Por: Kurt
Schleicher
Nuestro
arquitecto y catedrático Antón Capitel nos ha regalado con una exposición sobre
la gran Mezquita de Córdoba, en mi opinión no en su transformación en Catedral, sino en la manera que se procedió para albergar dentro de ella una Catedral,
después de la salida de los musulmanes de España al terminar la Reconquista.
En el lugar
elegido había una iglesia del tiempo de los visigodos (S. Vicente), que fue
derruida en el siglo VIII, procediendo al comienzo de la construcción de la Mezquita
en tiempos de Abderramán I. Es notable
resaltar la gran cantidad de ampliaciones que sufrió el recinto; primero a lo
ancho, para distinguirse de las iglesias católicas, pero después se fueron
sucediendo alternativamente a lo largo y a lo ancho durante la época de esplendor
de Al-Andalus, hasta el final del Califato de Córdoba en tiempos de Almanzor,
coincidiendo con la decadencia (Reinos de Taifas). Fernando III el Santo, tras
conquistar Córdoba, se encontró con una inmensa mezquita, que Antón nos contó
que era tanto o más admirada por los cristianos que por los propios árabes.
Ya en tiempos de
los Reyes Católicos (s. XV) se propuso por el obispo incrustar una pequeña basílica, pero el comienzo real de la
Catedral se produce en tiempos de Carlos I, cuando el obispo Manrique le pide
permiso para su construcción. Al emperador le parece una buena idea y, sin
recabar detalles de cómo iba a ser, le concede el tal permiso. Hacia el centro
de la mezquita había una zona que adolecía de cierta falta de estabilidad y el
constructor, Hernán Ruiz “El Viejo”, decidió vaciar la zona y “sanearla” antes
de empezar. Todas estas decisiones no sentaron muy bien, en especial a los
mudéjares de Córdoba, montándose un buen “pollo”. Carlos I decidió darse una
vuelta por allí para saber lo que estaba pasando; al ver el “agujero”, no se
mostró tampoco muy conforme y el obispo prefirió ser cauto y parar las obras
por algún tiempo, hasta que las aguas volvieran a su cauce.
La construcción de
Catedral no se reanudó hasta la siguiente generación, a cargo de Hernán Ruiz
“El Joven”, hijo del anterior, y con la aquiescencia del hijo de Carlos I,
Felipe II.
No se conoce la
identidad del arquitecto/s, pero hay que señalar que los Hernán Ruiz, padre e
hijo, tuvieron exquisito cuidado de intervenir lo menos posible en la Mezquita como tal y en su concepto
constructivo.
Antón nos fue
mostrando las evoluciones sucesivas de la Mezquita así como el desarrollo de la
Catedral en su interior; como a lo ancho no tenía sentido crecer, la Catedral
fue ganando en altura. Es curioso que no es fácil distinguir la Catedral, al
menos de cerca, dada la enorme extensión de la Mezquita, que ha sido y sigue
siendo la mayor del mundo. A resaltar que la cúpula de la catedral hubo que
hacerla de sección elíptica, debido a las restricciones que imponía la propia
estructura de la mezquita.
Al terminar Antón
su exposición, tuvimos más tiempo del habitual para “ruegos y preguntas”, que
se convirtió en un ameno diálogo entre todos, de forma que la hora que faltaba
para el momento de ir a cenar se nos pasó con gran rapidez.
La presentación se
distribuirá aparte, pero Antón nos indicó que para prepararla echó mano de su
propio libro “Metamorfosis de monumentos
y frentes de restauración”, para el que desee consultarlo.
Como es habitual,
la cena transcurrió en la Residencia de Estudiantes.
Me he permitido
añadir algunas fotos de la Mezquita y la Catedral que hice en 2014 con objeto
de ilustrar algunos aspectos de ambas y en especial el maridaje entre el arte
islámico y el cristiano, de lo que esta Mezquita/Catedral es un magnífico
exponente.
KS, 22 de mayo de 2018