...POR NACHO NIHARRA
Tras aquel, uno más, espléndido verano en Deva en el que corrí mi primer encierro en serio y aunque mi madre se riera porque, decía, “llegas a la plaza cinco minutos antes que los toros”, eso, además de no ser cierto, me venía bien para mis proyectos de, el verano que viene, ir con la panda a Pamplona a correr los sanfermines. Como “sabía” que no había peligro, me dejaría ir. Pero no adelantemos acontecimientos.
El caso es que el año anterior fue, seguramente por primera vez desde
la prepa, un curso en el que fui verdaderamente feliz: como me había propuesto,
afronté y conseguí un cambio importante en mi conducta: no podía seguir siendo
el bufón de la clase, ese mequetrefe que hacía sus gracias para jolgorio de los
compas, tormento de algunos profes y satisfacción de esos otros verdugos que me
querían machacar y que ya conocéis. Cambiaría, lo había decidido y lo hice. Ni
una broma, ni una crítica; a los verdugos ni nombrarlos, ni mirarlos: centrarme
en los estudios y preparar la reválida de cuarto. A cambio, conseguí no visitar
los sábados el Hispano en castigo a mis maldades, tampoco me permití ir al
cine, porque seguiría siendo expulsado por aquel otro innombrable al que Dios
perdone, y ya os conté lo que pasó cuando saqué la máxima nota en latín en la
reválida de cuarto: ¡me pidió perdón!, lo que le honra y me quito el sombrero:
me demostró que la buena gente sabe cambiar.
En este curso, en el que los alumnos que han elegido cursar Letras se incorporan a Quinto A, habrá que echar de menos a los que nos abandonan, cosa difícil porque todos somos grandes amigos y habrá que socializar a los nuevos. Pero eso es fácil en el Ramiro, esta maravilla de cole en el que tenemos la suerte de estar, donde todo el mundo es igual, venga de donde venga en el más amplio sentido, y donde los valores de justicia y libertad, de excelencia, de tolerancia y compañerismo, están siempre en primer plano. Al menos hasta ahora. Aunque negros nubarrones se cernían sobre nuestras cabezas.
Otro reto importante estaba en el baloncesto. Aquel magnífico Infantil C de Fernando Gómez Montes, en el que tantos fundamentos aprendimos y tanto disfrutamos, se iba a convertir en.... no lo sabíamos y estábamos inquietos. Lo habíamos hablado Aíto, Antonio y yo: sobraba gente y habría compañeros que se iban a quedar fuera. Por otra parte, se podían crear dos buenos equipos y, si se hacía bien, un Infantil A imbatible, posiblemente Campeón de Castilla de Infantiles. Y, además, ¿quiénes serían los entrenadores? Nosotros apostábamos por Fernando para uno y César González-Ruano para el otro. Todas aquellas incógnitas no tardaron en desvelarse.
Un día nos comunicaron los nombres de los jugadores citados al primer entrenamiento de infantiles: de nuestra clase, 5ºA, citaron a Antonio Alcántara, Rodrigo de Balbín, Pedro Ceballos, Aíto Gª Reneses, Emilio Segura y yo. No estaba mal para ser el equipo campeón de Cuarto, pero perdíamos a Liborio Hierro y José Mª García Rosales, una pena. También al venezolano Guédez, que había vuelto a Venezuela. De las demás clases, destacaban las aportaciones de los subcampeones de la B, con los gemelos Antonio y Gonzalo Prieto, Francisco Castanyer y Fernando Bermúdez; del C el ya formidable Jaime Moreno, terror de las defensas, y Enrique Gómez Lobo, con el que había hecho amistad durante mis castigos de los sábados en el Hispano que bien conocéis.
Primera incógnita desvelada, no estaba mal: había mimbres para un Infantil A imbatible y un Infantil B competitivo. Y si tenemos en cuenta a los que se incorporaban de Cuarto, los Ramos, Arroyo, Rosas, Frade, Bufalá, Ibáñez.... también había para un tercer equipo de futuro.
La segunda incógnita eran los entrenadores. Y aquí la primera gran sorpresa: en el primer entrenamiento Roberto Bermúdez, Director Deportivo de Estudiantes Club, nos presentó a un señor al que nunca habíamos visto por el Ramiro, una estrella al parecer del arte de la canasta que catapultaría sin duda a los privilegiados que tuvieran la fortuna de ser seleccionados por él: Paco Hernández sería el entrenador del Infantil A. ¡Qué emoción! Para el B, César González-Ruano y en el C continuaría Fernando Montes. Me consta, que a César no le hizo gracia que le apartaran del Infantil A, pero luego…..
Un inciso para recordar a César González-Ruano y Navascués, un grande como persona y como entrenador e hijo de otro grande de las letras. A César unos malintencionados le apodaron Polifemo por su figura un tanto desgarbada y grandullona, como el gigante de un solo ojo al que tomaba el pelo Ulises en La Odisea de Homero (el fabuloso poeta griego, no el gran jugador del Ateneo Politécnico que tantos problemas nos daba). César fue agrandando su figura entre nosotros y conquistó del todo nuestro respeto y admiración, como entrenador y como persona. Pero, como solía decir Rudyard Kipling, esta es otra historia que, sin duda, algún día os contaré.
Como ya habéis adivinado, nadie sabría su destino hasta que el ínclito don Paco Hernández diera su veredicto y eligiera a sus campeones, porque sin duda eso serían, a eso estaban destinados.
Fue rápida la elección, ni siquiera hizo un partido para comprobar destrezas, las dio por supuestas. Aplicó el criterio olímpico: citius, altius, fortius; nada de inteligentius, de habilitius o de dexterius. Hablando en román paladino “en qual suele el pueblo fablar con su vecino”, Paco Hernández eligió a los más altos y más fuertes, pero no a los mejores jugadores.
Que se me entienda bien: los jugadores que eligió eran formidables desde todos los puntos de visto, ya que el plantel era de gran calidad, y algunos de ellos eran sencillamente los mejores, o casi, pero, señores, no era posible dejar fuera de un equipo campeón a Aíto García Reneses, a Antonio Alcántara o a Carlos Siljestrõm
Así pues, en el A un equipo excelente con (no recuerdo a todos) Jaime Moreno, Fernando Bermúdez, Emilio Segura, Pedro Ceballos, Francisco Castanyer, Antonio y Gonzalo Prieto y Rodrigo de Balbín.
En el B otro equipo no menos excelente con Aíto, Antonio, Siljestrõm y yo acompañados de los de Cuarto que seleccionó César: Vicente Ramos, Edgar Arroyo y varios altotes como Ibáñez y Sepúlveda.
Otro notición que nos dieron fue el de que los mejores partidos los jugaríamos en la Nevera, que no se llamaba así porque aún era un campo descubierto y hacía el mismo frío o calor que en todas partes, pero era una chulada de campo bien pavimentado con gradas para el público y, ¡oh maravilla!, con tableros de cristal. Cerrábamos los ojos y lo veíamos lleno de gente aplaudiendo a rabiar y arengándonos con el “Dicen que se ha muerto Garibaldi: Uhhh”.
(Continuará)
De izquierda a derecha.
ResponderEliminarDe pie: César González Ruano de Navascúes (entrenador), Miguel Ibáñez, Carlos Siljeström, Sepúlveda, Gil, Roberto Arche (delegado)
De rodillas: Nacho Niharra, Edgar Federico Arroyo, Vicente Ramos, Antonio Alcántara y Alejandro García Reneses
Esto es una serie de Netflix...
Eliminar¿Qué hacía exactamente mi primo Roberto, como Delegado?. Él no podía ser jugador pues era de estatura pequeña.
EliminarMe tienes en ascuas esperando la descripción del desarrollo del partido...
ResponderEliminarNo se si resistiré hasta la siguiente entrega.
Pero el famoso partido no lo jugamos en la Nevera. Lo jugamos en el campo menos viejo. El que daba al patio de columnas.
EliminarMagnífica crónica, Nacho. A la espera del desenlace. Gracias.
ResponderEliminarHola:
ResponderEliminarMe emociona ver a mi primo Roberto Arche (con chaqueta y corbata) en la fotografía. Roberto falleció hace años cuando era decano de Ciencias Químicas en la Complutense.
Yo en ese curso estaba en el bachillerato y no sabía de la actividad de mi primo que debía de estar en Preu entonces.
Fantástico Nacho, he disfrutado un montón leyéndolo. Espero ansioso el próximo.
ResponderEliminarHe buscado a Roberto Arche en Google y descubro que falleció en octubre de 1991 en accidente de automóvil. Demasiado joven. Qué pena.
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