HAY
QUE SEGUIR LUCHANDO
Reflexiones de un cirujano jubilado
Por
Manuel Limones
¡Cuántas veces te
encuentras con una sensación de soledad cuando
tienes que tomar decisiones que afectan a tu vida personal! Otras, por tu
profesión, debes tomarlas sobre la vida de otros. Cuando estás con tu silencio
y el de tu equipo, cuando pierdes la noción del tiempo y solo oyes el silbido
de la arteria que sangra, sin saber dónde, es cuando notas los movimientos
acelerados de tu propio corazón, presión en la cabeza y zumbidos en el oído. A esta
sensación se unen los tonos agudos, desafiantes y cada vez más rápidos del
monitor del paciente que aceleran aún más tus propias sensaciones. La adrenalina
te da fuerzas para gritar: ¡Sangra! ¡Apaga el sonido del monitor! ¡El clamp de
aorta, rápido! ¡Tranquilos que se puede! Este último grito, más que para dar
moral a los ayudantes como haría un buen estratega militar, es para uno mismo,
para autoconvencerse de que se va a conseguir realizar la hemostasia. En esos
momentos de nada vale la medicina basada en la evidencia, las sesiones
clínicas, las conferencias magistrales, ni el último artículo científico. Hay
que actuar con rapidez y precisión para salvar la vida del paciente, hay que
luchar. ¡Por fin se ha conseguido! Ha dejado de sangrar, ahora hay que
reconstruir, hay que seguir con la intervención. Llega la relajación, pero no
hay que confiarse, hay que recordar el dicho taurino hasta el rabo todo es toro. Como
ocurre en muchas ocasiones, cuando pasa el peligro, cuando se ha bajado la
tensión del momento agudo, piensas en la oportunidad de una ayuda externa, de
un compañero para que termine la intervención; en esos momentos te vienen a la
mente las películas de indios y vaqueros, cuando acorralados en el fortín viene
la caballería ligera a rescatarte. Pero no, hay que continuar, hay que rematar la faena. Después de una
operación compleja, esto no se acaba. Hay que estar atento para atajar una
posible complicación, que no pase inadvertida, el cirujano tiene que ir por
delante de un efecto no deseado, hay que seguir luchando. El anatomista y cirujano
escocés del siglo XVIII Astler Cooper decía que para superar esta lucha, los atributos requeridos
al cirujano eran “ojos de águila, manos de dama
y corazón de león”.
Estas circunstancias se dan en el quirófano
con mayor o menor gravedad, pero existen otras situaciones no tan frecuentes,
afortunadamente, pero muy críticas. Son la 8 de la mañana del día 11 de marzo
de 2004, olor a quemado, humo y pitidos de sirena. Apenas llego al hospital hay
que tomar decisiones en los quirófanos para afrontar una situación de
catástrofe. Se suspende la actividad en el área quirúrgica para atender a los
heridos. ¿Qué ha pasado? Nadie sabe nada. Se agolpan las víctimas en urgencias.
Se realiza triaje, los clasificamos por las lesiones sin tomar apenas datos de
filiación, no hay tiempo que perder. Se anotan las lesiones de cada paciente
pegando un esparadrapo en la camilla e indicando la especialidad y al quirófano
que les debe llevar el celador; allí ya está el cirujano preparado. A otros se
les llevaba a un lugar donde, desgraciadamente, nada se podía hacer por ellos.
Poco a poco se conocen noticias, todas confusas y contradictorias, pero es lo
mismo, lo nuestro es dar la mejor asistencia a los pacientes e información a
los familiares, independientemente del origen de la catástrofe. La tensión
vivida en los quirófanos durante estos días fue indescriptible; intervenciones,
re-intervenciones e intervenciones en dos y tres tiempos, pero el balance fue
muy positivo. Todos los hospitales respondieron con prontitud y eficacia,
siguiendo el Plan de Catástrofes, del que solo sabíamos la teoría y todos pensábamos
que nunca se iba a aplicar, pero lo hicimos con eficacia. Con este Plan de
Catástrofes cada trabajador del hospital conoce la jerarquía, la actividad
funcional y la misión en caso de emergencia masiva. Nos sentimos muy orgullosos de la labor de
todos los equipos, nuestra misión solo era, como no podía ser de otra manera,
salvar al mayor número de personas de la masacre, sin importarnos quien la
originó; ¡éramos médicos!
La lucha contra lo
desconocido ya ocurrió 23 años antes de esta gran masacre. El Servicio de Urgencias
se llenaba de pacientes con neumonía bilateral, muy graves y muchos con un
desenlace fatal. Todos los especialistas colaboramos para combatir algo que
solo sabíamos que podía ser muy contagioso, por el volumen de pacientes que
llegaban y porque atacaba a familias enteras. Todos estábamos en el hospital
protegidos, no había entonces EPI (equipos de protección individual), pero nos
protegíamos artesanalmente, mascarillas, muchas mascarillas, el contagio
parecía que era por vía aérea. Era lo que llamábamos Neumonía Tóxica. No había
germen. Después de varios meses de investigación se supo que era debida a un
envenenamiento masivo por aceite de colza desnaturalizado, utilizado
fraudulentamente. ¡Luchábamos contra una
infección que no existía!
Ahora, en la retaguardia de mi profesión y
de la vida, veo como mis colegas de todas las especialidades luchan contra una
infección nueva, muy agresiva y con tratamiento incierto. Actualmente tienen que tomar decisiones muy dolorosas
sobre la vida de otros, luchando contra el virus, siempre luchando. Se
enfrentan a otra situación distinta, completamente anómala. Aunque no sean cirujanos, ahora están viviendo
sensaciones que a veces se experimentan en el quirófano: el latido del corazón,
presión en la cabeza y zumbido de oídos.
Hay
que seguir luchando, hay que luchar contra la enfermedad y por la vida. ¡Así
todo se consigue!
Manuel Limones Esteban
Cirujano jubilado
20 de abril 2020
Gracias Manuel, por tus reflexiones personales. El médico tiene una responsabilidad sobre la vida de otros. Eso hace que la profesión solo sea apta para los más valientes. Gracias por compartir tus vivencias.
ResponderEliminarEstupendo artículo, Manolo. A los que no somos médicos nos cuesta ponernos en vuestra tesitura y nos has transmitido muy bien lo que se siente como tal. A veces nos gusta jugar a médicos, aprovechándonos de internet para no tener que ir a consultaros con el consiguiente riesgo que eso conlleva. Eso no pasa con vosotros, los cirujanos; pensar en emularos me estremece. Lo mismo nos desmayamos. Desde luego, es quizás la profesión más respetable que hay; no me puedo imaginar un mundo sin cirujanos, al menos hasta que se consiga dotar a un robot de criterio y sentido común y para eso aún falta mucho…
ResponderEliminarEl comentario anterior ha sido mío (Kurt) y no de "Los del Ramiro". Circunstancialmente he actuado hoy como administrador para manejar el blog.
EliminarLa neumonía atípica la viví desde Italia donde estaba trabajando, con la familia en Madrid, angustiado por las noticias que tan pronto decían que era por las fresas como por los pollos. Al final el maldito aceite venenoso. Fuun gran descuido sanitario no darse cuenta de tal aceite y unos desalmados los que hicieron la estafa.
ResponderEliminarTe felicito Manuel, por recordarnos ese pasado que no debíamos haber olvidado, pero sobre todo por tu llamada a que hay que seguir luchando.
ResponderEliminarTu recordatorio, Manolo Limones, no puede ser más oportuno. Activar eso, nos debe suponer un ejemplo que trasladar a la situación actual. Y tú, como médico, supiste y sabes hoy que debemos respetar las normas igual que entonces. Gracias por tus reflexiones.
ResponderEliminarBuenas tardes. Efectivamente la lucha no se deja. Ahora hay que luchar contra la enfermedad y contra los inútiles del gobierno que además de acertar en pocas cosas, se dejan timar con mascarillas "fake" y como quieren dinero a toda costa ya piensan en dejar morir a los mayores y quedarse con las herencias. Pero dentro de esta lucha por fin se empiezan a hacer las autopsias, antes no permitidas. En Italia con 70 autopsias hechas se están descubriendo cosas muy interesantes que pueden hacer cambiar radicalmente el tratamiento de la enfermedad y su posible curación en fase temprana. Así que nunca hay que perder la esperanza amigos. Gracias Manuel
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