No quiero
terminar este curso, en el que ha hecho 48 años que aprobamos el Preu y dejamos
el Ramiro, sin rendir un cálido recuerdo a otro lugar, también evocador para
muchos de nosotros, aunque ya estábamos en la Universidad cuando lo conocimos.
Se trata del Robledo (Campamento). ¿Os acordáis?. Era conocido como el matadero
de reclutas.
Si, las raras
siglas IPS, querían decir Instrucción Premilitar Superior. De esto empecé a
enterarme poco a poco.
Para mí las cosas
sucedieron así.
Estaba en
tercero de mi carrera, y solicité como todos ingresar en la famosa IPS. Ya
sabía por compañeros que repetían, un poco de que iba aquello, y había visto
“Quince bajo la lona”, película que más o menos de forma edulcorada, contaba
cómo se vivía en la IPS.
En el cuartel
sito en Serrano Jover (Argüelles), nos hicieron hacia noviembre unas pruebas de
aptitud, que creo nadie suspendía, y a esperar a junio.
En mayo nos
ponían los exámenes, y empezamos a enterarnos que era eso de la guerra. Para
empezar nos plantaron una vacuna múltiple (supongo que a todos los microbios
los liquidaba). Se ponía con una pistola y el fiebrón que te daba te dejaba
baldado. Encima estando de exámenes, me costó la broma un suspenso, que no
esperaba, por no poder ir al examen de lo mal que estaba y la fiebre que me
devoraba.
Luego te daban
un equipamiento de botas, uniforme y petate, te decían tu unidad y te tenías
que comprar unos cordones, distintivo de tu carrera, morado y blanco en mi
caso.
Y llegué en autobús
con otros compañeros a “El Robledo”, situado al lado de Rio Frio en un paraje
poco hospitalario conocido por la tropa como el desierto Amarillo.
Yo como
estudiante de Teleco fui a trasmisiones. Y los quince bajo la lona éramos
compañeros de la Escuela.
Y siguió la
guerra. Nos enteramos de que éramos los malditos, y los padres (los del segundo
año), nos podían hacer todo tipo de salvajadas, sin que pudiésemos protestar.
Aguantamos estoicamente, dar novedades a las 2 de la mañana, hacer gimnasia en
calzoncillos a las 5 y muchas más chorradas, pero había que hacerse un hombre.
Luego les tocó
el turno a los mandos, que disfrutaron haciéndonos la vida poco menos que
imposible, a base de órdenes a cada cual más extraña.
Había que estar
muy listo, pues a la mínima te dejaban castigado. Y a ensayar la Jura de
Bandera que era nada menos que el 18 de julio.
Éramos de la XXV
promoción.
Llevábamos un
escudo con una especie de gallina y dos espadas cruzadas, con fondo azul.
Por supuesto de
compraba en las tiendas militares.
Y a jurar. En
los ensayos nos hacía tomar marcialidad y no cambiar el paso. Ya de los
desfiles del Ramiro llevaba ventaja…
Una vez jurada
la bandera y dados los gritos de rigor (en mi caso disimulado, pues no estaba
de acuerdo), desfilábamos ante los familiares, y nos servían la comida de gala
y teníamos dos días de permiso.
Al llegar a
Madrid, vestido con aquel uniforme, noté que las féminas se sentían atraídas
por la vestimenta.
Algo bueno
tiene, pensé yo.
Bueno el verano
siguió con marchas, mucho calor por el día y mucho frio por la noche.
Táctica, tiro al
blanco, y lanzamiento con bazoka y tiro de granadas (estas dos últimas
experiencias me parecieron muy peligrosas).
Cuando caía una
tormenta, las lonas tenían goteras y lo pasábamos fatal.
Y como quien no
quiere la cosa, aquello se terminó un buen día y vuelta para examinarme del
suspenso debido a la maldita vacuna.
Hoy al rememorar
aquello, ya lo veo con mejores ojos, y me produce una sana nostalgia. Hasta he
ido alguna vez a ver el desierto Amarillo, tal como está ahora. Y he recordado
a mi “padre”, al alférez, al teniente… De buena gana me tomaría con ellos u
café.
Espero que algún
que otro colega le traiga también buenos recuerdo, y cante aquello de
“Margarita se llama mi amor…”, con la marcialidad de aquellos tiempos….