...por MANOLO RINCÓN
Algunos compañeros se preguntan
hoy cómo funcionaba el intercambio entre clases del mismo nivel que tenía lugar
cuando estábamos en la Escuela Preparatoria, allá por los años 50 del pasado
siglo.
Voy a tratar de explicarlo en
este pequeño trabajo, junto mi experiencia personal al respecto, para que a
aquel que le quede la duda pueda entender en qué consistía y que se perseguía
con ello.
Remontémonos por un momento a
aquellos sábados por la mañana que eran entonces lectivos. Por regla general
transcurrían de la siguiente manera:
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De 9 a 10 había clase que solía dedicarse a
Religión, con los textos “Hemos visto al Señor” y el Catecismo Diocesano (el
“Ripalda” no lo utilizábamos).
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De 10 a 11, casi todos los sábados realizábamos
lo que denominaban “Pruebas Objetivas”, que consistían en contestar a unas 50
preguntas, grapadas en un cuadernillo y adecuadas a nuestro nivel, que versaban
sobre todas las materias. Las respuestas posibles estaban indicadas a
continuación y solo había que rodear con un círculo la que pensábamos era la
correcta, o a veces poner una cifra resultante de una operación aritmética.
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De 11:00 a 11:30 teníamos recreo.
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Después había una proyección de cine en el salón
de actos, que o bien era de “caballistas” o de dibujos animados. Rara vez
pusieron una película “normal”. Recuerdo: “Lilí”, “El prisionero de Zenda” o
“Trece por docena”. Con esto terminábamos la jornada.
El martes de la semana siguiente
podía pasar (no siempre ocurría) que uno o dos alumnos fuesen nombrados para
cambiar de clase, bien a la superior en el orden de la A a la D o a la
inferior, y se producía el cambio de manera inmediata. El criterio de cambio
procedía de las “Pruebas Objetivas” ya mencionadas.
¿Quién había detrás de este
procedimiento?. Casi nadie sabe responder a esta pregunta. Pues bien, existía
un Gabinete de Psicología en la “Prepa”, dirigido por D. Felix López Gete, quien
además de Secretario de la Escuela, era el encargado de realizar y evaluar las
Pruebas. El Gabinete dependía del que existía en el Instituto que dirigía el
Padre Mindán.
Este procedimiento “selectivo”,
tenía teóricamente el objeto de agrupar a los alumnos en niveles de
conocimiento e inteligencia similares, para que de esta manera accediesen al
Instituto debidamente “clasificados” y de esta forma propiciar que la enseñanza
en cada grupo fuese más uniforme.
Los pedagogos en general hoy en
día están en contra de este tipo de procedimientos.
En mi caso, visto como sujeto del
método, narro a continuación mi experiencia. Desde mi entrada en la “Prepa”
estaba en el A y era desconocedor del propósito de los cambios de clase. Hasta
que un noviembre de 1956, hace unos 62 años, yo estaba en 6º A y D. Luis,
nuestro maestro, con acento grave dijo un martes. “Hoy se nos van dos de toda
la vida: Rafael Dávila y Manuel Rincón”. Me dio un vuelco el corazón. Nunca
creí que una cosa así me fuese a suceder. Recuerdo que la prueba del sábado
pasado la denominaron “instrumental” y era muy diferente de las habituales. No
la había entendido muy bien y dejé gran parte en blanco. Me sentía francamente
mal.
Pasamos a 6º A bis. El profesor
D. Santiago Corral era magnífico, no conocía a los alumnos, pero rápidamente me
percaté de que sabía bastante y pasé a ocupar el segundo o primer puesto de
manera habitual. Gran era el otro compañero que me disputaba tal lugar. Siempre
tenía bien hechos los ejercicios y D. Santiago me ponía de ejemplo. He de decir
que en mi anterior clase esto no me sucedía nunca.
Pero este cambio me traumatizó a
mis nueve años. Pensaba que era torpe, echaba de menos a mis compañeros de
siempre y no me consolaba ni tener un buen maestro, ni estar el primero.
Un par de días lo oculté en mi
casa. Luego de acuerdo con mis padres, maestros también, me propuse regresar de
nuevo a 6º A. Hacía todos los deberes primorosamente. Mis padres me ponían más
y me explicaban cualquier error. Hasta mi padre trajo pruebas psicotécnicas
para que pudiese ver como se hacían. Creo que se percataron del trauma infantil
que me causaba tal cambio. Sentía hasta vergüenza cuando veía a uno del A.
A los 15 días D. Santiago, en
otro martes de primeros de diciembre dijo: “Manuel Rincón, vas a ir al A, lo
siento porque eres un buen alumno, pero me alegro por ti”. Recogí mis bártulos
y de nuevo al A (estaba en la clase contigua), contento con mis compañeros de
siempre, pero un poco triste por lo cómodo que estuve en el “bis”, lo mucho que
aprendí en esas dos semanas y los primeros puestos de que gocé y que en el A
era tan difícil de repetir. No obstante no me descuidé ya ni un solo momento e
incluso obligado por mi madre me presenté al examen de Matrícula al aprobar el
Ingreso y la saqué.
Y esta es mi experiencia personal
en el método de selección que se practicaba en aquel entonces. Cada cual saque
sus consecuencias sobre la bondad o maldad del mismo.
Enhorabuena por tu espléndida memoria, Manolo; yo recuerdo eso de las evaluaciones de forma bastante más difusa. La verdad es que yo siempre estuve en el A, pero eso se debía más al miedo de bajar a otra clase, pues tenía en casa a un padre muy severo (en esto era muy germánico) y me resultaba inimaginable aparecer que había "fallado".
ResponderEliminarHabría que recalcar que esto sucedía tan sólo en la Preparatoria, pues en el bachillerato los criterios de estar en una u otra clase estaba más dirigido por la formación de grupos por idiomas y no tenía nada que ver con preubas de selectividad, pues para eso ya estaban las reválidas de 4º y 6º. Luego, en las "pruebas de madurez", te jugabas tu futuro en la universidad a una sola carta, lo cual se ha demostrado ser tremendamente injusto en muchos casos.
Esto me lleva a un par de reflexiones: formar clases con alumnos selectos y menos selectos según unas pruebas de dudoso calibre me parece un error, pues en unos podría originar sentimientos de inferioridad y en otros de creerse los reyes del mambo. Sin embargo, en mi opinión, formar a los niños en una especie de competitividad desde pequeños no lo veo mal, pues te va moldeando para lo que te espera de mayor. En Francia existe de forma ancestral un marcado índice de chauvinismo debido a que su educación (al menos en el pasado) estaba dirigida a formar ciertas élites, de las que saldrían los prebostes y mandamases. Un ejemplo de ello -y que conocí en el ramo de la aeronática- es la Politechnique; los directores de factorías o altos cargos en la empresa salían todos de allí. En Francia todos quieren ser "número 1" y tienen muy arraigado este sentimiento, por lo que suelen ser duros competidores de mayorcitos.
La pregunta del millón sería ¿Cómo fomentar mejor ese espíritu de competitividad? La parte positiva de la historia de Manolo es que le motivó para superarse y conseguir su propio objetivo, el que se había marcado. Eso también forma.
Creo que todo esto podría ser origen de un interesante debate relativo a la educación, pues todo indica que en los tiempos que corren está bastante cuestionada, por unos u otros motivos.
Estoy plenamente de acuerdo contigo, Kurt, en lo de que aquel sube-baja 'pinchaba' en lo más hondo y fomentaba, sobre todo, la superación. Creo que ya os lo dije en otra ocasión, pero no me importa repetirlo. En la promoción 51-63,a la que pertenezco por edad, me ocurrió lo que a Manolo. Un sábado fallé en las PRUEBAS OBJETIVAS y me tocó cambiar de clase, de profesor y de compañeros. Naturalmente, me provocó un tremendo disgusto y, además, un afán de superación repentino porque me decía: Tengo que volver con mis compañeros de siempre. Un par de semanas después, el "hijo pródigo" regresó.
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