se ponga cascos.

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  2. Me ha gustado Kolia, pues de esa manera permanecen unidas las parejas. Original y bien escrita. Pero el final no me parece, personalmente, el más adecuado. Es un final muy tecnológico, pero resulta pobre. Gracias por tu pequeña obra.

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  3. No puede ser.
    La competición era para decidir quien tenía que cuidar a los nietos ese fin de semana.

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  4. Pues a mí, aparte de lo del mando, más que hilaridad, me ha producido tristeza. ¿ES QUE NO TENÍAN NADA MEJOR QUE HACER?
    Enhorabuena Kolia, es un sainete encantador y bien escrito, con sorpresita final y todo.

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  5. Nicolás:¡Menudo sainete y menudo final! Inesperado donde los haya que me ha puesto una sonrisa y me ha alegrado la mañana de este día gris. Muy suelta la redacción como no esperaba menos de alguien como tú. Gracias por el buen ratillo que me has hecho pasar.

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  6. Es inverosímil. Todos sabemos quién tiene el mando, siempre. Salvo si la pareja no es ortodoxa...

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  7. A mi también me ha hecho reir el final. Muy entretenido.

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