... Por Juan Miguel Ortiz
Un robot ¿es un niño o un imbécil? ¿cuál es su responsabilidad? ¿Y la nuestra?
Yo tuve un perro. Sus orejotas peludas siempre alerta al menor susurro. A la menor vibración.
Cita bíblica .- No escandalizar a los pequeñuelos. ¿Son los robots pequeñuelos?
Mira, aprende, repite, imita.
Le desmonté una pierna, le saqué los ojos. Pero utilizó el mecanismo de eco-localización. A la mañana siguiente me “no miraban” sus cuencas vacías con tanta ternura. Apareció apoyada sobre las piernas que le quedaban, descansaba en el suelo junto a mi cama. La recompuse. Desmontar y recomponer una cadera no es cosa sencilla, pero las herramientas apropiadas facilitan el trabajo. Tengo un perro.
Yo comencé también jugando. Había dedicado buena parte de mi vida a los ordenadores y a la inteligencia, la enseñanza. La enseñanza persigue sembrar inteligencia. Mito de dios.
Mi trayecto era errático. Primeras máquinas calculadoras, mujeres calculadoras. Es curioso como los adjetivos según estén colocados cambian de peso, de valor, y hasta de significado.
Inteligencia, empresas, automatismos, algoritmos, matemáticas y luego, los matemáticos dando paso a los filósofos más o menos obnubilados por el consumo de los vapores de cannabis en su lejana juventud.
La programación básica es la educación: buenos días, por favor, gracias. Respeto y orden.
Noté una pequeña vibración que ni siquiera percibí como un sonido. Subí el volumen de emisión. Esperaba un ladrido o un ronroneo. Ella jamás aullaba. No sé qué respeto telúrico supersticioso me impidió añadirlo a su repertorio. De hecho, tenía un mecanismo de bloqueo para no aprender jamás aquello.
¿Era una vibración? O un sonido. Con la voz un poco metálica, con eco metálico, de algunos monjes tibetanos, creí entender alguna palabra. Hay que ver cómo están las cabezas. ¿Sería posible que estuviera hablando ?
Ya me había pasado otra vez que, despistado, había pasado del sintetizador del canis al del homo.
Silencio. Me quedé mirando sus ojos interrogantes, la cabeza levemente ladeada. En actitud interrogante. Sus ojos clavados en los míos. Tostados con alguna chispa de oro. Sus ojillos, aquellos ojillos inteligentes. Entrecerró la boca y repitió la frase. Después dejó colgando la lengua trémula, alegre y vibradora. Cómo un estandarte. Al sol, aquella lengua tan hermosa era el anuncio de su satisfacción y su confianza.
Afiné el oído y me pareció oír, Por favor, ¿me harás un regalo de cumpleaños?
Que bien educada. Siempre, por favor, por favor ¿puedo comer? por favor...
¿Un regalo de cumpleaños? Revisé la agenda y tenía razón. Un año justo se cumplía desde que puse el módulo canis en su envolvente y sobre todo instalé el módulo y lo puse en marcha.
Canis de perro grande, marqué. No quería un módulo mental de perrito de esos tan frecuentes en viudas que parece una rata y que sirve para hacer ruido y morder el calcañar, como la serpiente. Yo quería un perro como dios manda. Así que tampoco quería el encéfalo de un moloso de esos que dormitan todo el día a la sombra, levantan un párpado o levemente una ceja en señal de saludo al amo y no se dignan estirar el pellejo más que cuando hay que cumplir con los instintos, y no siempre.
¿Quiere un lobo? Me ofrecieron. Me dio miedo. Al final el chatbot tenía claro lo que yo necesitaba. “En 24 horas lo recibirá con la unidad cerebral de un pastor alemán. Ha sido estructurado bajo los patrones básicos de su especie y variedad y tiene además el sobre valor de la generación 5.0. Puede usted consultar en la red los detalles aunque le mandaremos detallada documentación. Como sabe somos pioneros en computación cuántica domótica. Por favor presione en enviar coordenadas y nuestro dron entregará el producto en los próximos treinta minutos. Que tenga un buen día.”
Dios mío, que desastre. ¿Cómo me había equivocado de conmutador? y sobre todo ¿desde cuando?.
Lo del cumpleaños, me impresionaba porque yo pensaba en humano. Pero tenia que haberme dado cuenta de que todas las unidades llevaban su propio crono interior que contribuía a asegurar la calidad del producto final. Cuantas horas de entrenamiento y dedicación no se podrían tirar por la borda por la disfunción de un bloque informático, por muy importante que fuera.
Gracias a eso, mensualmente el complejo generaba un informe general con el balance del funcionamiento de módulos, circuitos y coordinación general y una lista de incidentes. Muy útil porque así supe que la unidad pseudo nutricional del bicho tenia algunos problemillas de autolimpieza.
Quiero volver y casi no me atrevo. La razón me invita a derivar mi discurso por esos problemillas tan interesantes, tan curiosos. A veces junto a la sofisticación de una circuitería 5.0 tenemos una chapuza en la fontanería. Este era el caso. Pero no puedo escaparme tonteando con codos, tuberías, recodos y válvulas. No sería ético. Tengo que escribir qué pasó aunque me desacredite y puedan acabar creyendo que he perdido la razón.
Presté atención y a pesar del volumen bajo y la voz aguda oí lo que no podía creer. Ajusté el volumen a mi rango audiométrico y en el módulo de de la unidad central de gobierno pedí ajustes automáticos. Las frecuencias, los armónicos, el espectro.
Mientras tanto la perra sentada en postura de esfinge esperaba tranquila. Por fin volvió a hablar. La laringe parecía vibrar al unísono de los pelillos que al paso del sol poniente mostraban en sus puntas salpicaduras de fuego y de oro.
Repitió por favor...
Claro, le contesté bastante emocionado, pide lo que quieras que si está a tu alcance te lo concederé ., por favor, repitió con la voz un poco quebrada de la emoción: llámame mari loli.
María Jesús Toro
Juan Miguel Ortiz
En recuerdo de Zarza, Rosca, Ebro, Olmo, Caos…..
Muy bien, Mª Jesús y Juan Miguel; un cuento con gran "encanto artificial", tanto que resulta real. Además, ponéis el dedo en la llaga en uno de los aspectos más controvertidos de la IA: ¿los robots sienten?. La respuesta en mi opinión, es NO, pero sí que pueden aprender a emular muy bien lo que nos produzca sentimientos de afecto a nosotros, los humanos, los de la "IS" o "inteligencia sensitiva". Dando por hecho además que la imitación de una perrita Mari Loli en cuanto a su pelaje suave, ojos almendrados con mirada cariñosa, movimiento del rebito, saltitos de contento aparente alrededor nuestro, etc. esté perfectamente lograda, no es de extrañar que podamos llegar a sentir sentimientos de afecto por la tal maquinita perruna e incluso que nos creamos que ella nos quiere a nosotros, con todas esas manifestaciones. Y si además nos suelta un lametazo húmedo - por supuesto, sabiendo que ya está libre de gérmenes - pues todavía más. Lo bueno es que los "pequeños inconvenientes" de nuestras mascotas no los tiene nuestra Mari- Loli: no necesita oler las caquitas ajenas, no tenemos que recoger las suyas propias (bastaría con una revisión periódica de los niveles de aceite, engrase y lacrimales) y no nos haría pis por las esquinas.
ResponderEliminarSeguro que Mari-Loli será por todo ello preferida frente a otras mascotas con "IN", o sea, "Inteligencia Natural". Y es que las ciencias adelantan una barbaridad... ¿verdad que sí?
Mi primera mujer y yo tuvimos tres perros, todos Yorkshire Terrier. Cuando Carmen murió ya sólo teníamos uno, el macho. Se llamaba Dough y tenía ocho años. Estaba con nosotros desde antes de cumplir cuatro semanas. Carmen lo terminó de criar a base de biberón. Estuvieron siempre la mar de unidos, aunque sólo al final pude comprender hasta qué punto. Cuando Carmen murió Dough dejó de comer. Yo apenas lo notaba, porque no tenía espacio para otras penas que la mía y la de mi hijo. A los quince días Dough se fue tras ella. Me pregunto como se las apañaría una Mari Loli para eso mismo. ¿Se quitaría las pilas ella sola? Dudo, en cualquier caso, que quien la pregramara tuviera en cuenta esas cosas tan raras que hacen algunos perros, las de dejarse morir tras sus amos, o sus amas. Dudo también que merezca la pena tener un roboperro que no sea capaz de hacerlas.
ResponderEliminarSí, Alfonso, ese amor que siente un perro por su amo siendo capaz de autoinmolarse por no poder vivir sin él no creo que sea capaz de realizarlo nunca un roboperro. Y eso que el suicidio para una máquina perruna será probablemente más fácil que para uno "de verdad". Todo eso al final es programable y perfeccionable, menos el sentir. Igual que pasa con el ajedrez: siempre nos ganará, pero no será consciente de estar jugando al ajedrez, al menos de momento...
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