...por José Enrique GARCÍA PASCUA
Que las lenguas evolucionan y
cambian es un hecho que todos constatamos. Pienso que son los usuarios poco
cultos del idioma los causantes de tales cambios, pues, si el destino de las palabras
dependiese de la gente bien educada, todavía hoy en España continuaríamos
hablando y escribiendo en latín, y en el latín de Cicerón, lo que a mí
personalmente me habría producido una gran satisfacción. Aunque resulte
inevitable la evolución de las lenguas, una vigilancia por parte de los
ilustrados de la práctica lingüística imperante ayudará a protegerla de
excesos, y esto es algo a lo que me gustaría contribuir con el presente
escrito.
Los aludidos cambios por lo
general afectan a la morfología de las palabras o a su semántica y en nuestros
días a menudo encontramos ejemplos de ello, sea el caso –en lo que atañe a la
morfología– de la novísima feminización de ciertos sustantivos de nuestra
lengua, como “jueza”, vocablo que no encuentro en el diccionario enciclopédico
Espasa de 1978, pero sí en el diccionario de la RAE de 2001; o el caso –en lo
que atañe a la semántica– del verbo “conllevar”, cuyo significado original es
únicamente “ayudar a uno a llevar los trabajos / sufrirle el genio y las impertinencias
/ ejercitar la paciencia en los casos adversos”, tal como leo en el diccionario
de 1978, aunque en el diccionario de 2001 se añade un segundo significado, el
de “implicar, suponer, acarrear”.
Expone Manuel Seco en su Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española, Ed.
Espasa Calpe, novena edición de 1986 (tercera reimpresión de 1989) que, en efecto, el femenino de “juez” es
“jueza”, pero al mismo tiempo advierte de que el lenguaje administrativo dice
siempre “(el o la) juez”, lo que pone de manifiesto lo ya apuntado, que el
cambio en la lengua es promovido por el uso vulgar, mientras que el uso
lingüístico de los conocedores más bien es conservador. Análogamente, cuando
estudiaba en la universidad, mis profesores ya me prevenían del uso vulgar del
verbo “conllevar”, en el sentido de “implicar”, que se estaba imponiendo
entonces, pero, a pesar de sus desvelos, los incultos han ganado la batalla a
los eruditos y podemos comprobar que en la actualidad el uso de “conllevar”
como sinónimo de “implicar” es el que prevalece: anoche mismo pude ver en la
pantalla del televisor una reciente producción de TVE titulada La princesa Paca, en la que los
personajes encarnan a aquellos renombrados miembros de la Generación del 98, y
escuché a Valle-Inclán decir: «eso conlleva…», lo que tiene que ser un falso
histórico, causado por la probable juventud del guionista.
Los cambios mentados y otros
semejantes pueden transformar un idioma en otro, el latín en el castellano,
pero el resultado se mantiene perfectamente operativo mientras se respeten las
reglas gramaticales. Sin embargo, si la influencia de los indocumentados sobre
la lengua llegara a alterar la normativa, aquélla dejaría de ser útil y se
convertiría en un completo galimatías. Me temo que en nuestros tiempos de
hiperconexión y cuando el libre acceso a los medios de comunicación está al
alcance de cualquier ignorante el peligro de destrucción del orden gramatical
aumenta exponencialmente.
Quiero ocuparme de unas
construcciones aberrantes que encuentro por doquier: delante mío, detrás tuya, incluso tras suya, y otras de este tenor. En tales construcciones se emplea
el pronombre posesivo que, como sabemos, concuerda en género y número con la
cosa poseída, pero, a pesar del aplomo con que los que así hablan echan mano de
pronombres posesivos con unos determinados género y número, no se encuentran
por ningún lado los antecedentes a los que se refieren.
Es la falta de formación de los
hablantes la causante del error, y la mímesis de los desprevenidos la que lo
extiende sin reparos. El germen de estas construcciones aberrantes se encuentra
en la confusión entre dos usos de la preposición de, el que denota posesión, las
joyas de la Begum, y el que denota origen, el héroe de Esparta. En las locuciones formadas por un adverbio de
lugar más la preposición de, que en
español juegan un papel sustitutivo de preposiciones simples y que, por eso,
entran dentro de las llamadas frases prepositivas, de tiene un sentido de origen, pues establece el lugar en
referencia a un sujeto o a un objeto, pero la gente se confunde y entiende
“delante de mí”, “detrás de ti” en sentido posesivo y esto la lleva a
identificar dichas expresiones gramaticales con “delante mío” “detrás tuya” y,
llegando al paroxismo, “detrás de la iglesia” –o “tras la iglesia”– con “tras
suya”.
He dicho que la propagación de
los errores gramaticales viene dada por la hiperconexión y el libre acceso a
los medios de comunicación de nuestro tiempo, el siglo XXI; sin embargo,
encuentro ejemplos anteriores del error de que nos ocupamos. Así, Manuel Seco (op. c.) menciona un artículo publicado en ABC el 3 de agosto de 1978, en que aparece «detrás suyo» y aun se
refiere a escritores más antiguos, ahora bien, yo compruebo a diario que los
que hablan en la radio o en la televisión y las personas con que tengo contacto
directo cada vez más (y cada vez más individuos) incurren en la señalada
deformación de las frases prepositivas con de,
desde aquella mujer del pueblo llano a la que se entrevistaba o el torero de
presencia, pero con pocos estudios, hasta presentadores de programas
televisivos, abogados o descarriados profesores de universidad, e incluso
autores con libros editados, pero no convenientemente revisados.
Torrecaballeros,
14 de abril de 2017.