Profesoras con encanto. Carmina Ortiz, por Kurt Schleicher.
Los
recuerdos se unen y los encuentros se juntan. Será que es así, o es que es así
porque debe ser o es que será porque sí, pero el caso es que este pasado mes de
Mayo de 2013 ha resultado particularmente emotivo. Y relacionado con profesoras
del Ramiro con encanto, de ayer y también de hoy.
Y es que
al Ramiro no hay que asociarlo solamente con profesores bien conocidos,
como Manuel Mindán, Francisco Viguera, Navarro Latorre, etc., muy
buenos profesores, pero a los que el calificativo de “encantadores” no parece
que les vaya como anillo al dedo precisamente. Me refiero a profesoras como
Helia Escuder, encanto y elegancia personificadas, o Trinidad Jolín, que nos
daba Física en 4º con encanto, o Pilar Gálvez, que, como decía Tinín, tenía
legión de admiradores, o Carmina Ortiz, la hija del director del Ramiro por
entonces, Luis Ortiz Muñoz, que junto con D. Domingo Sánchez daba clases de
“idioma moderno”, como se llamaba entonces, en este caso de alemán y francés.
Quizás resulte menos conocida para muchos, porque esta variante de
“alemán-francés” no fue nunca multitudinaria, pero creo que Nicolás, Ignacio
Casas, Carlos Marsá y alguno más la recordarán perfectamente. Y seguro que Carmina,
la señorita Ortiz, también tendría legión de admiradores (aunque nos pilló algo
más jóvenes que en el caso de Pilar, pues tendríamos entonces solamente unos 12
años); la recuerdo perfectamente como muy alta, muy rubia, muy guapa y
extraordinariamente simpática.
(Un inciso: alguien se estará preguntando por
qué me apunté a clases de alemán-francés, oferta del Ramiro muy “sui-géneris”
con eso de aprender dos idiomas al mismo tiempo y con la que yo, hablando
alemán de nacimiento, tendría una clara ventaja; la razón es simple: al arribar
en España a los 5 años, no tenía la menor idea de gramática alemana, y mis
padres debieron de pensar que mi alemán estaba bastante “cojo” sin un baño
gramatical. Y si encima aprendía francés, pues me las ponían como a Fernando
VII…).
Volvamos a lo del encanto en este florido
Mayo. Primero, encontramos a Pilar Gálvez (véase la semblanza http://ramiro53-64.blogspot.com.es/2013/05/el-reencuentro-semblanza-de-pilar.html) y tuvimos una
merienda inolvidable en su casa a mediados de ése mes. Después, Manolo Rincón
nos invitó a una conferencia que daba en el Ramiro de hoy a los muchachos en
puertas de la universidad (ver el artículo correspondiente http://ramiro53-64.blogspot.com.es/2013/05/un-dia-en-el-ramiro-por-manolo-rincon.html), ocasión en que me
llevé dos sorpresas: una, el nivel de madurez de los muchachos y muchachas a
tenor de las preguntas que hacían, muy razonadas e inteligentes, y otra, que
los “catedráticos” (palabra que se asocia a sesudos caballeros de edad
avanzada, gordos y calvos) responsables de la excelente formación de estos
muchachos eran dos atractivas damas, simpáticas y encantadoras: Rosa Mª Muro
(la hija de nuestro querido conserje Muro, ¿recordáis?) de Historia y Mercedes
Chozas, de Lengua y Literatura (y además escritora, firmando ahora mismo libros
en la feria del ídem).
Rosa María está puestísima en historias del
Ramiro y muy interesada en que no pasen al olvido hechos históricos asociados a
él; comentando estos temas, salió a colación que conocía a Carmina Ortiz y me
proporcionó amablemente el teléfono. Ni corto ni perezoso, la llamé. Os podéis
imaginar que estaba algo nervioso; no se llama todos los días a una profesora
al cabo de 53 años; así y todo, Carmina se acordaba de mí, al menos del nombre,
pues de la cara ya sería un milagro. Pues ahí que estuvimos charlando
animadamente más de media hora, a modo de Fray Luis de León, el del “decíamos ayer…”, y yo percibía al otro
lado de la línea una voz juvenil, desinhibida que, como no podría ser de otra
manera, sólo podría corresponder a una persona de espíritu joven y
extraordinariamente simpática, igual que yo la recordaba. Nos contamos muchas
cosas, entre ellas lo de la reciente inauguración de mi exposición de
fotografía (véase mi artículo de la nube) y obviamente la invité a visitarla
(aunque con pocas esperanzas de que eso pudiera hacerse realidad).
Una anécdota que yo recuerdo perfectamente
(ella no) es que con mis doce años (ella debía tener entonces veintipocos)
algún día coincidíamos a la salida del Ramiro en la calle Serrano; uno de ésos
días se me ocurrió la infantil idea de retarla a una carrera, pues ella también
presumía de buena atleta con sus largas piernas. Total, que nos dimos la salida
y echamos a correr por la cuesta; de repente me la encontré a mi lado con las
faldas al vuelo y me parece recordar que me ganó. Al terminar, ambos jadeantes,
nos echamos a reír sentados no sé si en el suelo o en el primer banco que encontramos.
Creo innecesario comentar que esta anécdota dice mucho del carácter juvenil de
Carmina, sin perder por ello el menor ápice del respeto que se tiene (¿habrá
que decir se tenía?) a una profesora;
al día siguiente, volvimos a ser profesora-alumno, aunque yo en mis adentros
percibía que había ganado a una amiga.
Carmina desapareció del Ramiro al poco
tiempo, y éste, el tiempo, empezó a correr, a correr y a correr y los recuerdos
se hacían largos y largos y más difusos, como siempre, pero su imagen
sonriente, rubia, alta y simpática no se me borró nunca de la memoria; debe de
ser una de esas “improntas” que se te quedan marcadas.
Pero… ¡sorpresa! Al cabo de una par de días
de aquella primera llamada recibo otra de Carmina anunciándome que tenía ganas
de verme a la vez que mi exposición, y que iría con unos amigos. ¡Otro
reencuentro emotivo en Mayo! Según voy llegando al Palacio de Godoy, se me
acerca un coche bien repleto de personas que me preguntan por el palacio, miro
al asiento delantero… ¡y vuelco al corazón! Me acerco y digo: …Eres Carmina, ¿verdad? Y la señora rubia que me mira con
sorpresa y gesto afirmativo… y un cálido y cariñoso abrazo. Inolvidable… Allí
estaba, un “par de años” después, pero igualmente alta, de porte elegante,
rubia, guapa y extraordinariamente simpática.
La verdad es que no tuvimos tiempo de hablar
mucho de su vida (pues nos dedicamos a ver la exposición con sus amigos, dos
parejas también muy agradables), pero comentar que realmente no estuvo en el
Ramiro más que dos años dando clase de alemán, ya que su padre la envió al
colegio alemán de Concha Espina en Madrid, donde dio clases de español durante
la friolera de 38 años.
Tampoco tengo la intención de que esto sea
realmente una semblanza suya, pero sí destacar que en el Ramiro hemos tenido la
fortuna de cruzarnos con personas con encanto como ella y que yo he tenido la
ídem de encontrarme en tan breve plazo con tanta dama encantadora asociada a
nuestro Instituto. Será por lo del mes de Mayo y la primavera, que la sangre
altera, pero así ha sido, porque así habrá tenido que ser. Y yo, que acabo de
ganar una amiga –otra vez- al cabo de 53 años…¡qué bien!
Y que este hecho es otra buena razón de estar
orgulloso de la pertenencia al Ramiro, como dijo Vicente no hace mucho; no se
trata solamente de la bondad de muchos profesores que tuvimos o de la impronta
que nos dejaron, sino que además, recordando a algunas de ellas, como es el
caso, es que encima tienen esa cualidad, pocas veces ensalzada: encanto.
Las fotos adjuntas dan buena fe de lo anterior,
sin necesidad de más explicaciones...
KS, Junio
2013.
Me recuerda a su prima Rocío Ortiz Moreno, que fue madrina del Estudiantes.
ResponderEliminar¡Qué buena anécdota, Kurt, la que mencionas y qué razón tienes con lo del encanto de la Srta. Ortiz! Es una maravilla reencontrar personas con esos estupendos atributos a pesar de... Ya lo dice el refrán: El que tuvo, retuvo...
ResponderEliminarJopé Kurt, todos yus sueños se hacen realidad 50 años después. Como me alegro-
ResponderEliminarManolo
Me ha encantado esta historia, Kurt!! Qué pasada de reencuentro después de tantos años...
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