Nuestro compañero de la promoción de 1.961, Joaquín de la Infiesta leyó este texto en la Misa del Espíritu Santo del pasado día 4 en homenaje a Don Antonio. Le agradecemos que nos haya hecho partícipes de su escrito y nos permita publicarlo para mayor honra y memoria de don Antonio Magariños, nuestro sembrador, y reconocimiento de sus frutos.
Salió el sembrador a sembrar su semilla. Exiit, qui seminat, seminare semen suum. ἐξῆλθεν ὁ σπείρων τοῦ σπεῖραι τὸν σπόρον αὐτοῦ.
Así, en latín y
griego, hacia1931, salió D. Antonio a sembrar su semilla, a los 24 años, en la
cátedra de D. Miguel de Unamuno.
Para nosotros el
sembrador salió a sembrar su semilla unos años más tarde, exactamente en
Octubre de 1939, cuando vino trasladado a Madrid, para hacerse cargo enseguida
de la Jefatura de Estudios del nuevo Instituto, nacido sobre las ruinas del
Instituto Escuela. Le quedaban poco más de 26 años de vida y todavía tenía
miles de semillas por sembrar.
No había que
perder ni un minuto. Por eso D. Antonio salía muy temprano todos los días de su
vida a sembrar su semilla.
El milagro que
hoy recordamos, del que hemos sido testigos y por el que hoy estamos aquí
reunidos, es que todas las semillas que D. Antonio fue esparciendo en su
relativamente corta vida (59 años) han dado frutos. Las que picotearon las aves
del cielo fueron las que volaron con nuestro sueños y esperanzas de juventud,
casi todos irrealizables e irrealizados, pero que llenan de recuerdos nuestros
años en el Ramiro. Las que cayeron en la tierra seca y árida del campo de fútbol
dieron lugar a formaciones patrióticas o persecuciones inauditas de un balón
furtivo, que casi nunca era el nuestro: vivencias que siempre recordaremos con
una sonrisa de nostalgia. Las que se quedaron en el duro asfalto de las canchas
de baloncesto fueron las que nos enardecieron de entusiasmo anotador y también
nos enseñaron los primeros insultos. Las que terminaron en la tierra buena de
nuestro corazón fueron las que han sustentado
nuestra vida, las que hoy nos han traído aquí. Sin olvidar, desde luego, a su
propia numerosa familia, plagada de educadores y profesores, que han dejado su buena
semilla en tantas ciudades de España.
Todo esto es lo
que fue sembrando D. Antonio, con un pito, un reloj, un megáfono y muchísima
vocación docente, además de mucho sentido común, como únicas herramientas. Disciplina,
constancia, cumplimiento del deber, sinceridad, trabajo
en equipo, respeto al contrario.
Por los frutos
los conoceréis. Sus obras son sus testigos: el día a día del cuidado de su
familia, de sus más de 1500 alumnos del diurno, el nocturno, el internado, el
Estudiantes, y tantas otras.
Probablemente
para los miles de alumnos que han pasado por las aulas del Ramiro después de
nosotros, y que no conocieron a D. Antonio, Magariños no sea más que el nombre
de un polideportivo o del café o el centro médico que se alojan en él. Sin
embargo para nosotros debe ser, no ya una leyenda, sino sobre todo una persona
que dio su vida por nosotros para enseñarnos a mejor conducir la nuestra.
En este espíritu
hoy nos reunimos en esta Iglesia del Espíritu Santo, la del Consejo, la del
Ramiro, la de D. Antonio, la nuestra. Y lo hacemos en un acto, que a él le
hubiera llegado al alma, y en el que todos, cada uno desde sus creencias y
desde su experiencia de vida, vamos a recordar a D. Antonio, en el 50º
aniversario de su fallecimiento tal día como hoy, y con él a todos los
profesores que nos acompañaron, nos aguantaron nos enseñaron y nos quisieron en
ese periodo tan importante de nuestras vidas. Y también, claro, a los compañeros
de entonces que ya no están entre nosotros.
Muchas gracias por tu aportación. Es una gozada leerla.
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