03 septiembre 2016

EL VIENTO. AMIGO VIENTO

... POR NICOLÁS PÉREZ-SERRANO JÁUREGUI

Nuestro compañero Nicolás nos envía esta reflexión con la que pretende dar las gracias a tantas otras de los amigos que nos mandan las suyas, y que nos incitan a pensar y a compartir experiencias y vivencias.

EL VIENTO. AMIGO VIENTO

Era, sin duda, su sonido  preferido. Incluso lo echaba de menos cuando transcurría un tiempo sin escucharlo. Le era igual que rugiese y bramase, como en medio de una inmensa tempestad, cuando parecía que cabalgaba sobre briosas, embravecidas  y espumantes olas, o que fuese un mero silbido, como ocurría si tenía que buscarse hueco, para salir entre resquicios e intersticios que apenas permitían  que algo se moviese o se desplazase,  aun siendo tan etéreo, inmaterial o incorpóreo como el viento. Por eso, acaso, y aún sin planteárselo racionalmente, en el fondo de su corazón, odiaba el verano, en que no corre ni una brizna de viento, y él, consternado, constataba  que ni está  ni se lo espera.
No le consolaba que otra de sus pasiones, la música, tuviese una sección  de “ viento" por medio de la orquesta.  No le era suficiente. Quería viento en su estado puro, no a través de notas e instrumentos musicales, aun apreciando que esa era otra forma en que su amigo se manifestaba, se hacía palpable y evidente, de manera igualmente sonora.
Su rosa preferida, por supuesto, era la rosa de los vientos. Y su escultura predilecta, sin duda, era el Peine  de los Vientos  de Chillida, al final del paseo del tenis en la playa de Ondarreta en San Sebastián, construcción dotada de unos especiales agujeros que horadan la piedra del suelo a través de los cuales sopla y suena el viento.
Y decía, aun sin ser demasiado religioso en sus creencias, que le apasionaba la figura de Cristo, aunque solo fuera por haber demostrado que él era capaz de domeñar al viento, de mandarle con autoridad que amainase. Aunque del episodio lo que le gustaba de verdad era que el oportunista Pedro pidiese  al Maestro poder caminar sobre las aguas sin que el viento doblegase su andar, ni le superase la gravedad,  y que el mar se mostrase como algo tan sólido que permitiese andar  sobre sus olas, algo especialmente llamativo y deseable para un pescador acostumbrado  justo a lo contrario.
Lo importante en el viento era su sonido. Pero también la sensación que percibía a través de él. Penetraba por sus poros; le llegaba hasta dentro, hasta lo más profundo de su ser. Y se sentía confortado cuando soplaba a su alrededor. Nunca mejor dicho: el viento le daba alas. Volaba y viajaba con él. El viento le traía olores, fragancias, perfumes, esencias de otros lugares, de las personas, del más allá, del muy acá, de acuyá. Percibía en él  la inmensidad; podía calibrar, gracias a él, la intensidad e incluso le hacía sentir volúmenes y colores distantes.
Conocía su fuerza, devastadora en la peor de sus versiones. Por ello le tenía un enorme respeto. Agradecía, además, que hubiera galernas, en que el viento cobra un muy especial protagonismo, o que las condiciones de viento propiciaran la venida de los huracanes, aunque, claro está, odiaba con todas sus fuerzas los efectos mortíferos de tales fenómenos.
Decía que a través del viento es como cada uno accedemos, y así logramos interpretarlo, a nuestro propio“ big-bang". Es cierto que no sabía muy bien qué quería decir con ello, pero  expresaba así lo más profundo e intenso, lo más natural, lo de máxima fuerza y, al tiempo, lo inesperado. ¿No se medía en fuerza, precisamente, el viento? Creía desde lo profundo de su ser que llega un momento en que a cada cual la vida le sopla con el mayor nivel de fuerza, le anonada con un big-bang y hay un viento enorme que acompaña a esta situacion,   perceptible solo por el destinatario de la ráfaga...Por ser big, es grande, muy grande. Por ser bang es ruidoso y explosivo, por muy sigiloso que se trate  de mostrar al comienzo.
Curioso ¿ no? Que algo tan inmaterial sea tan poderoso, sutil, matizado y, en el fondo, sin origen conocido. ¿Será eso lo que simultáneamente  nos subyuga y nos inquieta e introduce, en nuestra relación con él, un elemento de miedo,o al menos desconfianza hacia el viento ?Aún así, reflexionaba para sí mismo,  lo atractivo de este elemento de la naturaleza es su misterio, lo impredecible de su aparición, lo inescrutable en su intensidad y en su dirección. Si el aire es permanente, ¿por qué no siempre hay viento? O ¿a partir de qué intensidad es viento el aire? Sin aire no hay vida para nadie. Para él tampoco sin viento. Alguno, interpretando su esencia, diría que, como el viento es voluble, él también lo era. No le importaba. Al contrario, pensaba que era un honor que lo comparasen con él.
El viento sopla, ulula, susurra, silba, ruge,te lleva. ¿Qué más se le puede pedir? Transporta partículas, esparce por doquier semillas, erosiona tierras, montañas y rocas, sujeta en simbiosis perfecta con el rozamiento del aire aviones suspendidos del cielo, y es capaz incluso de trastocar cerebros lúcidos y espíritus, apriorísticamente estables. Y todo eso siendo inmaterial, sin que podamos definir su volumen, ni apreciar su peso. Un prodigio, vaya. 
Percibía, además, que sirve  también, desde luego, para limpiar y despejar la atmósfera y nuestras  ciudades, campos y casas. Nuestro querido viento arrastra consigo la polución, logra diluirla, la esparce o al menos la difumina. En sí el viento es limpio y limpia.
¿Qué decir, por otra parte, del viento sobre el velamen y aparejo de los barcos? Alcanzamos mundos lejanos tras su soplo favorable, hábilmente manejado por el timonel. Pero, puestos a contar lo que de verdad pensaba, diremos que no creía en la distinción entre viento a favor y en contra, de proa o de popa, de barlovento o de sotavento como fórmulas estereotipadas para indicar vientos buenos o perjudiciales. El seguía diciendo que lo que hay que hacer  es saber en cada momento cuál te sirve mejor, y prescindir de esos apriorismos, de esas ideas preconcebidas y tan en boga, que resultan a la postre del todo reduccionistas, guisos precocinados, sin mayor alcance, pues ¿es que acaso no se puede llegar a buen puerto, deprisa o despacio, según, con viento de través y de empopada?
¿Quién no ha querido alguna vez volar, dejarse llevar en las alas del viento? Las hay delta y de muchas otras formas y denominaciones.
A menudo pensaba en la agitación que produce el viento en todas las cosas que toca, aun sin necesidad de desplazarlas del sitio que ocupan. Las espigas se doblan, se inclinan, se mecen, oscilan cual pábilo de una vela, revolotean, vuelven a su enhiesto lugar de origen tras haber sido bamboleadas por él. No las ha cambiado, pero las ha movido hacia  direcciones opuestas, las ha enseñado caminos diferentes al escogido por ellas al crecer.
Los postigos de las ventanas, cuando el viento las empuja hasta que chocan con su marco ¿no nos dicen que alguien está llamando?
Poderoso señor, oh viento, capaz de llegar desde lo ignoto hasta lo recóndito, de lo rural a lo urbano, de lo terrenal a lo celeste, del mar a la montaña, de la noche a la mañana, de las cosas al hombre.
Y, hablando de los campos, ¿cómo no admirar el espectáculo de ver a los vilanos, suspendidos en el aire, trasportados por el viento, portadores de fecundas semillas? Le pasmaba igualmente otra forma natural de esparcir las semillas: la de las sámaras, que, llevadas en volandas por el viento, semejan palas de helicópteros ávidas de lograr buen destino para sus pasajeros.¡Quién lo hubiera dicho!: le gustaba, a pesar de todo ello, el verbo amainar, por mucho que uno de sus significados tuviese que ver con la paulatina despedida del viento. Y, puestos a marcar diferencias, prefería “arreciar", aunque con mesura, pues ello significaba que el viento estaba, como a él le gustaba, en su apogeo, que nada le impedía mostrarse como una auténtica fuerza natural, a su aire. Ya calmaría, cuando Alguien, o algo, le soplase que debía calmarse. ¡Oh, eterno retorno de la Naturaleza! ¿No viene la calma tras la tempestad?
Su combinación predilecta, casi perfecta, sin que ello implicase contradicción, pues sabía que los tres podían manifestarse al tiempo, era la suma de sol, frío y viento. Ya vendría más tarde la lluvia, la nieve incluso. De momento la conjunción de esos tres elementos traía consigo, casi siempre, otro espectáculo ciertamente no menor, el de las nubes y sus mil variedades, que encontraban, cómo no, al viento entre sus mejores y más eficaces aliados. La monotonía del cielo sin nubes, pensaba él, resulta al final cansina. Por eso no le molestaba, al contrario, esa alianza entre viento y nubes, de cuya presencia siempre sacaba partido, sobre todo cuando acababa en lluvia racheada que rolaba al son del viento. La masa de las nubes resultaba superficie idónea para el empuje del viento, pero éste no rechaza tampoco que su acción se produjese sobre las finas gotas de lluvia o desplazando los levísimos copos de nieve, dispuestos a caer mecidos por él.
Lo peor, y tantas cuantas veces se producía, fuera en plena mar o en tierra firme, era la calma chicha. ¡Qué gráfica expresión! Para avanzar en la vida, pensaba él, algo tiene que empujarte. Y, a tal efecto, nada como un viento favorable, incluso impetuoso, ese que no te da opción a oponerte, y que, al contrario, seductor él, te da los empellones precisos, los suficientes para, haciéndolos tuyos, aparentar que tienes voluntad propia, inquebrantable, inasequible a cualquier síntoma de desaliento.¡Bendito viento para quien sabe mostrarse dúctil a sus caricias!
En puridad, los cuatro elementos de la naturaleza de que hablaban los antiguos, tenían que haber sido tierra, agua, fuego y VIENTO. Icaro se precipitó contra el suelo precisamente, en la versión de nuestro personaje, por no ser capaz de dominar el viento.
¿Qué vientos nos soplan? ¿Qué sabemos de ellos?¿Somos capaces de ponernos a favor o en contra, según proceda? Me temo, dice nuestro amigo, el enamorado del viento, que no nos educan suficientemente en manejar el anemómetro de nuestra propia existencia. Nesesitamos más Maestros que nos enseñen, esos que sí saben por dónde da la vuelta  el viento.


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