Por Manolo Rincón
Aquel diciembre me encontraba
analizando las diversas teorías sobre el origen y desarrollo de la pandemia que
nos asolaba desde hacía dos años. Muchas cosas no cuadraban. Era muy difícil
establecer una hipótesis que fuese realmente demostrable. Las derivadas
económicas me asustaban, así como las muertes oficiales causadas por el virus, pero
pensaba que las reales serían mucho mayores.
Sin darme cuenta ya estábamos en
las vísperas de Navidad. Para despejarme un poco salí a la calle sumido en mis
pensamientos. Recorrí sin rumbo fijo las iluminadas y bulliciosas calles
madrileñas, en las que no se notaba ningún síntoma de la pandemia.
Me fui alejando del centro pues
el jaleo del gentío me molestaba. Sin darme casi cuenta distinguí las formas
arquitectónicas de nuestro Ramiro, no entendía muy bien como había llegado
allí. Todo estaba silencioso y en penumbra, por lo que seguí andando sin un
rumbo prefijado.
Cuando dejé un rato mis
pensamientos, me pareció estar en un lugar vagamente conocido. Era la calle de
General Oraá y sin más vi la librería Pérgamo. Cuantos recuerdos aparecieron en
mi mente, de cuando compraba los libros de texto en ella.
Pero me invadió la tristeza.
Estaba en liquidación y la librería desaparecería para siempre. Decidí
traspasar la puerta y repentinamente me vi en la librería de los años 50,
apiñada de alumnos que pedían a gritos sus libros. Yo no iba a ser menos, me
hice un hueco y llegué al mostrador de venerable madera. Nos alumbraban dos
globos blancos pendientes del techo y las librerías aparecían repletas de
libros de texto.
Había dos personas atendiendo, el
dueño y la que supuse su hija, Lourdes. Eran pocos para la cantidad de clientes
que nos apretujábamos contra el mostrador. El libro de Ciencias Naturales de
3º, el de Ybarra, comencé a gritar. Por supuesto era difícil que me atendiesen
con la cantidad de jóvenes que pretendíamos ser oídos.
Me pareció ver a algún compañero
de clase vociferando igualmente algún libro deseado. Tras mucho desgañitarme,
apareció Lourdes con el libro que solicitaba. Lo tomé emocionado y me dispuse a
pagar las 70 pesetas que me pedía.
Pero me di cuenta que no tenía
nada de dinero y no podía pagarlo. Esto me produjo mucha angustia. Cogí el
libro, no quería soltarlo y salí corriendo hacia afuera mientras Lourdes me
reclamaba el importe.
No sé cómo me encontré en el
exterior. De nuevo estaba la librería vacía ante mí, con el cartel de se
alquila. Me parecía que lo vivido había sido tan real que no daba crédito a que
no hubiese sucedido realmente.
Un poco aturdido regresé a mi
casa pasando por luces y árboles de navidad. Hoy es 23 de diciembre pensé.
Recordando Pérgamo llegué a mi casa y para evadirme un poco puse la TV. En
Telemadrid donde en esos momentos hacían una entrevista a Lourdes, mucho más
vieja naturalmente, que la que había visto. Explicaba que era un negocio
insostenible.
Feliz Navidad 2021.
Que recuerdos...
ResponderEliminarMuchas gracias Manolo.
HISTOTIA DE PÉRGAMO.
ResponderEliminarCuando Raúl Serrano abrió en 1945 la librería Pérgamo, lo que hoy es la calle del General Oraá, en pleno barrio de Salamanca y lugar donde se sitúa el negocio, era tan solo el extrarradio madrileño. «No existía Barajas y María de Molina era un paseo con bulevar que terminaba en la Castellana, en un montículo, que estaba cortado», explica Ana Serrano, hija del librero.
Y en esas afueras fundó Serrano su librería, después de perder la cátedra en la Universidad de Madrid por sus convicciones republicanas, que más tarde pasó a manos de sus hijas y que ahora echará el cierre, después de casi 80 años de literatura a las espaldas.
Una de las peculiaridades del local es que este se mantiene prácticamente igual que cuando se inauguró. «No imaginas qué triunfo fue conseguir castaño para hacer las librerías justo después de la guerra», explica. La decoración («excepto algunas plantas y cuadros») es la misma que aquella que se planteó en 1945, gracias al cuidado y mimo de Lourdes. Y la fachada también se mantiene idéntica a la original.
Madrid, echa el cierre. Con un gran cartel rojo que dice “Se alquila” y otro en que pone “Liquidación”, sus dueñas, las hermanas Lourdes y Ana Serrano, cierran un negocio que abrieron sus padres. Sencillamente, no pueden más. “Estamos muy cansadas, y cada vez se vende menos”, asegura la librera Lourdes Serrano, de 79 años. Pérgamo debe su nombre a la antigua ciudad griega de Pérgamo (actual Turquía), lugar que albergaba la mayor biblioteca de la humanidad hasta que fue desbancada de ese primer puesto por la de Alejandría. “Es una remembranza de aquella gran biblioteca”, recuerda Lourdes Serrano. El nombre lo escogió su padre, Raúl Serrano Vázquez, catedrático de Derecho y fundador de la Juventud Comunista de Aragón, acto por el cual fue represaliado por la dictadura de Franco. Abrir una biblioteca en el corazón de aquella España franquista fue, desde luego, otro acto de rebeldía.
Leyéndote he tenido la sensación de que se termina nuestro tiempo. Magnífico relato, Manuel.
ResponderEliminarFrancisco González García
Conocí la Pérgamo muchos años después de cuando nos explica Manolo. En los tiempos del Ramiro pillaba demasiado lejos de Chamberí, de modo que me apañaba con la también fallecida Manuel Martín, la de Joaquín García Morato (hoy Santa Engracia). No conservo un recuerdo particularmente vívido de la Pérgamo, aunque entiendo el sentimiento de pena, si no desgarro, que sufrís los que la conocísteis y disfrutásteis. Siempre que perece una librería es motivo de pesar, y supongo que más aún si se asocia a una infancia tolerablemente feliz. Descansi amb pau, amén.
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