Siempre me he preguntado si la familia de don Antonio albergaría
celos de las obras a las que dedicaba su tiempo y sobre todo por su total entrega
a las mismas, y lo hago desde mi condición de beneficiario de una de sus
predilectas: el Nocturno. Y también
siempre me respondo negativamente, con la certeza de que a sus hijos les
inculcaría los valores que el irradiaba, como la generosidad, el respeto y amor
por los demás, el espíritu de sacrificio, y todos aquellos que muchos tuvimos
la suerte de poder constatar por las diversas vinculaciones personales.
Conocí a don Antonio como presidente del Tribunal que habría de
juzgarme para el Ingreso en el Nocturno en septiembre de 1956, a mis quince
años, cuando llevaba más de uno de actividad laboral, con la esperanza de
acceder al Bachillerato, en una inédita oportunidad que se ofrecía a quienes trabajaban. El encontrarme admitido
y con la condición de alumno oficial de primer curso, me permitió desde mi
ensoñación adolescente vislumbrar la posibilidad de que algún día podría llegar
a la Universidad.
Los nuevos grupos de alumnos, de heterogénea edad, comenzaron a inundar sus aulas y dar vida al
Instituto en jornadas de tarde y noche. Pronto
se pudo constatar la omnipresencia de D. Antonio, el aprecio y
admiración que le suscitábamos por nuestra dual condición de trabajadores y
estudiantes, que nos abrumaba, junto a
la recomendación y exigencia por la labor bien hecha, y con la disponibilidad y
la ayuda que precisáramos. Esta preocupación e interés sinceros hizo que pronto
se granjeara el respeto y consideración de todos, a quien teníamos como un
referente a seguir.
También tenía una gran preocupación por el prestigio académico del
Nocturno, en que no se degradara y no se convirtiera en una Academia de
enseñanza libre, lugar que aconsejaba para los que pretendían quemar etapas y
realizar más de un curso en un año. Y esta constante exigencia, la complementó
apoyando diversas actividades extraescolares para ampliar nuestra formación, a pesar de
nuestras limitaciones de tiempo, en algunas de las cuales se alcanzaron altos
niveles. Así, promovió la existencia de un equipo de baloncesto, apoyó el
funcionamiento de un teatro de ensayo, alentó la existencia de tertulias
literarias, de un coro, de un cine club,
y la edición de publicaciones y otras actividades más.
Pero en un momento, sobre el Nocturno planeó la sombra de una nueva
política educativa, derivada de un cambio ministerial con algunos signos
preocupantes, como la desaparición del latín,
compensado con el incremento del
dibujo lineal, en un evidente propósito de reconducir este flujo de alumnado
hacia carreras técnicas de grado medio limitando el alcance del Centro al nivel
Elemental, convirtiéndose así en un remedo de Instituto Laboral y dificultando
el acceso directo a estudios superiores.
Ante esta situación alarmante, sobre todo para los que aspirábamos
a llegar a la Universidad, especialmente en el área de Letras, D.
Antonio se convirtió en nuestro más firme
valedor realizando infinitas gestiones a todos los niveles, logrando,
indudablemente por su prestigio personal, que se autorizara el acceso al Bachillerato
Superior, condicionado a que se obtuviera un número mínimo de alumnos, con lo
que, por su intervención, se consiguió abrir el camino hacia la meta soñada de
los estudios superiores.
Superado este escollo para llegar a la Universidad, que ya se
vislumbraba, veíamos las dificultades para encontrar Centros Superiores que
hicieran factible el estudio con el trabajo, como acontecía en el Instituto. En
esto como en todo D. Antonio fue nuestro paladín incansable para lograr la
Enseñanza Universitaria Nocturna, cuyos fundamentos plasmó en un documento
publicado en la Revista de Enseñanza Media.
No creo que las generaciones actuales, que felizmente gozan de una
situación general más favorable, con un sistema educativo no discriminatorio y
un factible acceso a la Universidad, libres también del largo secuestro
temporal a que estábamos abocados por el servicio militar, alcancen a comprender las dificultades que tuvimos los
pioneros del Nocturno, aunque afortunadamente siempre contamos con el aliento y
apoyo de D. Antonio.
En la memoria de muchos está el recuerdo de un gran profesor, de un
hombre excepcional y altruista, que se desvivió por ayudar en una labor social
y educativa, de una manera efectiva y pragmática, y alejado de cantos de sirena
demagógicos y falsos paternalismos.
Desde mi condición de antiguo alumno del Nocturno, con la
satisfacción de haber logrado gran parte de los propósitos que me llevaron a
él, quiero rendir homenaje a D. Antonio, quien influyó positivamente en mi vida
y exteriorizar mi agradecimiento.
Una gran intervención la tuya, desde el corazón, con gran sentido y sentimiento y dejando de lado la política, como a Don Antonio le hubiera gustado. Lo mejor de lo que escuché esa tarde. Enhorabuena y abrazos, Paco!
ResponderEliminar