POR ELOY MAESTRE
Éramos muy jóvenes Moncho y yo, diez o doce años calculo; ambos
asistíamos a la misma clase en el Ramiro de Maeztu, nuestro querido Instituto
de Enseñanza Media madrileño.
Inseparables dentro y fuera del Instituto, nos unía la pasión por
el cine. Amábamos especialmente los cines de sesión continua de nuestra época:
dos películas cada tarde, al menos tres horas de cine. Si tenías tiempo y te
gustaba especialmente la primera o entraste a media película y desconocías sus
inicios, podías repetir y verla completa o hasta donde hubieses llegado.
Eso era posible porque las butacas no estaban numeradas. Sólo
constaba en ellas la fecha del día y la ubicación: entresuelo o butaca de
patio. Nosotros y la mayoría de los jóvenes, siempre en entresuelo en el piso
de arriba, más barata que la butaca de patio.
Mi amigo Moncho era vivo como una ardilla e ideó la forma de colarnos en ese cine sin pagar.
La peculiaridad del López de Hoyos era que carecía de bar, o si
lo tenía, que no lo recuerdo, en él no se vendían polos. Así que en los
descansos de cada película se presentaba un polero con su carrito y colocándose
a la puerta del cine confiaba en que los espectadores, avisados por la
costumbre, salieran del cine a comprar sus polos y se reintegraran a sus
butacas después a seguir viendo películas.
Nosotros habíamos ido al cine pagando las entradas otras veces,
pero Moncho pensó ahorrarnos la entrada y a la vez chupar polos. Llamábamos de
hielo a aquellos polos, que aspirabas con fuerza unas
pocas veces y absorbías la esencia: menta, fresa y limón eran las más habituales, dejando la blancuzca masa de hielo a tu
disposición para morderla o chuparla y refrescarte la boca.
Moncho y yo nos apostábamos en la esquina del cine que daba a
otra calle, fuera de la vista del acomodador que salía a la puerta vigilando a
los espectadores consumidores de polos, y en cuanto Moncho percibía la mejor
coyuntura: distracción del acomodador o concentración de espectadores, nos
metíamos a la cola de los polos con los demás, adquiríamos el nuestro y
entrábamos al cine tan campantes, chupándolos junto a los espectadores paganos.
No era necesario mostrar la entrada al acomodador, y de esa forma nos colábamos
mi amigo y yo.
Un fenómeno, Moncho.
Eloy Maestre Avilés
eloymaestremadrid@gmail.com
Entiendo bien si pienso que es nuestro Moncho Alba?
ResponderEliminarYo iba a ese cine también de niño. Antes de llamarse López de Hoyos se denominó Cine Moderno y se encontraba en la calle López de Hoyos, casi esquina con Cartagena.
No recordaba yo lo de carro de helados, si bien recuerdo el cartel que aparecía en la pantalla durante el descanso con el célebre mensaje "Visite el Bar en el Entresuelo".
¡Que tiempos aquellos!. Si que es cierto el cine Lopez de Hoyos era un auténtico coladero.
ResponderEliminarEn este tema, lo que yo era es un "alumno aventajado" y no un "maestro".
La primera vez que me colé, creo que esa vez no venía mi gran amigo Eloy, fue con quien me enseñó a hacerlo y que todos conocéis, Fue con Manolo Mialdea y esa semana vimos la película Rebelión en la Granja y otra que no recuerdo.
En esa semana repetimos la jugada para "perfeccionar" el método y sin problemas, funcionaba de maravilla eso de ponerse en un descuido del vigilante en medio de la puerta y pedir permiso para salir a comprar el polo.
A cada uno hay que reconocerle sus méritos y en esta ocasión había que descubrir se ante Mialdea, que había semanas que repetía varias veces la jugada cuando alguna de las películas le gustaban.
Moncho (José Ramón Alba)
Que egoistas. Podias haberlo contado al personal.
ResponderEliminarJaJa
Troyano
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