...Por Kurt
Schleicher
Algo muy conveniente durante la fase de
preparación de una novela histórica es visitar los lugares en los que se va a
emplazar la acción. En este caso, Alfonso se pegó un viajecito con su mujer a
Estambul con la excusa de la ambientación, con lo que mató dos pájaros del
mismo tiro. Hoy ha querido compartir con nosotros sus vivencias en esta ciudad.
Para el que no conozca a Alfonso (se llama
Ildefonso, pero ahora resulta que Alfonso le gusta más), Vicente le hizo un
panegírico delante de todos (no penséis mal). Estuvo en el “A” hasta 4º, cuando
por circunstancias familiares se tuvo que poner a trabajar, pero continuó en el
Ramiro, en nuestro afamado nocturno. Se metió en el mundo de la informática
cuando no mucha gente sabía lo que era eso y se dedicó después a consultor de
empresas; en resumen, es lo que los americanos llamarían un “self-made man”.
No le fue mal, por lo
que hace dieciséis años se dijo que mejor fueran otros los que “consulten”, se
retiró al monasterio de su casa y se puso a desarrollar lo que quería hacer de
verdad: escribir. Tras superar el escollo sangriento de la primera novela (así
lo ha llamado), ganó un premio, lo que le permitió continuar este camino con
éxito y ya ha publicado cinco novelas, la mayoría históricas. Ahora va a por la
sexta. Y así se ha convertido en nuestro escritor de cabecera de la Promo 64…
Tras estos prolegómenos, Alfonso nos contó a
base de pinceladas sus impresiones sobre
Estambul. La ciudad se ha llamado de seis formas diferentes; como anécdota,
Atatürk advirtió que toda carta en la que en el sobre apareciera
“Constantinopla”, fuera devuelta. Y lo cumplió.
El Bósforo separa a Europa de Asia y parte
en dos a Estambul, lo que la convierte en un caso único. El turismo se limita
habitualmente al centro histórico o casco antiguo, pero la ciudad es mucho más
grande, con nada menos que 22 millones de turcos, que ya son turcos. Conviene
ir a hoteles de cinco estrellas, pues fuera de la temporada alta puedes pasar
una noche turca por 100 a 125 €.
Las visitas turísticas suelen dar comienzo
en Ayasofya, que es Santa Sofía en turco; es interesante
saberlo, pues usando el nombre traducido puedes terminar ni se sabe dónde,
igual que sucede con otras muchas denominaciones. En el año 360 dieron comienzo
las obras, en plena era bizantina. El arquitecto fue Isidoro de Mileto, que
tuvo el mérito de darse cuenta a tiempo que la gigantesca iglesia podría reventar
por el peso de la cúpula y tuvo que colocar contrafuertes en el exterior. La
cúpula le salió un poco ovoidal, pero cuando se hundió y resucitó de sus
cenizas ya quedó “redonda”. Todavía hubo otro incidente, un incendio, y la que
hoy vemos es la tercera. Tras unos mil años constantinopolicentes, el sultán
Mehmet tomó la ciudad y la convirtió en mezquita. Como lo de las efigies estaba
mal visto, los preciosos mosaicos bizantinos fueron tapados con yeso (el menos
no fueron destruidos). He entendido que todavía hoy se estén tratando de
restaurar. Desde 1935, en la época de Mustafá Kemal Atatürk, en su afán
laicista, la convirtió en Museo.
Alfonso nos
habló también de la Mezquita Azul, que es el otro gran monumento de la ciudad.
Sin embargo, a mí me dio la impresión que el monumento que más le impresionó
fue la Gran Mezquita de Suleimán, situada en una zona dominante de Estambul. Al
arquitecto le pasó lo mismo que mil años antes al señor Isidoro con Sta. Sofía,
es decir, que la mezquita iba a estallarle encima si no hacía algo para
evitarlo; en esta ocasión, resolvió el problema arquitectónico a base de
cupulitas en tándem, resultando así una orgía cupular y dotando a la mezquita
de un aspecto muy sui-géneris.
Alfonso
nos contó varias sabrosas anécdotas, como la del Tranvía de los alemanes, que al quitarles los caballos de tiro,
tuvieron que ser traccionados por sufridos ciudadanos de segunda.
Como
resumen, nos recomendó que para visitar Estambul, no nos limitásemos a los
lugares turísticos, sino que abramos los ojos paseando por las calles y
conociendo a sus gentes, su simpatía y su buen “saber hacer” frente al turista
extranjero.
Antes de
cerrar esta primera parte con su exposición turística, nos recomendó el hotel
Tomtom, en el que las habitaciones son de unos 55 m2, con jacuzzi y otras
lindezas, entre las que destaca algo muy importante en esta ruidosa ciudad: el
silencio.
En la
segunda parte, nos contó que todo esto le serviría para ambientar su novela,
que trataría de un barco – el Goeben – que cambió el destino del mundo, al
menos el de Medio Oriente, pues las sangrientas batallas de Gallípoli y los
problemas de Palestina entre árabes y judíos son algunas de las consecuencias.
Y ya no cuento más…
Por
último, nos regaló su particular recetario para un escritor novel, que está
detallado en su presentación.
Después del
buen rato disfrutando de los placeres que ofrece Estambul, de lo que esta
reseña no es sino una pequeña muestra, pasamos a nuestro habitual restaurante
de la Residencia de Estudiantes. Allí nos dedicamos a lo de siempre: departir
entre nosotros, disfrutando de nuestra propia compañía y de paso metiéndonos
algo sabroso entre pecho y espalda.
KS, 27 febrero 2018