21 abril 2020

Jenofonte y Shackleton: dos fracasos coronados por el éxito



Jenofonte y Shackleton: dos fracasos coronados por el éxito
Por Eloy Maestre

En estos tiempos de aflicción, leer es más importante que nunca. Los libros nos abren los ojos cumpliendo el anhelo de nuestros maestros de enseñar deleitando.
Hoy quiero comentaros dos libros: La expedición de los diez mil de Jenofonte y Atrapados en el hielo de Caroline Alexander. Tratan de epopeyas separadas por veinticinco siglos con un nexo común: sólo la unión y solidaridad en un grupo logran el éxito de las empresas.
Jenofonte protagonizó y escribió La expedición de los diez mil (Anábasis) en el siglo V a. C. Se describe la expedición a Mesopotamia de quince mil mercenarios griegos al mando de Clearco, que se alistaron a luchar junto a un ejército reclutado por Ciro, joven hermano del rey de reyes persa Artajerjes II, que pretendía destronarle y erigirse él como rey.
Ciro y los griegos obtuvieron la victoria decisiva contra Artajerjes II en la llanura de Cumaxa en Mesopotamia. La temeridad de Ciro le impulsó a luchar en primera línea y resultó muerto, con lo que volvió su victoria en derrota al dispersarse su ejército.
A más de seis mil kilómetros de su patria, la expedición griega en número de diez mil emprendió el regreso a pie. Los persas le tendieron una trampa y bajo promesas de amistad con el señuelo de un salvoconducto para regresar a Grecia convocaron a sus jefes a una reunión y los mataron a todos.
Privados de sus generales, los expedicionarios convocaron reuniones y acabaron eligiendo como jefe a Jenofonte, hasta entonces un simple soldado ateniense. Entre enormes penalidades, guerreando casi continuamente contra ejércitos y tribus hostiles por tierras desconocidas, Jenofonte les condujo con gran pericia durante meses, siempre unidos, hasta su patria y transformó la derrota en la batalla en una victoria.


Caroline Alexander describe en su libro, ilustrado con maravillosas fotografías de Hurley, la epopeya protagonizada por el anglo-irlandés Ernest Shackleton al mando de la Expedición Imperial Transantártica, que partió de Inglaterra en 1914 y concluyó el 8 de octubre de 1916 en Buenos Aires. Veinticinco siglos más tarde, Shackleton convirtió su derrota inicial al no lograr su objetivo de atravesar la Antártida a pie con la ayuda de trineos tirados por perros en una victoria al regresar vivos cuantos iniciaron la aventura.
Shackleton promocionó su empresa afirmando: “Nos han derrotado en la conquista del Polo Norte y en la conquista del Polo Sur. Queda el viaje más impresionante de todos, la travesía del continente (Antártida)”. El desafío era imponente. La Antártida es un continente helado nunca habitado, con vientos de hasta 300 km por hora y temperaturas de 50º C bajo cero.
(Peary, estadounidense, conquistó el Polo Norte en 1909 y el noruego  Amundsen el Polo Sur en 1911, adelantando por pocos días al británico Scott que alcanzó el Polo Sur y pereció con sus compañeros en el camino de vuelta.)
(Shackleton ya fue derrotado por el hielo en una expedición anterior para alcanzar el Polo Sur en 1909. Llegó hasta los 88º sur y a menos de 160 km del Polo tuvo el valor de dar la vuelta al no concebir esperanzas de culminar el regreso).
A bordo de la goleta Endurance (resistencia) de tres palos, de madera y trescientas toneladas, con 48 m de eslora y planchas de roble y de pino noruegos de hasta 80 cm de espesor, recubierta de ocote, una madera muy dura, se embarcaron 27 tripulantes entre oficiales, científicos y marineros, 28 con Shackleton, así como 69 perros de trineo canadienses. No lograron alcanzar la Antártida y el hielo acabó tragándose la goleta.
Permanecieron quince meses atrapados en el hielo y después se embarcaron en los tres pequeños botes auxiliares de que disponían. En una primera travesía llegaron todos los expedicionarios a isla Elefante, a la que siguió otra de sólo seis personas en un bote abierto de siete metros de eslora hasta isla San Pedro, situada a 1.300 km de distancia, donde sabían que se encontraba una base noruega de pescadores de ballenas. Una vez en ella, y ante la imposibilidad de alcanzarla por mar, tan sólo tres de ellos realizaron una angustiosa travesía de la isla a pie por parajes desconocidos al mando del propio Shackleton y lograron llegar a dicha base. Finalmente regresaron a por sus compañeros con un barco de los noruegos y se salvaron todos.


Jenofonte y Shackleton muestran la necesidad de mantenerse unidos, activos y esperanzados, ayudándose mutuamente ante las adversidades para lograr una empresa. Shackleton añade su experiencia en confinamientos prolongados, primero en la goleta y luego en barcos pequeños, y siempre en superficies heladas e inhóspitas. Hay que mantener un buen tono físico con ejercicios y trabajos, y la salud mental con diversiones y tareas. Las rutinas diarias resultan imprescindibles en condiciones de aislamiento extremo.

Hay que seguir luchando



HAY QUE SEGUIR LUCHANDO
Reflexiones de un cirujano jubilado

Por Manuel Limones

   ¡Cuántas veces te encuentras con una sensación de soledad cuando tienes que tomar decisiones que afectan a tu vida personal! Otras, por tu profesión, debes tomarlas sobre la vida de otros. Cuando estás con tu silencio y el de tu equipo, cuando pierdes la noción del tiempo y solo oyes el silbido de la arteria que sangra, sin saber dónde, es cuando notas los movimientos acelerados de tu propio corazón, presión en la cabeza y zumbidos en el oído. A esta sensación se unen los tonos agudos, desafiantes y cada vez más rápidos del monitor del paciente que aceleran aún más tus propias sensaciones. La adrenalina te da fuerzas para gritar: ¡Sangra! ¡Apaga el sonido del monitor! ¡El clamp de aorta, rápido! ¡Tranquilos que se puede! Este último grito, más que para dar moral a los ayudantes como haría un buen estratega militar, es para uno mismo, para autoconvencerse de que se va a conseguir realizar la hemostasia. En esos momentos de nada vale la medicina basada en la evidencia, las sesiones clínicas, las conferencias magistrales, ni el último artículo científico. Hay que actuar con rapidez y precisión para salvar la vida del paciente, hay que luchar. ¡Por fin se ha conseguido! Ha dejado de sangrar, ahora hay que reconstruir, hay que seguir con la intervención. Llega la relajación, pero no hay que confiarse, hay que recordar el dicho taurino hasta el rabo todo es toro.  Como ocurre en muchas ocasiones, cuando pasa el peligro, cuando se ha bajado la tensión del momento agudo, piensas en la oportunidad de una ayuda externa, de un compañero para que termine la intervención; en esos momentos te vienen a la mente las películas de indios y vaqueros, cuando acorralados en el fortín viene la caballería ligera a rescatarte. Pero no, hay que continuar, hay que rematar la faena. Después de una operación compleja, esto no se acaba. Hay que estar atento para atajar una posible complicación, que no pase inadvertida, el cirujano tiene que ir por delante de un efecto no deseado, hay que seguir luchando. El anatomista y cirujano escocés del siglo XVIII Astler Cooper decía que para superar esta lucha, los atributos requeridos al cirujano eran “ojos de águila, manos de dama y corazón de león”.

    Estas circunstancias se dan en el quirófano con mayor o menor gravedad, pero existen otras situaciones no tan frecuentes, afortunadamente, pero muy críticas. Son la 8 de la mañana del día 11 de marzo de 2004, olor a quemado, humo y pitidos de sirena. Apenas llego al hospital hay que tomar decisiones en los quirófanos para afrontar una situación de catástrofe. Se suspende la actividad en el área quirúrgica para atender a los heridos. ¿Qué ha pasado? Nadie sabe nada. Se agolpan las víctimas en urgencias. Se realiza triaje, los clasificamos por las lesiones sin tomar apenas datos de filiación, no hay tiempo que perder. Se anotan las lesiones de cada paciente pegando un esparadrapo en la camilla e indicando la especialidad y al quirófano que les debe llevar el celador; allí ya está el cirujano preparado. A otros se les llevaba a un lugar donde, desgraciadamente, nada se podía hacer por ellos. Poco a poco se conocen noticias, todas confusas y contradictorias, pero es lo mismo, lo nuestro es dar la mejor asistencia a los pacientes e información a los familiares, independientemente del origen de la catástrofe. La tensión vivida en los quirófanos durante estos días fue indescriptible; intervenciones, re-intervenciones e intervenciones en dos y tres tiempos, pero el balance fue muy positivo. Todos los hospitales respondieron con prontitud y eficacia, siguiendo el Plan de Catástrofes, del que solo sabíamos la teoría y todos pensábamos que nunca se iba a aplicar, pero lo hicimos con eficacia. Con este Plan de Catástrofes cada trabajador del hospital conoce la jerarquía, la actividad funcional y la misión en caso de emergencia masiva.  Nos sentimos muy orgullosos de la labor de todos los equipos, nuestra misión solo era, como no podía ser de otra manera, salvar al mayor número de personas de la masacre, sin importarnos quien la originó; ¡éramos médicos!

   La lucha contra lo desconocido ya ocurrió 23 años antes de esta gran masacre. El Servicio de Urgencias se llenaba de pacientes con neumonía bilateral, muy graves y muchos con un desenlace fatal. Todos los especialistas colaboramos para combatir algo que solo sabíamos que podía ser muy contagioso, por el volumen de pacientes que llegaban y porque atacaba a familias enteras. Todos estábamos en el hospital protegidos, no había entonces EPI (equipos de protección individual), pero nos protegíamos artesanalmente, mascarillas, muchas mascarillas, el contagio parecía que era por vía aérea. Era lo que llamábamos Neumonía Tóxica. No había germen. Después de varios meses de investigación se supo que era debida a un envenenamiento masivo por aceite de colza desnaturalizado, utilizado fraudulentamente.  ¡Luchábamos contra una infección que no existía!  

    Ahora, en la retaguardia de mi profesión y de la vida, veo como mis colegas de todas las especialidades luchan contra una infección nueva, muy agresiva y con tratamiento incierto. Actualmente tienen que tomar decisiones muy dolorosas sobre la vida de otros, luchando contra el virus, siempre luchando. Se enfrentan a otra situación distinta, completamente anómala.  Aunque no sean cirujanos, ahora están viviendo sensaciones que a veces se experimentan en el quirófano: el latido del corazón, presión en la cabeza y zumbido de oídos.

     Hay que seguir luchando, hay que luchar contra la enfermedad y por la vida. ¡Así todo se consigue!

Manuel Limones Esteban
Cirujano jubilado
20 de abril 2020

20 abril 2020

El virus desconcertante

El virus desconcertante.  18 de abril de 2020.
    por Kurt Schleicher

    Pues sí, llevamos un mes y pico (¡!) de “prisión preventiva” debido a un virus coronado de muy mala uva. Cada día se nos presenta algo nuevo que nos desconcierta; en fin, prisión no es lo mismo que confinamiento, pero cuando le condenan a uno, al menos se sabe por cuánto tiempo es, y aquí ni eso. Nos movemos por chispazos y además nos vigilan por si nos salimos de las veleidosas y cambiantes normativas que se nos aparecen día a día casi de forma visceral.
    El enemigo ha entrado a traición, pese a las múltiples señales que se iban teniendo, pero claro, siempre se pensaba que este virus se comportaría como sus primos de la gripe. Hace un mes y cinco días, la señora Merkel hacía bromas con sus colegas de gobierno evitando dar la mano al saludarse, pero en España al que iba con mascarilla y guantes en el metro se le miraba con extrañeza y más de uno se cachondeaba. Y si te negabas a darle la mano a alguien, pitorreo al canto. Ya por aquellos días a finales de febrero no había mascarillas en las farmacias y tampoco en las tiendas de pintura, ni en las ferreterías ni en las droguerías; los más previsores ya habían acabado con las pocas existencias que había y a precio de coste (60 céntimos o así). Los médicos políticos o políticos médicos nos tranquilizaban (seguramente seguían consignas para evitar un estado de alarma, sin sospechar que eso es precisamente lo que iba a suceder cuando los números fueran engordando demasiado) aseverando que las mascarillas no valían para nada, excepto en el raro caso de estar contagiado, evitando que se propagase. Vamos, que las mascarillas sólo funcionaban en un sentido. Resulta que hay varios tipos de mascarillas, las sencillotas de los dentistas y las mejores, llamadas fp2 y fp3, de las que nadie nos informó de ellas, y ni se pidieron. ¿Para qué, si las primeras se podían hacer en casa con una servilleta y un par de gomas? Sólo las últimas protegían razonablemente, pero parece mentira que habiendo pasado mes y medio sólo se ha logrado proveer al personal de unas mascarillas de cirujano tipo “home made” o de andar por casa, mientras que de las otras algunos sinvergüenzas han pretendido hacer negocio (como las de una empresa gallega, con las fp2), pero sigue sin haber existencias suficientes. Es increíble la dependencia del exterior, China en especial, para hacernos con mascarillas; me digo yo, ¿no se podría haber encargado la fabricación urgente de mascarillas fp3, las únicas que de verdad protegen, a alguna de las múltiples empresas del ramo textil, evitando de paso que vayan al paro? Y si encima se les da una generosa subvención si las tienen disponibles antes de un mes, miel sobre hojuelas. Pero nada, que nos las den los chinos, y encima mal hechas. Los de Zara seguro que tienen suficientes medios para transformar parte de su imperio en mascarilleros de lujo, aunque hay que decir que D. Amancio ya se ha portado como un señor donando más de 300000 mascarillas. Repito: hoy deberíamos de disponer de miles o millones de las fp3 tras adaptar las muchas fábricas textiles que hay en nuestra piel de toro, con las que podríamos salir con más tranquilidad, con un 95% de protección. ¿No valen para nada? Por favor…
    En cuanto a los respiradores, SEAT ha sido capaz de adaptarse y fabricarlos; me parece que fabricar respiradores es un poco más complejo que mascarillas. ¡Y se ha hecho! Cierto es que con eso no daba ni para empezar, pero ¿no tenemos también al grupo PSA de Citröen y Renault, o Ford en Almusafes? No tienen más que espiar a Seat y copiar. Pues nada, a pedirlos a los turcos, engaño incluido.

     Por aquellos días, ya en marzo, de repente se informaba por el gobierno que había tres mil contagiados, cifra basada en no se sabe qué. Con gesto triste, el máximo responsable nos decía que podríamos llegar a tener en el peor de los casos unos diez mil casos y que después ya se aplanaría la célebre curva tras pasar el no menos famoso “pico”. Bendito optimismo; hoy estamos a punto de alcanzar los 200000 contagiados (¿?). ¡Cuánta razón tenía aquél documento que cifraba la predicción entre 100000 y 300000, en función de las medidas que se tomasen! Y ahora, al cabo de mes y medio, ya no nos podemos fiar ni de las cifras. ¡Qué manía de hacer pruebas! ¿Para qué? Como no sea para afinar las estadísticas, si te puedes contagiar en cualquier momento que te descuides y encima el virus puede reverdecer en las personas dadas de alta (aunque se dice que de forma más leve y en un porcentaje relativamente bajo), lo mejor es suponer que estás contagiado y confinarte todo lo que puedas. Cuando hayan pasado dos o tres meses sin síntomas, o has pasado por el coronavirus sin enterarte y ya no contagias (¿?) o estás limpio, con riesgo de contagiarte, pero a esas alturas ya debería ser más difícil.
    Creo recordar que también por aquellos mismos días ya se limitaban los eventos multitudinarios, los de más de cinco mil o de mil personas, como si eso fuera suficiente, pero aquí se permitieron “excepcionalmente” el del “8M”, el mitín de Vox y la visita de catalanes separatistas a otro evento en Perpignan. ¡Naturalmente! ¡Cómo se iba a prohibir a las señoras a que se manifestaran o a los separatistas que viajaran en atestados autobuses! Y no sólo eso; ya por entonces se sabía lo que había pasado en el norte de Italia, cerrando Lombardía, con un aluvión de contagios. Cuando se filtró la intención de cerrar los aeropuertos de allá, hubo desbandada italiana, pero a nadie se le ocurrió tomar medidas restrictivas en los aeropuertos españoles, en especial Barcelona o Madrid. Recuerdo la entrevista a un italiano proveniente de Milán, con su mascarilla y todo, comentando su extrañeza por la falta de controles, pues él honestamente no sabía si estaba contagiado o no. Y así lo menos estuvimos durante una semana; si por entonces había alrededor de 50 vuelos diarios (¿?) de Italia a España, un somero cálculo nos lleva a 7 días x 50 vuelos x 150 pasajeros =  52000 potenciales contagiadores provenientes de una zona caliente. No está mal.
    Los mismos médicos-políticos de antes nos informaban de que el virus se limitaba a viajar a poco más de un metro de un contagiado que tosiera, pero no se contaba con la potencia de un estornudo, que podría lanzar el virus bastante más lejos. Dejando esto a un lado, una leve tosecita podría facilitar el aterrizaje de unos cuantos virus en lo que más tocamos, es decir, botones, barras, mesas, sillas, etc. y quedarse allí malévolamente acurrucados. Luego llegan las potenciales víctimas, a las que no se les ocurre otra idea mejor que sacarse los mocos, restregarse los ojos o sacarse un trozo del bocata de jamón que se ha quedado entre los dientes, invitando al coronavirus a extender sus horizontes. Los mismos médicos-políticos o políticos-médicos afirmaban por entonces que en menos de una hora ya se habrían “desactivado” de esas superficies; luego pasaron a ser ya varias horas, pero que no nos preocupásemos, que en el aire no se quedaban. Será que ya han aprendido a volar, pues ahora sí que pueden permanecer en el aire por algún tiempo. Es decir, que si nos metemos en un ascensor con guantes para no tocar los botoncitos, tampoco estamos ya seguros si algún contagiado ha usado el mismo ascensor poco antes y seguimos estando en peligro sin mascarilla. Y es que no vale para nada, por supuesto. En los telediarios se veía que todos los chinos iban con su mascarilla puesta, pero claro, eran chinos y estaban acostumbrados, pese a que las mascarillas “no valían para protegerse”, según se nos decía. Y ahora, tras mes y medio, seguimos oyendo eso de “las mascarillas son recomendables” o “sólo valen para que los contagiados no contagien”. Claro, no hay mascarillas, cuando ya en muchos sitios son “obligatorias” y multazo al que no las lleve. Desconcertante.

   Igual que el confinamiento. Si sales a darte un tonificante paseo o una carrerita por un parque manteniendo una distancia, no ya de un metro o dos, sino de cien, multazo al canto. Por el contrario, si vas al supermercado sin mascarilla ni guantes, no passa nada. Mucho vigilante, eso está bien, pero nadie que se encargue de limpiar al menos los asideros de los carritos. Y si alguien tose o estornuda al aire, tampoco. Genial.
   Ahora se está estudiando cómo liberar del confinamiento a los niños, que lo que quieren es jugar con otros niños, naturalmente. Pues no hay otra solución que ir alternando mascotas y niños, incluso usando la misma correa para unas y otros y evitar que se alejen demasiado. Tampoco pueden tocar nada ni entrar en las zonas de juego, pues como no se puede evitar que se lleven las manos a la nariz tras tocar los columpios, habrá que pensar en ponerles una mascarilla especial tipo “Viernes 13”, aparte ya de la correa. El clásico “¡nene, caca!” multiplicado por cien. ¿Eso no genera frustración, señores psicólogos? Salir a la calle con mascarilla, correa, máscara, guantes y bien sujetos por los papás para evitar desmanes, no creo que constituyan las expectativas de nuestros tiernos infantes, que ya no podrán gritar triunfalmente eso de “¡por fin libres!”. Vamos, que si yo fuera niño, mejor me quedo en casita jugando con el ordenata. Hombre, si tenemos la suerte de tener un parque cerca, se les podría dejar sin correa igual que se hace con los perritos, aunque no esté permitido. Me vuelvo a decir yo que para eso soltamos también a los abuelos, que de paso vigilarían a los nenes, como saben hacer muy bien. Habría un leve riesgo de contagio entre ambos, abuelos y niños, claro, pero ¿no será más difícil contagiarse en un parque al aire libre que confinados todos juntos en casa?

    Tampoco entiendo el jaleo de los guantes. Sigue apareciendo en las farmacias “no hay guantes”. ¡Pero si en los supermercados los sigue habiendo y gratis! Cierto es que son una babilla, pero cumplen su función y son perfectamente desechables, siempre que no se tiren al suelo, claro. Se ha dicho también que es mejor pagar con tarjeta y no en metálico, pero pocos lo hacen. Los billetes de banco siempre están llenos de bacterias o virus y nunca nos hemos preocupado, pero ahora con el coronavirus hasta las monedas resultan peligrosas, en especial si luego en casa las cogemos sin guantes. Se deberían dejar las vueltas en una cajita en la entrada de casa, con más razón que los zapatos, que, por cierto, también han tenido su polémica; primero se nos dice que es una tontada dejarlos en la entrada y luego, poco a poco, se confirma que “es muy recomendable”. ¡Por favor! ¡Si incluso sin coronavirus la civilización asiática y la musulmana obligan a descalzarse cuando visitas a alguien y a ponerte unas zapatillas que te ofrecen ipso-facto desde tiempo inmemorial! ¿Para qué tanta polémica? Si es lógico… También se recomienda ahora lavar la ropa que has llevado puesta a 60º y “no vale” si se lava a 40º durante una hora. Y habrá que meter la ropa en la lavadora con guantes. Eso sí, si has salido sin ellos y te lavas las manos con jabón dos minutos aunque sea en agua fría, “ya vale”. Caray, ni tanto ni tan calvo.

   También se nos dice que el virus no afecta a los niños, excepto a los que (eso sí, en menor cantidad) ya lo tienen. De Perogrullo. Habría que investigar cuál es la razón para esa preferencia por parte del virus, que podrá ser cualquier cosa, menos inteligente. Incluso se debate aún si es un ser vivo, pues está en la frontera de la vida. Eso sí, se ha creado con ciertas tendencias innatas, que a lo mejor hasta mutan. Me pregunto yo: ¿Cómo, cuándo y por qué deciden mutar?
   Igual que pasa con los niños, parece que nuestro coronavirus no siente ninguna afinidad por los animales, pero no es descartable que a partir de que exista una vacuna, contemple a nuestras mascotas con más afecto, como alternativa al menos. Ha habido casos, muy pocos, pero haberlos, haylos. No me extrañaría a mí que entonces se le ocurra mutar y volver por vía perruna o gatuna a infectarnos más tarde. Tiempo al tiempo.

     Otra historia desconcertante es la de los síntomas. Saber diferenciar entre al menos los iniciales del catarro común, gripe y coronavirus es todo un arte y en esto los médicos deben ser muy artistas, excepto cuando se realice una prueba fiable de verdad .Yo soy de los que creen que hay falsos positivos, no que el coronavirus resucite al cabo del tiempo, pero quizás me equivoque. Se entiende que el primer aspecto diferenciador es el de la fiebre, pero si a alguien se le ha ocurrido mirar cuáles son las causas que pueden producirla, son tantas que se requiere tiempo y paciencia para descartar otras razones. Como primer filtro nos puede valer (en caso contrario, ¿para qué tanto examen de temperatura corporal?). Luego está lo de perder olfato, pero si tienes la nariz tapada por un catarro, es evidente que tu olfato está reducido por meras razones físicas. En cuanto al gusto, también es engañoso, si estamos acatarrados. Ya si te falta el aire, podría ser un síntoma, claro, pero este aparece (creo) tras algún tiempo, cuando el malévolo virus ya te ha llegado hasta los bronquiolos. Y a buenas horas, mangas verdes.
   Siguiendo con los síntomas, este desconcertante virus es muy capaz de engañarnos, pues puede dar síntomas o no darlos. No parece muy normal, pues se nos dice que el periodo de incubación es de cinco días, al cabo de los cuales ya debería asomar la patita. Pues no, es así de cabroncete; se han detectado casos, y no tan pocos, de asintomáticos positivos. Pues no lo entiendo; si se incuba en cinco días, ¿qué pasa a partir de ahí? ¿Es que nuestro cuerpo no reacciona frente al indeseable visitante? ¿Por qué? Pues eso es una putada y nos va a llevar de cabeza. Habrá que estudiar profundamente cómo se comporta al cabo de quince días y además saber cuánto tiempo seguirá siendo capaz de infectar a otros. Se nos ha dicho que quince días más, pero no me fío. Si se utiliza un factor de seguridad de 2, que no está mal, nos ponemos en dos meses. En lugar de continuar con la investigación, se nos dice que se podría crear un “Arca de Noé” para albergar a esos asintomáticos y evitar que contagien. El carro delante del caballo. Dejemos a la gente en estas condiciones confinadita en su casa, aunque fuera a costa de mirarles con preocupación mal disimulada. También se me ocurre que se les podría utilizar como cobayas en la investigación para despejar esta incógnita tan preocupante, confinándoles en un hotel de cinco estrellas (total, no tienen clientes) a cuerpo de rey, con tal de poder asegurar que son positivos, por el tiempo que puedan seguir contagiando. En paralelo, los demás no tienen más que esperar esos dos meses y ya veremos cómo evolucionan.
   También se podría dar el caso recíproco, tener síntomas y dar negativo, pero no parece que merezca la pena investigar a éstos; será que tienen gripe o tratarse de algún hipocondríaco capaz de pseudocontagiarse.

   Ya he hablado antes de la problemática de los supermercados; para soslayar este problema, la tecnología actual nos permite pedir comida a domicilio por internet, si es que no disponemos de un alma caritativa que nos haga la compra y nos la traiga. Pero aquí se nos presenta otro problema nuevo: ¿Qué manos han tocado los alimentos durante todo el proceso? ¿De dónde vienen? En circunstancias normales, el riesgo se consideraría bajo, pero con este puñetero coronavirus que le gusta agarrarse a los plásticos, vaya uno a saber si no será peor el remedio que la enfermedad. Todavía no sabemos si sigue activo tras una, dos, tres o doce horas, o incluso días, aunque eso ya me parece exagerado. Otra cosa que se debiera estar investigando; se coge a un positivo confirmado y sintomático, se le dice que sople en varias probetas de diferentes materiales y ante entornos diferentes de humedad y temperatura y luego con mucho cuidado se llevan las muestras contaminadas a un laboratorio. No creo que tarden meses en saberlo, pero nada, seguimos preguntándonos qué pasa en la más completa incertidumbre, salvo que haya resultados dispares y no nos hayamos enterado. Ni idea, pues.

    No tengo ganas de meterme más con las pruebas de positivo/negativo, pero con la que está cayendo a nivel mundial no me puedo creer que no existan pruebas fiables. Hasta en China se siguen usando y me parece haber visto que son muy sencillas e inmediatas, dando la clave de un “pasa, no pasa” que será vital en un futuro. A lo mejor este virus es tan desconcertante que no se comporta igual según sea el país. Hombre, el clima aquí no es igual que en Rusia o en Argentina, pero sería otra cosa a averiguar, ya que se habla tanto del efecto de la temperatura en el virus. Podría ser, pues el comportamiento de sus primos estacionales ya lo dice, apareciendo en la estación invernal. ¿Sabemos acaso la magnitud de este efecto? Pues tampoco.
    ¿Tratamiento entretanto haya una vacuna? Pues ahora se sabe que este desconcertante virus tiene en su estructura aspectos muy similares al del VIH, y se está estudiando, igual que con la malaria. La respuesta de momento es la misma de siempre: “Estamos en ello”. ¿Es que cada país trabaja sin mantener una mínima coordinación con los demás? Penoso.

    No se recomienda ir a los hospitales, excepto que te estés muriendo. Será que el virus flota en el ambiente, en contra de las afirmaciones de los propios médicos. Si tienes una enfermedad crónica, mejor quédate quietecito y evita análisis o pruebas médicas. Habrá que rezar o cruzar los dedos para que no se “despierte” alguna de las potenciales enfermedades, tan corrientes en las personas de la tercera edad. Lo mejor será dejarles solitos y cerrar los ojos. Se me abren las carnes pensando en los miles de viejecitos que se han muerto en soledad tratando de decir “¡socorro, que me ahogo!”; es mejor echar tierra para que no se noten tantas muertes (o ya directamente echar tierra de verdad encima de los sepulcros). Empiezo a pensar que tras tanto jubilado protestando por su pensión, el coronavirus se ha diseñado justo para hacer una gran escabechina y solucionar el problema de las pensiones de un plumazo, eliminando sencillamente la raza de los pensionistas. Prefiero no hablar de muertes, pero un ratio de 500 fallecimientos por día equivale a que suceda un accidente de A380 todos los días. Tremendo; sólo imaginarse que cada día se vaya al suelo un avión gigante de éstos hace estremecer. Es terrible que ya nos “estamos acostumbrando” a estas cifras, al cabo tan sólo de un mes. ¿Nos estaremos “insensibilizando” o “anestesiando”?
    ¿Y qué decir del cambio climático? Los ecologistas estarán que saltan de alegría bendiciendo al coronavirus, que ha conseguido también de un plumazo que ya no sean necesarias medidas restrictivas de ningún tipo, ni siquiera promover eventos que al final nunca valen para nada.

   Una reflexión final: ¿Cómo es posible que este desconcertante virus nos halla pillado así, indefensos y con los calzoncillos bajados? ¿Cómo ha sido posible que nadie nos haya advertido? Falso, por supuesto que nos han advertido, pero nunca nos lo hemos creído. Me parece que hace menos de un año, Bill Gates dio una conferencia alertando de que en cualquier momento podía aparecer un virus que pusiera a la Humanidad en un grave aprieto y advirtiendo que habría que tomar medidas preventivas en especial en la sanidad a nivel mundial. Pues nada; como quien oye llover. Y no sólo eso; miremos un momento atrás, que tenemos una memoria muy floja; es sorprendente lo contrario, que se haya manifestado sorpresa, valga la redundancia, por la aparición “traicionera” de este nuevo virus, mirando a experiencias nada lejanas en el tiempo. Se podría calificar de “milagro” que nuestras acciones como humanos depredadores, explotadores y contaminadores no originase desequilibrios fatales de manera periódica entre las especies, y estoy pensando en animales. ¿Es que nos hemos olvidado ya de los recientes brotes y epidemias producidos por virus de origen animal saltando la barrera de las especies y afectando a los humanos? ¿Cómo es posible que nos hayamos olvidado ya del VIH (Sida), del Zika (de los mosquitos brasileños en 2015), del temido Ébola, del MERS (¡síndrome respiratorio de Oriente Medio!), del SARS (¡síndrome respiratorio agudo surgido en China en 2003!), del EET (el famoso de las vacas locas), de la gripe aviar y de la gripe porcina? ¿Es acaso tan sorprendente que nos haya surgido otro virus emparentado con éstos, todos de animales, pero más veloz en su forma de contagiar? ¡Ya en enero de este año se estaban viendo “sorprendentes” casos de fibrosis pulmonar en residencias de ancianos!
   Nada, nada, no hemos aprendido todavía a anticiparnos y luego nos pillan en pelota picada. A ver si esta vez aprendemos para la próxima, que ya vendrá. Al menos esta pandemia nos va a servir para mirar más por nuestra higiene; no sé lo que pasará ahora, pero me da miedo pensar en los países africanos y sus pobres condiciones sanitarias. Esperemos que se libren, porque de otra forma se va a notar el efecto de manera relevante hasta en la población mundial, visto lo visto. No deja de ser curioso que haya afectado tanto a países desarrollados y no a los otros. ¿Alguien sabe por qué?

KS, 19 de abril de 2020