...por Manolo Rincón
La Navidad del COVID.
La Navidad, tal como la entiende el
Mundo Occidental a día de hoy, se reduce a una serie de tradiciones que se
repiten cada año, basadas en comidas, cenas, regalos y consumismo, pero alejadas
de toda espiritualidad. Por eso cada vez me sentía menos unido a esas
celebraciones. Aquel año el virus había hecho grandes estragos entre la
población con miles de muertos y la economía había arruinado a muchos
conciudadanos, pero pocos parecían darse cuenta y se aprestaban a celebrar los
ritos navideños como cualquier otro año, de una manera vacua y para mi sin
sentido.
Me dirigí a pasear aquella noche, cuando
las luces festivas inundaban las calles y muchas personas se daban parabienes e
insensatamente se preparaban para no respetar las normas establecidas por las
autoridades.
Me dejé llevar por las calles, sin
ningún rumbo fijo, absorto en mis pensamientos. Lentamente me fui alejando de
luces y multitudes y sin saber cómo me encontré en un lugar despoblado alejado
de todo bullicio y poco iluminado.
Reconocí el lugar, era el final de
Reina Victoria, que frecuenté en mi juventud y que últimamente había visto varias
veces después de muchos años por encontrarse el colegio de mi nieto en las
cercanías.
Estaba ante el kiosco “La Hacienda”,
que me trajo a la memoria aquellos tiempos de juventud en los que había pasado
tan buenos ratos en sus mesas. Ahora se le veía abandonado desde hacía años.
Del entorno habían desaparecido todos
aquellos bonitos chalets de la colonia Metropolitana, casas de estilo vasco y habían
sido sustituidas por horribles edificios de pisos, que afeaban lo que aquello
fue en su tiempo.
Empecé a visualizar mentalmente a mis
antiguos amigos, tal como eran entonces. Los recordaba perfectamente, cuando
charlábamos de nuestras inquietudes juveniles. Sin darme cuenta una espesa niebla
empezó a cubrir el lugar y de repente desapareció todo de mi vista, solo
aquella extraña niebla cubriendo cuanto podía yo abarcar.
Poco a poco se fue disipando y me
encontré extrañado con un sol radiante que iluminaba el mismo paraje pero ahora
muy cambiado.
Vi de nuevo los bonitos chalets, y el
gran campo donde había personas volando cometas. No me había repuesto de la
sorpresa, cuando Pedro el camarero del kiosco se me acercó y me dijo que
quería, que mis amigos estarían al llegar. Muy sorprendido le pedí mi habitual
té y me senté en una mesa. Y en efecto empezaron a llegar mis amigos, tal como
los recordaba. Allí estaban Julián, Jesús, Paco, Antonio, pero también llegaban
las chicas Aurita, Pilarín y de repente la vi a ella. Si pese al tiempo
transcurrido nunca la había olvidado.
Era María Luisa no me cabía ninguna
duda, con su maravillosa sonrisa y un bonito vestido que realzaba todos sus
encantos naturales. Había bailado con ella varias veces, pero nunca me había
atrevido a invitarla a pasear. Que tímido era entonces.
Sin pensarlo ni un momento la ofrecí
una silla a mi lado. Aceptó encantada y empecé a hablar con ella como nunca lo
había hecho. Teníamos una conversación muy fluida. Cuantas cosas había en común
que nunca habíamos compartido. Para mí apareció como una burbuja en la que nos
encontrábamos los dos solamente, el resto de nuestros amigos habían
desaparecido de nuestra vista.
Le dije cuanto la eché siempre de
menos, que me parecía una persona maravillosa sin la que jamás podría vivir. Ya
aquella timidez había desaparecido. Nos cogimos de las manos y el tiempo
pareció detenerse mientras disfrutábamos el uno del otro. Mientras le contaba
mis inquietudes ella me recordaba aquella película que habíamos visto, 2001.
Habíamos perdido la noción del tiempo
y de repente todo era oscuridad. Me ofrecí a acompañarla a su casa, lo que
nunca había hecho. Le declaré una y mil veces mi amor y ella me escuchaba entre
complacida y asombrada.
Me dijo que desde el primer momento
sabía que éramos el uno para el otro, aunque me vio indeciso sabía que este
momento llegaría y que merecía la pena esperar. La abracé con pasión y la besé
repetidamente. Que sensaciones más maravillosas. Como no me había podido dar
cuenta. Lentamente la niebla que nos envolvía se empezó a disipar y según veía
emerger los edificios ella se empezó a desvanecer ante mis ojos con su
maravillosa sonrisa entre los labios. Me dijo “ya sabes dónde vivo ven a
visitarme”.
Estaba aturdido. Otra vez ante el
kiosco abandonado.
No sabía qué hacer, ¿Qué había
pasado?. Lentamente me fui recuperando. ¿Había sido una alucinación?. Todo fue
tan real. Aún la sentía entre mis brazos. Lentamente fui acercándome a calles más
pobladas y más iluminadas. En un taxi me fui a mi domicilio.
Me vieron mala cara. Enseguida
pensaron en el virus. Les tranquilicé, les dije que me había enfriado. En la
cama no cesaba de recordarla. Tras tantos años apartada de mis pensamientos
ahora no podía olvidarla ni lo que había pasado hacía unos momentos. Me dije a
mi mismo que daría con ella, que sería mi regalo de Navidad.
Después de una noche soñando con ella
que me llamaba sonriente. Me levanté. Buscando entre viejos papeles di con las
señas de mi antiguo amigo Antonio que también la conocía. Sin pensarlo ni un
minuto me personé en su casa.
Aunque hacía tiempo que no nos
veíamos nos reconocimos. El virus no nos había afectado. Después de recordar
nuestros tiempos juveniles le dije di recordaba a María Luisa. Me dijo que sí.
Le pedí si recordaba donde vivía. Él tampoco recordaba sus apellidos pero si la
casa donde vivía en aquella época. Coincidía con la dirección que ella mi había
dado la noche anterior para que la acompañase a su casa.
Con esta valiosa información me
despedí de él dejando para otra ocasión una comida de reencuentro y
reiterándole mi agradecimiento.
Casi temblando llegué a las señas que
me había dado Antonio. No sabía por dónde empezar y si encontraría algún rastro
suyo. La casa era antigua, construida probablemente poco después de la Guerra.
Decidí empezar por el último piso, ya
que portería no había. Uno a uno los vecinos que me miraban con extrañeza, me
dijeron todos que nada sabían.
Ya desesperado llamé a la última
puerta que me quedaba. Me abrió una simpática anciana. Me dijo que llevaba 60
años viviendo allí y antes habían vivido sus padres. Le conté que quería
obtener datos de una persona llamada María Luisa. Me dijo ante mi sorpresa que
una hermana suya se llamaba María Luisa. No podía dar crédito a lo que oían mis
oídos. Lleno de gozo le dije que donde podía encontrarla. Me dijo que calmase
mi impaciencia que me iba a enseñar algo.
Apareció con un viejo álbum entre sus
manos. Y me enseñó antiguas fotos donde reconocí de inmediato a María Luisa en
varias de ellas. Estaba emocionado. Qué suerte había tenido. Me preguntó de que
la conocía. Brevemente le explique que fuimos amigos. Y que siempre había
estado enamorado de ella aunque nunca se lo había dicho. Le conté incluso la aparición
que había tenido la noche anterior. Pensaba que no me creería.
Me miró muy seria y me dijo que si me
creía. Me preguntó si me llamaba Manolo. Si contesté ese es mi nombre. Y empezó
a llorar. María Luisa me hablo mucho de ti. Eras su gran amor, pero no
conseguía trasmitírtelo. Murió pronunciando tu nombre me dijo llorando. ¡Pero
no puede haber muerto!, dije estupefacto. Si Manolo, cuando vino el virus ella
se reincorporó a su trabajo de enfermera en el hospital. No había ni
mascarillas ni guantes. Fue una de las primeras contagiadas. Murió en mayo.
Estaba desolado. Por unos meses no se
habían cruzado nuestras vidas de nuevo. Su hermana creía todo lo que le había
contado yo sobre mi visión del día anterior. Le di las gracias emocionadamente.
Le pedí una de las fotos donde ella estaba y prometí devolvérsela pronto.
Aunque era Nochebuena, me dirigí de
nuevo al viejo quiosco, sin saber por qué, un impulso irracional me llevó hasta
allí. Apoyado en el kiosco contemplaba su foto. No podía apartar de mí su
imagen y repentinamente la imagen pareció cobrar vida. Adquirió color, creció
en tamaño y ante mis atónitos ojos apareció ella sonriendo.
Manolo, mi comportamiento de dar mi
vida por los demás ha tenido recompensa. Se me ha permitido volver esta noche
tan especial y he venido a hacerte un ofrecimiento: ¿Quieres venir conmigo para
siempre?. Emocionadísimo le dije que sí, sin duda. Dame la mano, me dijo
sonriente. Y de repente todo se difuminó, solo estábamos ella y yo unidos en un
abrazo.
Recorte de El Confidencial el 25 de
diciembre de 2020. Encontrado muerto por causas naturales al final de la
Avenida de Reina Victoria. Puede que fuese por el coronavirus. Sus parientes
alertaron de su desaparición.
Muy bonito y dramático a la vez. Has reflejado muy bien una de las mayores diferencias entre los tiempos antiguos y los actuales, en los que tales sentimientos son difíciles de comprender. Hombre, si nos remontamos a Mariano José de Larra, vislumbro cierto parecido al Manolo del cuento y que también murió por amor, pero de forma menos elegante. Suicidarse después no lo es y el Manolo del cuento al menos se ilusionó por desaparecer cogido de las manitas de su amada y llevado en volandas por sus anhelos.
ResponderEliminarQuizás seamos nosotros los que estamos hoy en día fuera de onda o es simplemente que los sentimientos de hace más medio siglo nos han marcado indeleblemente. También podría ser que los setentones de ahora echemos de menos aquellos tiempos del Ramiro, con nuestros amores de entonces, y que instintivamente querríamos volver a vivir. Pues no, no hay vuelta atrás, excepto a través de los cuentos, como éste...
Y me pregunto yo: ¿Quién podrá ser el Manolo del cuento? ¡Ah!
Querido Kurt. Se puede se setentón sin ilusiones o ilusionado setentón. Prefiero esto último. Claro que echamos de menos aquellos tiempos que a veces no parecen tan lejanos. Teníamos que construirnos un porvenir. Hoy ya hemos hecho muchas cosas (no todas) y la mejor forma de rememorar aquello que pudo ser y no fue son los cuentos. El amor es una llama que no debe de morir nunca en nosotros, nos mantendrá vivos y con ilusión. Rejuvenece. Bueno gracias por tu comentario y un abrazo.
EliminarMe apunto a lo de ilusionado setentón. Nunca se debe perder la capacidad de amar, aunque solo sea a través de recuerdos. Ser capaces de seguir sintiendo esa llama, sea con alguien real o lejano en la memoria, es un privilegio. Y tú lo has plasmado muy bien en este cuento. Enhorabuena.
EliminarGran verdad es esa que predican los árbitros deportivos, de cualquier especialidad: se acaba antes el pito que las ganas de pitar.
EliminarPues me ha encantado.Es precioso reencontrar el amor y compartirlo toda la eternidad.
ResponderEliminarGracias amigo, me gratifica saber que te ha encantado. Un abrazo.
EliminarPues yo no veo tan claro que Manolo se suicidara (el del cuanto; el nuestro es alive & kicking). Interpretando las ideas de nuestro Manolo, cosa que no siempre me sale bien, más me parece que le dio tal subidón que la espichó sin darse cuenta. Me alegraría por él, de ser un tipo de carne y hueso, no una ficción literaria. No debe de haber muchas muertes más dulces. En lo que manolo ha sido muy hábil es en no hacer coincidir su Manolo literario con la Maria Luisa de verdad, tal y como sería de no haber dejado de fumar. Lo digo porque no hace mucho yo me di con algo que, medio siglo antes, había sido una chica con la me habría gustado tener un algo más que ir a ver 2001. La recordaba, porque los amores imposibles de primera juventud rara vez se olvidan. Dado lo materialista que soy, podéis imaginar el susto que me llevé al verla de sesenta y muchos, medio coja y casi calva. No puedo definir qué le parecí yo a ella porque no me reconoció. Una funcionalidad de los amores imposibles es que la que se queda con tu corazón y con tu alma jamás tiene ni p..a idea de quién fuiste. Me disgusté un poquito, porque un recuerdo de amor imposible suele ser triste, aunque bonito, pero si lo enfrentas a la grosera realidad se te caen los palos del sombrajo. Anyway, enhorabuena, Manolo. Te ha salido una historia muy bonita. Muy tierna.
ResponderEliminarHola: Los amores de juventud se deben de conservar en el recuerdo. El caso que tu expones es en las dos direcciones. Te puedes encontrar que el objeto de tu amor es ahora una pobre viejecita tullida y ella se puede encontrar con un calvo regordete y arrugado. Por eso es mejor mantener una llama viva de amor, pero anclada en las imágenes del pasado. Gracias y un abrazo.
ResponderEliminarLos amores de juventud pueden ser también realmente dramáticos. En mi caso sucedió algo terrible que nunca olvidaré: me enteré nada menos que ocho años después de que sucediera que mi amor de juventud de los 17 años falleció en un accidente de coche hace ahora cerca de 20 años. No debió de sufrir, pues murió en el acto. Y yo entré en "shock" al enterarme. Empiezas a pensar que el destino podría haber sido otro y que quizás yo mismo podría haber contribuido a cambiarlo, pero no fue así. La vida siguió por derroteros diferentes, pero eso no evitaba cierto sentimiento inevitable de culpabilidad.
ResponderEliminarLo único que pude hacer es escribir una novela que alguno ya conocéis dedicada a ella, inventándome una manera de salvarla en un mundo paralelo en el que su vida seguía al mismo destino si no sucediera algo externo que lo cambiase. Era posible, el estar en otro universo, de poder moverme en el tiempo, cosa imposible en el nuestro. Lo logré y evité el accidente, pero no conté con una eventualidad, y es que allí había una copia de mí mismo también, más joven, que también la amaba; no cuento el desenlace, que no importa, pero satisfacía pensar que estaba a salvo. La novela es "Mi universo paralelo", publicada en Bubok, por si a alguno le interesara... También hay cuento en este blog en el que planteo algo similar. Como podéis comprobar, hay cosas que no se olvidan...
Pues tienes razón. Menuda noticia que murió un antiguo amor... Y si haces extrapolaciones de si yo hubiese actuado de otra forma entonces... Te puedes volver loco.
EliminarEl cuento parece un espejo de aquellos momentos tuyos y me ha encantado. Con los detalles suficientes, narras aquella historia que te marcó y no olvidas, lo que me resulta muy lógico. Como canta Serrat: "Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar...".
ResponderEliminarLo que ya no me gusta tanto -debe ser por mis antepasadas profesoras, sobre todo mi madre- son los lapsus ortográficos y de puntuación, sobre todo tratándose de un texto que leerá mucha gente. Un fuerte abrazo y mil gracias por compartirnos ese personalísimo e íntimo recuerdo.
Perdona los errores involuntarios Rafa. Mi madre era profesora de Lengua aunque no se note. Gracias.
EliminarSOY ELOY MAESTRE.
ResponderEliminarMuy hermoso tu cuento, Manolo, siempre nos quedará la nostalgia de lo que pudo haber sido y no fue, como dice el bolero famoso. Poner por escrito con belleza tus recuerdos amables combinándolos con el momento actual, tan cruel, es todo un hallazgo. Felicidades. Un abrazo, Eloy.
Hola Eloy. Gracias por tu comentario, que me anima a continuar, como escritor muy sencillo especializado en cuentos cortos y los textos históricos del Ramiro, con alguna incursión en las biografías de parientes. Como dato curioso e cuento el siguiente hecho, sabes que menciono el kiosko "La Hacienda", en el cual estuve inspirándome hace unos 10 días. El jueves pasado pasé antes de ir a por mi nieto con la idea de fotografiar el kiosco, por el final de Reina Victoria y el kiosco ha desaparecido!!!. Lo lógico es que se haya demolido, pero no hay, por más que lo he buscado, rastros en el suelo de donde estuvo. El pavimento no es nuevo, no vi nada que indicase un derribo (era de ladrillo no prefabricado). Me quedé bastante asombrado.
EliminarLos kioscos son un especie en riesgo de extinción, como el oso majariego. Hace treinta años, cuando nos mudamos a Majadahonda, en el pueblo había 14 kioscos. Hoy quedan tres. Sólo uno de ellos, el mejor situado, está en manos de una persona joven. Los otros pertenecen a matrimonios ya mayores que sueñan con la jubilación, sin la menor esperanza de vender su negocio, porque nadie quiere vivir la horrible vida del kiosquero. No por eso en Majadahonda nos vamos a quedar sin comprar el periódico, pues además de los tres kioscos los hipermercados Carrefour y Alcamnpo también los venden, y las gasolineras Repsol, porque las cuatro que padecemos tienen un concierto simbiótico con el Corte Inglés, y además sufrimos tres supermercados de El Corte Inglés donde también lo podemos encontrar. He buscado en Google alguna imagen del difunto kiosco de Manolo, 'La Hacienda', pero no he dado con nada. Eso, según la ley de la inexorabilidad, significa que 'La Hacienda' no es que ya no exista. Es que jamás ha existido, ya que lo que no está en Google sólo está en la memoria de unos pocos ancianos que lo recuerdan, y que desaparecerá del todo cuando lo hagan ellos, o sea, nosotros. Requiescat in pace, amen.
EliminarEste Kiosco si ha existido hasta hace poco, y aparece en Google si buscas "kiosco La Hacienda al final de Reina Victoria, Madrid". Según encuentro en "Decide Madrid" se consultó a los vecinos si se rehabilitaba el 24.11 de 2.018.22 personas apoyaron la rehabilitación, pero debieron ser insuficientes pues ha desaparecido sin dejar ni rastro. En Google hay 6 fotografías y puedes verlo como yo lo vi hace 10 días. Un saludo
EliminarMuchas gracias, Manolo. Está claro que no me esforcé lo suficiente. Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid (los que habéis hecho la mili supongo que recordáis lo que sigue), os deseo a todos unas muy felices fiestas confinadas. A ver si hay suerte, y el año que viene por estas fechs seguimos todos por aquí.
EliminarPues yo soy optimista. Creo que seguiremos todos por aquí y tendremos ganas de seguir haciendo las cosas que nos dejen. De momento como no pensaba viajar pues no tengo problema. Mi pequeña familia nos reuniremos, pues somos casi convivientes y lo pasaremos lo mejor posible hasta el toque de queda. Un abrazo.
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