...Por Rafael Rebollo
En torno al estreno de la ópera “El Público” que días atrás se ha representado en el Teatro Real, la
prensa ha generado abundante información y, entre ella, me causó sorpresa leer
que tanto su compositor, Mauricio Sotelo, como Andrés Ibañez, autor del libreto
que parte de la pieza teatral homónima de Federico García
Lorca, fueron alumnos del Ramiro, compañeros
de curso y amigos desde entonces.
Cuenta el cronista que en los recreos, en vez de dedicarse como
todo el mundo a jugar al baloncesto, compartían ya su pasión por la música (y
es que --como espetó el matador de toros Rafael Gómez “El Gallo” cuando le presentaron a José Ortega y Gasset, filósofo y
pensador—
“tié que habé gente pá tó”, ¿verdad, Vicente?).
El curriculum de Andrés Ibañez (Madrid, 1.961) es no sólo brillante
sino también variopinto.
Escritor, crítico literario y pianista especializado en el jazz, su
amigo Mauricio le cataloga
como una enciclopedia musical viviente, capaz de identificar
cualquier pieza tras la escucha de unas cuantas notas.
Por su parte, Mauricio Sotelo (Madrid 1.961), con una extensa
formación centroeuropea --fue incluso discípulo
del venerado Luigi Nono (1.924-1.990)-- y numerosos premios en su haber,
tiene un consolidado prestigio
internacional en el mundo de la música contemporánea no sólo como compositor
sino también como director. Sus obras se interpretan con frecuencia y, en
Madrid, ciclos como músicadhoy
o Liceo de Cámara han programado
buena parte de su música. Dentro de ellos, recuerdo haber oído hace años sus
cuartetos de cuerda con guitarra y cantaor en los que la fusión con el flamenco
los hacen ciertamente singulares. Este
ensamblaje ha sido muy frecuente en su obra y la ha dotado de un carácter muy
personal y reconocible. En ese sentido, y aunque es muy probable que sea simple
imaginación mía, encuentro en este tipo de aproximación una cierta influencia
de Maurice Ohana (1.914-1.992) cuyo interés por el flamenco y el cante jondo,
al igual que en el caso de Sotelo, transciende a su música. Curiosamente,
también en Ohana es patente su especial predilección por Lorca y así lo reflejan obras a él dedicadas como “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”, de la que, por cierto, existe una grabación
dirigida por el recordado Ataulfo Argenta, o “L´Anneau du Tamarit”.
Pero el caso es que, para el aficionado medio a la genéricamente llamada
música clásica, la música contemporánea es como los vinos de
recios taninos en los que su aspereza al paso por la garganta dificulta, cuando
no impide, apreciar sus potenciales bondades. La ausencia de tonalidad, los clusters, los microintervalos, hacen que este lenguaje musical --que irrumpió a principios del siglo XX (¡hace ya cien años!) con el aun
encorsetado dodecafonismo de Schönberg y su Escuela de Viena y se consolidó en
los años cincuenta a través de diversos núcleos centroeuropeos (como el de
Darmstadt en Alemania) abogando por una
libertad absoluta en la estructura formal, propiciando la experimentación e
introduciendo nuevas herramientas sonoras-- nos parezca a muchos destinado más al análisis
que a una comprensión fluida y dirigido más a hurgar en el intelecto que a
generar emociones. De ahí que tenga una relativamente escasa clientela.
Pero centrándonos en “El Público”, hay que empezar diciendo
que la obra teatral lorquiana --un borrador no concluido de cuyo texto Andrés
Ibañez realiza una consistente selección-- aunque de argumento sencillo, su desarrollo es
inconexo y su lenguaje es en extremo
surrealista, misterioso y simbólico que la hace prácticamente incomprensible. No
obstante, resulta significativo que haya en ella una explícita reivindicación --la del teatro comprometido y profundo, aun a
costa de ser contrario a la estética y moral dominantes, frente a otro más
fácil y convencional-- que engarzaría de
una manera muy coherente con la naturaleza del discurso musical planteado por el compositor.
Por otro lado, la orquesta
que propone Sotelo es un conjunto de reducido tamaño, digamos de
cámara, en el que un pequeño grupo de cuerda se complementa con los de
maderas, metales y percusión, a los que se unen dos arpas, un piano, un
acordeón y una guitarra. Se utiliza amplificación, tanto en escena como en el
foso, según el compositor, para que el sonido envuelva y llegue más diáfano al
espectador. No sería improbable que ahí Sotelo haya mirado a su maestro Nono.
Estoy pensando en su espectacular y deslumbrante ópera “Prometeo, tragedia dell´ascolto” que se tuvo la oportunidad de
escuchar en el año 2.003 en el Teatro Monumental con dirección de Arturo Tamayo
y en la que cuatro grupos orquestales, más coros y solistas se localizaban en
diversos puntos del teatro y proporcionaban ese entorno espacial que busca
ahora Sotelo en “El Público”. En
cualquier caso, soy del parecer que el uso de amplificación electrónica en la ópera
es inadecuado y en este caso concreto creo que
sus inconvenientes no justifican el objetivo que se pretende conseguir.
Con estos ingredientes y forma de elaboración se comprenderá que al
guiso fuera complicado hincarle el diente. De hecho, una primera parte con abundante e
inmisericorde canto parlato (sprechgesang como matizaría Kurt), cuando no de seca declamación por
parte de los cantantes, que sólo aliviaban las intervenciones de los cantaores,
guitarra y percusión flamencos, unido a una puesta en escena tan críptica como
el texto, hizo que en el intermedio de la función a la que asistí un número
apreciable de los espectadores que habían llenado la sala no volvieran a sus
localidades, perdiéndose su segunda parte que, de acuerdo con la norma
generalmente establecida, resultó ser la más interesante.
En efecto, una mucho mas
imaginativa puesta en escena en esta segunda parte, que hace un lúcido
aprovechamiento de las apabullantes
dimensiones de la caja escénica del teatro, junto con unas relevantes
intervenciones del coro, todo ello dentro de una tensión emocional creciente
propiciada por una muy adecuada conjunción de todos estos aspectos con la música --ya Sotelo, quien evidentemente no tiene abuela, advierte en las notas al programa que “una soprano dramática conmoverá sin duda
al oyente ya al final de la ópera con su intensa aria”-- desembocan en un clímax
final de indudable efecto que culmina con un melancólico solo de violín de gran
belleza tras el cual, los espectadores, “el público”, reacciona con grandes
ovaciones.
¿Dijo alguien que la música contemporánea no podía ser emocionante?
¿Quién decía que los temas "del Ramiro" (o sobre la "gente" del Ramiro) se estaban acabando...?
ResponderEliminarGracias Rafael por abrir esta otra puerta.... ¡Que no se cierre!
Muy interesante y una agradable sorpresa, no sólo por la conexión con los antiguos alumnos del Ramiro, sino por la excelente exposición de las impresiones de la obra en sí. ¡Hasta parece que "me suena" a través de ella!
ResponderEliminarRafael, te animo a seguir colaborando con éstas páginas, pues es una delicia leerte. Un abrazo, K.
Para ser tu primera colaboración en el blog...¡qué gozada ha sido leerla! No solo la casualidad de que los autores de la obra sean ex del Ramiro sino,más que nada, porque me han impresionado tus conocimientos sobre el tema y la fluidez del escrito. Comparto del todo la última frase de Kurt.
ResponderEliminarGONZALO s. del CURA
ResponderEliminarCada dia soy mas consciente de que he tenido por compañeros a verdaderos genios del deporte,las ciencias y las letras.Me siento orgulloso de todos ellos .