...POR KURT SCHLEICHER
Al cabo de más de medio siglo me he decidido por fin a revelar esta aventura, de la que podría no haber salido sano y salvo. Lo que no quiero es desvelar mi identidad. Pertenezco a la Promoción del 66 del Ramiro y me he enterado recientemente de la existencia de la agrupación de la del 64, con su blog y todo. He pensado que no estaría de más que finalmente esta historia salga a la luz en este blog que asimismo se dedica a servir de cohesión a los diferentes artículos, sean del Ramiro o no. La historia se la he enviado a uno de los autodenominados “dinamizadores” de la Promoción 64, a condición de que no revelase nunca mi nombre; prefiero quedar en el anonimato. Le pedí a Kurt que la escribiera, pues nunca se me ha dado bien expresarme por escrito. A cambio, él me pidió que a partir de lo que le contara, prefería redactar mi historia en primera persona, expresando mis impresiones personales como si yo la hubiera escrito, ya que en su opinión quedaría mejor así y no que él la contase de segundas.
No recuerdo con precisión la fecha del sucedido, pero creo que fue a principios de la década de los sesenta. Procedo de una familia de espeleólogos y quizás eso influyó en mis afanes de descubrir e investigar las interioridades de cualquier cueva con la que pudiera toparme. La verdad es que nunca he sido buen estudiante y ya era conocido por mis “pellas” a la mayoría de las clases, lo que me había creado cierta mala fama. Siempre me atrajeron los alrededores de lo que se llamaba el Canalillo y ya había recorrido toda aquella zona. Me había enterado que por las laderas de lo que se llamó los Altos del Hipódromo debía de haber restos de la Guerra Civil, del bando republicano, que debieron de construir cuevas desde las que montar defensas desde una posición elevada para rechazar potenciales ataques de los nacionales. Me pareció haber detectado desde lejos unos huecos o entradas de cuevas que podrían coincidir con estas defensas.
.../... PARA SEGUIR LEYENDO:
https://interesactualidad.blogspot.com/2021/03/pesadilla-en-pinar-street.html
Apreciado amigo espeleólogo:
ResponderEliminarSoy Manolo Rincón. He contado en numerosas ocasiones mis experiencias con el Canalillo. Incluso hace unos días tuve un agradable trabajo de Emili Sánchez Direitinho, refrendado por Ignacio Casas y por mi mismo que estoy viendo como publicar en el blog ya que es un pdf. Pero vayamos a lo que me sucedió. Yo sentía una especial atracción por el Canalillo. Seguí su curso en muchas ocasiones, constatando que salía de una especie de pequeño túnel, discurría por enfrente de los internados y la Residencia para desaparecer por otra cueva o túnel similar al de entrada. En estas exploraciones vi varias cuevas que llamaron mi atención. Estas exploraciones las hacía solo, por las tardes al terminar las clases. Algún compañero me dijo que en las cuevas se metían alumnos del Instituto y alumnas de un colegio femenino y se daban "el lote". Cada vez más intrigado decidí hacerme con una linterna, que era cilíndrica, no de petaca y no tomé tantas precauciones como tú. Estaba en 3º y debió ser en el año 69. Reptaba alumbrándome con loa linterna. Aún no sabia nada del refugio o del hospital y no sabía muy bien que encontraría. La cueva era angosta y no veía el final ni ningún signo de que alguien hubiese estado en ella. Era de arenisca efectivamente. No recuerdo se había llovido o no, pero de repente empezó a hundirse el techo. Dí la vuelta como pue, no era fácil y repté a la mayor velocidad posible rumbo a la salida. Tenía ciertamente miedo. No se los metros que había profundizado, pues al ir reptando era difícil calcular. Ya empujando la arena con la mano logré sacar la cabeza y respirar, pues me faltaba el aire. Me costó sacar el cuerpo pues ya estaba medio enterrado, pero al final lo logré, viendo como la cueva literalmente desaparecía. Bajé el taluz y creo que recé una oració. Estaba vivo de milagro. Sentí la misma angustia que describes pues nadie sabía que estaba allí y no me habrían encontrado nunca. Llegué a mi casa lleno de arena, con raspaduras en manos y piernas y el pelo sucio. Mi madre quedó horrorizada. Yo dije que me había caído por los desmontes de la salida a Castellana cuando iba al tranvía. Afortunadamente se lo creyó. Así que vivo de milagro. Aún sueño a veces con ese angustioso episodio. Entre la entrada y la salida apenas habían transcurrido 45 minutos. He recorrido en la actualidad el mismo camino pero ya no están las cuevas. He investigado mucho del Canalillo pero eso ya es otra historia.
¡Veo que el "casi" que te adjudico en el cuento es menos "casi" de lo que yo creía! Podrías haber sido tú quien lo contara... ¡o más bien quien NO lo contara!
EliminarPor cierto, en el año 1969 deberías tú estar ya estudiando Ingeniería de Teleco, y no reptando por las cuevas de Pinar street...
El año en efecto era el 59 kurt. El año 69 terminé la carrera. Un lapsus. Perdón. Si casi no lo cuento. Espero que nadie quedase sepultado. En aquel entonces no había avisos de peligro ni vallas que impidiesen acceder a los terraplenes horadados.
EliminarPues gracias por servirme de inspiración, aunque no podía yo imaginar hasta qué punto...
EliminarTras leer esta historia, y el comentario de Manolo, me reafirmo en que si hay una ciencia de la que jamás he querido saber nada, de lo que no arrepiento, es la espeleología.
ResponderEliminarMe pregunto yo si la espeleología es una ciencia o un deporte de riesgo. Lo más probable es que sea ambas cosas, pues una ciencia de riesgo debe de ser algo así como investigar vacunas del Covid19 haciendo uno mismo de cobaya...
EliminarYo también tengo mi historia con el canalillo y sus cuevas.
ResponderEliminarSucedió a principios de 1971
Yo era profesor de historia en el Instituto.
No sé cómo pero me dijeron que en una de esas cuevas del canalillo había entrado una perra a parir a sus cachorritos. Le pregunté a Salvador, el conserje del Hispano, ¿os acordáis de Salvador?, que me confirmó la noticia. En efecto, una perra había ido a parir allí.
Le pedí a Salvador que, cuando quedaran un par de perrillos, me avisara pues quería llevarme un macho.
Así lo hizo. “Antonio, ya sólo quedan 2 y uno es macho”
Quedamos al día siguiente y bajamos la cuesta que no era fácil.
Yo me quedé fuera y Salvador, gateando, entró en la cueva. De pronto le oigo gritar... “¡pero bueno... tú qué haces aquí!”
Dentro de la cueva con la perra y los dos cachorros estaba un crío jugando con los perritos. Había ido a darles de comer.
Salieron los tres, Salvador con el perrito y el chaval y así pude llevarle a Montse, mi mujer (estábamos recién casados) a nuestro primer perro, CURRO, nos acompañó durante 13 años y colaboró eficazmente en la educación de nuestros hijos.
Le realidad es afortunadamente mucho más tierna que la ficción. Me congratulo de constatar que las cuevas no sólo han sido fuente de pesadillas, sino de un sucedido enternecedor.
EliminarHola Antonio, hijo del Sr. Alcántara supongo. Me alegro que encontrases los perritos y a un muchacho jugando con ellos y no se os hundiese la cueva encima. La leyenda (que no la realidad) decía que bajo la residencia había un bunker de la Guerra. Es imposible pues la residencia data de 1918 y no se pudo construir encima de dicho hipotético bunker. La confusión que viene de las investigaciones de Cristina Calandre (nieta del Dr. Calandre, que regentó el Hospital de Carabineros), es que mezcló el bunker que hubo en la plaza de República Argentina, con un túnel que llegaba hasta la estación de Nuevos Ministerios, con la falsa idea de que estaba en la calle de Pinar.
EliminarComo digo más abajo, me he basado para el cuento en los papeles de Cristina Calandre. De todas formas, cierto o no, yo había entendido que el refugio estaba bajo la calle Pinar y que conectaba con el sótano de la Residencia. Las obras posteriores son de la década de los 90, en las que se debieron de extender los sótanos (¿?)
EliminarGracias a Kurt, Manolo, Antonio... y al espeleólogo por sus interesantes historias. Me he quedado con ganas de probar esos bocadillos de atún del CSIC y, sobre todo, de conocer a la camarera de las pecas.
ResponderEliminarPor cierto, si es verdad que el protagonista es un alumno de la promoción 66, creo saber quién es.
Si consigues que te de permiso me gustaría saber quien es. Mi hermano es del 66.
EliminarBueno, creo que es hora de desvelar que lo del hijo de espeleólogos y que fuese de la promoción del 66 es un invento-ficción, como lo es todo el cuento. No quería arrogarme el protagonismo de la historia, porque nadie se la creería y como podéis ver, la credibilidad del cuento con este "truquillo" ha tenido éxito...
EliminarLo del refugio antiaéreo subyacente lo saqué de las investigaciones de Cristina Calandre publicadas por Paco Acosta y he supuesto que son verdad; si en lugar de los sótanos de la Residencia de Estudiantes (con mesa de billar y todo), el refugio estaba bajo la estación de nuevos Ministerios, no lo voy a debatir, pues realmente no tengo más elementos de juicio en qué basarme.
En resumiendas: que es un cuento mío de cabo a rabo... ¡y yo encima nunca he visto las cuevas!
Bueno, eso explica las inexactitudes. Era muy difícil una galería que pasase al otro lado del canalillo. Las cuevas tenían recovecos pero eran de poca longitud. Los escritos de Cristina Calandre no tienen fundamento real, pues no es posible lo de las mesas de billar en la Residencia. Solo hubo una mesa de billar en el internado hispano-marroquí. Lo del refugio no es cierto. El refugio del Partido Comunista estuvo en la plaza de República Argentina. La entrada existe a día de hoy y tiene un cierre metálico que pone ADIF. Tenía un túnel que llevaba al llamado "túnel de la risa" en donde está la estación de Nuevos Ministerios. Es pues una "leyenda urbana" que expuso Cristina Calandre sin ninguna prueba real y con numerosos errores fácilmente verificables. En hora buena Kurt, otro cuento muy bonito, lastima que no fuese verdad pero ha dado pie a más conocimiento de las famosas "cuevas del Canalillo".
EliminarGracias, Manolo; espero haber contribuido a que los lectores pasen un buen rato, mejor dicho, "de miedo". En cuanto a la localización de la "leyenda urbana antiaérea", hubiera podido estar entre el Canalillo y la Residencia, bajo la Pinar street. Eso sí, para conectar con las cuevas, me tuve que inventar la escalera...
EliminarPara Paco González: lo de las dos camareras del bar del CSIC es lo más verídico del cuento; eran guapillas, pero a la pecosilla no la olvidaré nunca, pues en esa época debía yo de tener unos 15 años y estaba en "eclosión". Hombre, se me mezclan en mis recuerdos su angelical sonrisa con los bocatas de atún y pimientos. Me gustaría saber si algún compañero del Ramiro hacía lo mismo que yo (ser infiel al bar del Ramiro) y saltar por el roto de la valla al del CSIC.
EliminarEste Kurt es un CUENTISTA...
ResponderEliminarNos ha engañado a todos. Ni siquiera había entrado en el canalillo!!!
Muy bueno, Kurt.
El propósito de algunos cuentos es que tengan credibilidad... y eso pretendía. Lo que pasa es que viendo el cariz que tomaba el asunto, empezando por tu difusión dándolo por hecho, ya preferí desvelarlo. En cuanto al Canalillo, no me mojé, desde luego...
ResponderEliminarHasta donde me alcanza la memoria, el número y tipo de canalillos existentes, o que han existido, es considerable. Confieso que el del Ramiro nunca me interesó demasiado. El más abundante de todos ellos, ese que más de una vez todos nos hemos quedado mirando, a menudo con ojos de gigalas, es el que de siempre me ha interesado más. Sin embargo, el del Ramiro tenía su puntito de fascinación. Era conmovedor atravesarlo en sentido ascendente, el de ya llegar adónde nos torturaban, y al pasar el puentecillo divagar sobre lo bonito que sería despeñar por allí a los profesores que nos caían peor -en mi caso, casi todos-. Ahora, si lo recuerdo con más cariño del que sería normal, es por las víboras. Es que las había, sobre todo en la ribera oeste, la que daba a la por algunos añorada avenida del Generalísimo. Más de una vez había reparado en alguna bicha no muy grande, relativamente oscura, que asomaba un poquito de la sucia espesura de la tal ribera. Un día que se me quedó grabado en la memoria, estaría yo en primero o en segundo, vi que un par de hombres, empuñando sendos palos con una especie de horquilla en la punta, trataban de convencer a una de ellas de que abandonara este mundo cruel. Me quedé alelado, mirándolos -es lo que tienen las ejecuciones, que fascinan; pensad en Manolete, si no-, al punto que uno de ellos me espetó, no muy amablemente, "qué c..o miras, chaval", a lo que respondí "¿qué bicho es ése? ¿por qué lo matan?", y el otro, en todo didáctico-instructivo, respondió "es una vívora cornuda, niño; procura que no te pique una, que aquí hay muchas, y si te pasa, con lo pequeñajo que eres, al Ramiro seguro que no llegas". Ya no hubo más diálogo, porque me quedé tan espantado que sólo me atreví a pensar qué sucedería si al Brañas le deslizábamos una por el cogote. Ya no recuerdo más de la ocasión; sólo que si algo estaba plenamente dispuesto a no hacer jamás, era bajar del puentecillo al canalillo y ver de cerca qué clase de habitantes había por allí.
ResponderEliminarIntuyo que Kurt no conocía esa peculiaridad del entrañable canalillo. De haber sido así, me figuro que se las habría compuesto para que, a su personaje, una vipera ammodytes de las de por allí le hubiera mordido en los conjoncillos. Después todo, y con lo que ya llevaba encima, era de lo más natural que también le pasara eso.
Pues jamás pude pensar que hubiese víboras en el canalillo. Había también un guarda, que tenía una caseta. Cuando nos veía merodear por el canalillo salía gritando "sus voy a matar", por lo que le apodamos el "sus voy". Una vez que no estaba pusimos petardos en la cerradura de la caseta y al explotar la puerta que era de madera empezó a arder. Salimos despavoridos. Al día siguiente nos acercábamos a ver que había pasado y Bigotini (Sr. Real) nos dijo que no paseásemos por allí pues podían pensar que el vandálico acto lo habíamos cometido nosotros.
EliminarCoincido contigo, Alfonso, que en aquellos años de principios de los 60 y con 15 años había canalillos más interesantes. Por eso visitaba mucho más el bar del CSIC que el propio Canalillo. Y con víboras cornudas, mucho menos.
EliminarAh, y por Manolo, no me extraña que dejara de ir por allí; entre que casi se le viene la cueva encima y "casi" quemar la caseta del guarda, es lógico. Vándalo, más que vándalo... Podrías confesarlo algún día que vayamos a cenar a la Residencia de Estudiantes.
..... y yo devanándome los sesos como Paco Gonzalez, para tratar de adjudicar corporeidad al anónimo copromocionario de la 66. Kurt... no tienes perdón.
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