...Por Nicolás Pérez-Serrano Jáuregui
Todos los que tuvimos la
fortuna de conocer a Don Antonio, recordamos muchos detalles de él. Uno de
ellos es ese que encabeza el título.
Llegadas las 11.30 horas,
cuando la campana del Instituto vibraba y nos señalaba el tiempo inefable del
“recreo", cientos de alumnos nos precipitábamos escaleras abajo.
Literalmente arrollábamos cuanto se interpusiera en nuestro camino. Algunos
irrumpían en la cantina de Pedro.
Pero me detengo ahora en
los alevines, los más chicos. Provistos de una pelota, más bien pequeña, se
afanaban por conseguir un logro la mayoría de las veces inalcanzable: hacerse
con una canasta, llegar los primeros y, así, echar un partidillo con los
compañeros, disfrutar de media hora del deporte casi oficial del “Insti”, ese
que tanto propició Don Antonio (“Ba-lon-ces-to” en la luego peculiar manera de
pronunciar sus sílabas Pepu Hernández).
Algo después aparecían unos
mayores, santa palabra, objeto de admiración, respeto y ... temor.
Pavoneándose, empezaban a tirar a esa canasta, lícitamente ocupada por los
pequeños, con un balón. Protestaban éstos. No cejaban en su empeño aquéllos;
querían desbancar a sus diminutos rivales, sin pudor, ni compasión, tratando de
hacer valer unos dudosos derechos, los de ser mayor. Alegaban, a su modo, otro
valor superior: “balón quita pelota".
Era entonces cuando, en su
ronda periódica por los campos, llegaba Don Antonio. Con cara adusta, cargada
de autoridad, y un simple gesto restablecía las cosas a su ser natural y justo.
Los pequeños podían jugar
tranquilos. La justicia del caso concreto.
Muchas gracias, Nicolás, por tu fantástico recuerdo en homenaje a D. Antonio, que me ha hecho sentir vergüenza por las veces que pudiera actuar como uno de los mayores que describes. Desde aqui pido disculpas tardías por mi comportamiento de entonces.
ResponderEliminarAcabo de leer tu pequeño homenaje a D. Antonio. La anécdota ilustra muy bien su carácter, seco, pero cercano cuando había que serlo. Me ha encantado. Rafael Gª-Fojeda
ResponderEliminarNo tuve ocasión de conocer mucho a D. Antonio, pero su presencia flotaba siempre en el ambiente: "estaba ahí". La frase que cita Kolia más arriba de (transcribo) "y un simple gesto restablecía las cosas a su ser natural y justo" es ya suficiente para definirle. Fué un EDUCADOR innato,así, con mayúsculas. No es tan sencillo como parece "teletransportar" su figura al entorno educacional de hoy, pero pienso que ése saber estar y saber ganarse el respeto, es algo en lo que muchos educadores en la actualidad debieran fijarse y aprender.
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