...por Manolo Rincón
De nuevo habían llegado las
navidades. Rápidamente se habían presentado otra vez en mi vida, sin aviso
previo, de improviso como cada año, con todo su jolgorio, comilonas y
consumismo. Hacía ya años que estas fechas llenas de buenos deseos, que muchas
veces eran falsos, de luces y de alegría forzada, despertaban en mí los deseos
de que terminasen cuanto antes. Los recuerdos de hacía tiempo, cuando si eran
fechas felices me ahogaban en estos días.
Solía pasear esas tardes frías y
oscuras, abandonado a mis pensamientos sobre tiempos pasados y me terminaba
dirigiendo hacia lugares en los que no existía bullicio ni iluminación. Aquel
día me encontré con una puesta de sol que tiñó el cielo de rojo sangre de
manera espectacular e inmediatamente el mismo cielo ennegreció. Un fenómeno
propio del solsticio por el que pasamos pensé.
No sabía muy bien donde me
encontraba pero el entorno me resultaba vagamente familiar. Era aquella gran
avenida cercana a mi domicilio de
soltero con mis padres. Aun cuando había niebla podía distinguir los edificios
llamados “Titanic”. Sin saber cómo me dirigí a la puerta de unos salones donde
había un grupo de jóvenes hablando animadamente.
Me acerqué a ellos y me llamaron
por mi nombre. Enseguida los reconocí aunque hacía muchos años que no los veía.
No sé de qué forma comprendí que era nuestra fiesta de Navidad que con tanta
ilusión preparábamos cada año. Me uní gozoso al grupo y entramos en los
salones.
Nos disponíamos a dar cuenta de
una magnifica cena, cuando de improviso la vi. Si era ella no me cabía la menor
duda. Estaba radiante de belleza y me sonreía con un cierto toque de malicia.
No había cambiado en nada sorprendentemente, si acaso había mejorado. Su melena
rubia, sus formas deseables enfundadadas en un precioso traje de noche, sus
grandes ojos que tantas veces había recordado, sus finas manos que me invitaban
a acercarme a ella. Toda una imagen atrayente que ya no se borraría jamás de mi
mente.
Me acerque y la besé suavemente.
¿Por qué te fuiste?, me dijo. Sabes que llevo mucho tiempo esperándote. No
sabía que contestar, me encontraba aturdido y muy confuso. No me esperaba una
cosa así. Soy tu regalo de Navidad Manolo, aprovéchalo bien, ya que estas cosas
suceden muy rara vez. Le dije que creía haberla buscado desesperadamente muchos
años pero nunca la había podido encontrar.
Se nos ha dado una oportunidad
única, aprovechémosla, me dijo sonriente. La cena, la gente, todo se había
desvanecido, estábamos solos en un espacio intemporal.
La abracé con fuerza, una fuerza
acumulada durante años. Ella me besó con gran cariño. Yo me encontraba en otro
mundo, algo así como en el Paraíso. Tenía tantas cosas que decirla que no
acertaban a salir las palabras por mi boca. Te he esperado mucho tiempo, pero
pronto tendremos ante nosotros toda la eternidad y habrá merecido la pena
esperar, te lo aseguro Manolo.
La estreché entre mis brazos. Me
embargaba un sentimiento indescriptible. Pero repentinamente todo empezó a
distorsionarse y borrarse. Ella desaparecía por momentos y parecía decirme “no temas
esto solo es el principio de algo sin fin”.
Me encontré entre tinieblas y con
mucho frio, en un lugar desconocido. Había una parada de autobuses, pero no
pasaba ninguno. A lo lejos vi un taxi que paró. Le di mis señas. Ha tenido
suerte amigo, me dijo el taxista, es raro pasar por aquí una noche como hoy. Yo
iba a mi casa pero no quise dejarle tirado. ¿Qué día es hoy pregunté?. Nochebuena.
Poco a poco vimos calles iluminadas y me encontré en mi casa.
Le despedí efusivamente y le di
una generosa propina.
En mi casa me esperaban ya
alarmados. Les dije que me había perdido y me uní a la cena familiar de
Navidad, tratando de olvidar lo sucedido.
Pero pasada la cena no podía
dejar de dar vueltas a lo ocurrido y no acertaba a comprender que había pasado.
En el bolsillo de la chaqueta
encontré un papel escrito con letra femenina que ponía “Luisa Gallardo
24-12-2018”.
Puse en marcha todos los motores
de búsqueda a mi alcance y pasados unos días di con una escueta nota de prensa
que incluía los fallecidos en Madrid el día 24. Allí estaba Luisa Gallardo
Martínez de 70 años.
Era ella, aquella Luisa de mi
juventud, a la que durante medio siglo busqué y que había visto en la Nochebuena
con todo su esplendor. No cabía la menor duda. Mi mente científica solo acertaba
a tratar de dar una explicación racional a algo que no la tenía, pensando en
que el espacio tiempo que nos describe la Teoría de la Relatividad había
permitido aquello que creía había sucedido, aunque ya empezaba a no estar
seguro.
Desde hace unos días al pasear me
parece ver su cara sonriente en el cielo y oír una voz que me dice suavemente “ven
mi amor”.
El País. 25.01.2019. Misteriosa desaparición. Un respetable
ingeniero jubilado desaparece misteriosamente. MR desapareció de su casa. La
puerta estaba cerrada con llave por dentro. Su ordenador estaba encendido y no había
ninguna otra salida. En la pantalla ponía un escueto mensaje “Luisa ya voy”. Su
hija dio la alerta de su desaparición sin que se tenga ninguna noticia de él
hasta el momento. Su familia jamás le oyó hablar de ninguna Luisa.
A toda la promoción 64 os deseo
una feliz Navidad y que el año 2019 nos sigamos reencontrando. Manolo